THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

¿Eres lo que trabajas? Identidad y empleo

«Los jóvenes quieren definirse por algo más que el trabajo. Nuestro ‘yo’ se ha hecho más complejo y la realización personal ya no se restringe a la profesión»

Opinión
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¿Eres lo que trabajas? Identidad y empleo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como especie social que somos, nos desarrollamos en sociedad. Y, como humanos, es nuestro trabajo el engarce más firme con esa sociedad que conformamos. Por eso, el empleo no sólo es una fuente de renta. Es, también, una vía de realización personal y de identidad ante los demás. Bueno o al menos así fue durante mucho tiempo. Porque… ¿sigue el trabajo definiéndonos ante los terceros? ¿Forjamos nuestra identidad con nuestro oficio? ¿Convivimos con nuestra profesión de igual manera los que tenemos 50 o 60 años que los que ahora entran en la treintena?

Veamos. Durante mucho, mucho tiempo, el oficio nos otorgó identidad. Mira, ese es Pedro, el herrero. Y esta, Marisa, la maestra. Y aquel, Juan, el fontanero. O al menos, así nos presentábamos hasta hace dos días. Durante la Edad Media, los oficios, organizados en gremios, se ubicaron agrupados en las misma calle o barrio, de lo que aún guarda recuerdo el callejero de muchas ciudades del XXI, nombradas por los oficios que cobijaron siglos atrás. Todavía a finales de XX, estudiábamos una carrera para desempeñar una determinada profesión —médico, ingeniero, abogado— o una FP que nos cualificaba para un oficio —soldador, ferrallista, diseño gráfico—. Estos quehaceres determinaban en alto grado nuestra identidad ante los demás. De alguna forma, y simplificando, éramos lo que trabajábamos.

Pero ese matrimonio entre actividad profesional e identidad se fue diluyendo desde principios del XXI a medida que la sociedad digital comenzó a conformarse. Y ya, de alguna manera, los más jóvenes quieren definirse por algo más que el simple trabajo que realizan. Mi vida no se limita al trabajo, decíamos nuestra generación. Ni mi vida ni mi identidad se limitan al trabajo, nos dicen ahora. Nuestro «yo» se ha hecho más complejo y nuestra realización personal ya no se restringe al éxito profesional y familiar, como ocurriera hasta hace un par de décadas atrás. Y es bueno que tomemos nota, porque estos nuevos valores condicionarán la relación con el trabajo de las generaciones más jóvenes. 

De todo ello debatimos en una sesión de trabajo con expertos en materia laboral y responsables de personas de Amazon España. El debate estuvo coordinado por la consultora Harmon, que supo crear una dinámica creativa sumamente interesante. Y, en medio de la lluvia de ideas, alguien planteó que las generaciones más jóvenes ya no moldean su identidad en función del trabajo que desarrollan. Esa afirmación me pareció muy interesante y acertada, al punto que me hizo tratar de desvelar las razones de esa notable mutación. Y aquí están algunos frutos de esa larga reflexión. 

«El título que obtienen los jóvenes de hoy ya no les identifica ante los demás igual que lo hacía en las generaciones anteriores»

Pues vayamos a ello. Ya no somos en lo que trabajamos, nuestra identidad ante los demás se ha hecho mucho más compleja y nos gusta, además, que así sea. ¿Por qué? Pues por tres razones básicas que expongo a continuación. La primera, la puramente educativa. Los baby boomers estudiamos carreras con título de profesión. Al salir, eras médico, ingeniero o matemático. Otra cosa era donde terminaras trabajando, aunque, lo más normal, es que lo hicieras dentro de un perímetro cercano a la titulación que obtuviste. La irrupción acelerada de la nueva realidad digital diluyó los límites de esos perