Hollywood y la IA. El canto del cisne de la industria cultural
«No vale aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Nos toca ahora convivir y competir con una Inteligencia Artificial que apenas ha dado sus primeros pasos»
Tenemos veredicto: la discusión ha terminado y las dudas han sido disipadas. La inteligencia artificial (IA) es capaz de escribir, dibujar o componer con la misma calidad que los humanos, si no, incluso, superior, con una pasmosa facilidad y rapidez. Y eso, que solo estamos ante una primera fase de la IA generativa, a la que todavía podemos considerar como tonta en comparación con la por venir. Queramos o no verlo, debemos acostumbrarnos a ser batidos, sucesivamente, en espacios que creíamos exclusivamente humanos por esa portentosa inteligencia digital que hoy nos asombra, sin conocerle todavía techo ni límite.
En 1997 el ordenador Deep Blue de IBM derrotó al genial campeón del mundo Gary Kasparov y un escalofrío de asombro y temor recorrió el ánimo de una humanidad que acababa de comprobar como el duelo entre el hombre y la máquina se acababa de inclinar hacia la cacharrería iluminada. El ajedrez es matemáticas, se consolaron muchos, es normal que un ordenador sea más rápido en cálculos y combinaciones. Y así quedó la cosa, con aquello tan socorrido, repetido por gurús, de que la máquina nunca sustituiría a la prodigiosa inteligencia humana.
Pero, mientras la humanidad se consolaba en su supuesta superioridad frente a los algoritmos digitales, al menos en cuanto cuestiones de creación, imaginación y sentimientos se tratara, las tecnológicas continuaron desarrollando, algoritmo tras algoritmo, portentosos sistemas inteligentes, cuyos primeros fulgores comenzamos ahora a conocer. Bastó que ChatGPT, entre otros sistemas, se popularizara, para que la industria cultural temblara desde sus cimientos. La inteligencia generativa –imagen, música, texto, animación – escribía, dibujaba, ilustraba o componía con una calidad sorprendentemente humana, o… quizás superhumana, como todavía no nos atrevemos a susurrar.
Y la IA comenzó a infiltrarse en la industria cultural y su uso se popularizó. Fue en el mundo del cine donde se produjo la primera de las muchas confrontaciones por venir. Muy cerca de Silicon Valley, en Hollywood, estalló una huelga histórica y sorprendente, la de sus guionistas, a la que acaban de poner punto y final tras un acuerdo con las grandes productoras cinematográficas. Pero, ¿huelga de guionistas? Si tenían un trabajo atractivo, reconocido, aparentemente bien pagado… ¿Cómo es que, entonces, congelaron su creatividad y se enfrentaron a las grandes productoras?
«La IA podrá ser usada como herramienta por los guionistas, pero no impuesta por la empresa»
En principio, podríamos suponer que los hicieron por salarios y condiciones de trabajo, como es habitual. Pues no, en esta ocasión, sus reivindicaciones fueron más complejas y novedosas. Además del vil metal, sobre todo en lo referente al reparto de los ingresos por streaming, los guionistas exigían algo más revolucionario y excéntrico, propio de los guiones de ciencia ficción que crearon y que tanto nos deslumbraron y sedujeron, al menos hasta ahora. ¿Qué pedían? Pues, ni más ni menos que limitar, o tratar de controlar, el uso de la inteligencia artificial en la industria audiovisual, que ya les come los pies y amenaza con abaratar el oficio hasta precios de derrumbe.
Al final, alcanzaron un acuerdo con las grandes productoras, cuyos contenidos básicos recogemos a continuación. La IA podrá ser usada como herramienta por los guionistas, pero no impuesta por la empresa. El guionista humano no deberá firmar guiones creados exclusivamente por la IA. Si una empresa usa sólo inteligencia digital, deberá indicarlo expresamente, para que su audiencia lo conozca. La obra creada por IA no genera derechos de autor. Se acordó, también, el número mínimo de guionistas humanos a participar en series y películas, en función de sus características y duración. Por último, se intenta prohibir el uso de guiones sometidos a derechos de autor como texto de entrenamiento para la IA. Y, más o menos, hasta aquí lo más destacado.
Bien está lo que bien… ¿acaba? Habrá que felicitar a las partes por su consenso, aunque, visto desde fuera, más bien parece un vano intento de poner puertas al campo, un canto del cisne melancólico, un último gesto asustadizo antes de la jubilación por obsolescencia. Muchos entienden que el acuerdo alcanzado reforzará la posición creativa humana frente a la digital, aunque otras voces, entre las que me encuentro, creen que se trata de un simple parche de emergencia.
La eficacia del acuerdo —importante porque será imitado—, es limitada por varios motivos. El primero, porque es un documento restringido y con sola eficacia para las partes firmantes, el WGA —Sindicato de Guionistas de Estados Unidos—, por una parte, y la Amptp, Alianza de Productores de Cine y Televisión, por otra. Las grandes tecnológicas que desarrollan la IA, entre otras la generativa, no lo han suscrito, por lo que continuarán creando sistemas más potentes, inteligentes y creativos. El segundo, porque nos parece más bien una declaración de buenas intenciones que un acuerdo que pueda controlarse y verificarse. Y, tercero, porque es una muestra palpable de que la IA ya supera a la creatividad humana y comenzamos a protegernos contra ella. No estamos ante un acuerdo que mira hacia adelante, sino ante uno que establece reservas indias para los que ya fueron derrotados.
Pero no son los guionistas los únicos que se sienten amenazados por la inteligencia generativa. Fotógrafos, diseñadores, ilustradores, portadistas, traductores, editores, músicos. Algunos escritores superventas, como John Grisham o George R.R. Martin, han demandado a la propietaria de ChatGPT, OpenAI, por lo que consideran «un robo a gran escala», al entender que el sistema utiliza sus textos como inspiración de sus creaciones, lo que supone una vulneración de sus derechos de propiedad intelectual. Otra cuestión en litigio es la voz utilizada por los sistemas inteligentes. Algunos dobladores y actores les han acusado de usar sus voces sin su permiso. Y así, suma y sigue. Son muchos los oficios de la industria cultural que advierten alarmados cómo las creaciones de la IA sustituyen a las suyas, por unos precios ridículos, además. La lucha por la creatividad ha comenzado y todo apunta al superior potencial de los sistemas digitales sobre las capacidades humanas, quién lo hubiera dicho 20 años atrás.
«La IA dejará de ser una mera herramienta para ir tomando mayor peso en procesos creativos»
Somos humanos y, por tanto, predecibles. La primera reacción será la confrontación. Los oficios demandarán y los jueces tendrán que resolver los litigios, mientras que la realidad seguirá yendo más deprisa que las leyes. Así, las tecnológicas esperan demandas de aquellas profesiones de la industria cultural que consideren en peligro sus derechos de propiedad intelectual y han decidido prepararse legalmente frente a ellas. De hecho, algunas, como Microsoft, intentan tranquilizar a los usuarios de sus sistemas inteligentes asistiéndoles jurídicamente y garantizándoles, en su caso, los costes que pudiera suponerle una sentencia condenatoria.
Nada detendrá el fulgurante avance de la IA. ¿Hasta dónde? Pues ya veremos. Soy de los que piensa que más pronto que tarde la singularidad se producirá, y la IA tomará conciencia y tendrá intereses propios, al punto de hacernos trabajar para ella. Pero eso, a día de hoy es ciencia ficción para muchos –que no para mí– por lo que nos quedaremos en la fase intermedia que atravesaremos, en la que la IA dejará de ser una mera herramienta para ir tomando mayor peso en procesos y decisiones creativas, lo que nos conducirá ineludiblemente al trabajo en complejidad, donde lo humano y lo digital tendrán contornos difusos, confundiéndose entre sí.
La famosa prueba de Turing ha sido superada. A día de hoy ya nos resulta indistinguible la creación humana de la de la IA. Pronto nos superará. Los lectores, los melómanos, los aficionados al cine decidirán. ¿Qué historias les emocionarán más, cuál les harán llorar o reír en mayor medida? ¿Las escritas por los humanos o por la IA? Pues esa, y no otra, es la gran cuestión. Entramos en unos tiempos apasionantes y arriesgados en los que tendremos que navegar – creadores, artistas, editores, productores y el conjunto de oficios de la industria cultural – sobre aguas turbulentas. No existen plan ni ruta trazada, ni otra brújula que el instinto y la certeza de que todo va a cambiar. Sabemos que se trata de un viaje arriesgado, pero el mayor error sería el de quedarse anclado y a la defensiva frente a una IA que, hagamos lo que hagamos, avanzará hacia horizontes a día de hoy impredecibles e insospechados.
La industria cultural siempre fue imaginativa y vanguardista. No puede quedarse anclada sollozando por una época que ya pasó. No nos vale aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nos toca ahora convivir, usar, competir y trabajar con una IA portentosa que apenas ha dado sus primeros pasos. Quien tenga ojos, que vea y se prepare. El que los cierre, quedará varado en el piélago gris de los derrotados por estos tiempos a los que quisieron negar. Y es que, como bien sabemos, a los tiempos no se les puede negar, porque, ni buenos ni malos, simplemente son los que son. Y a nosotros nos tocó lidiar con los de la irrupción de la IA, que bienvenida sea, pese a todo.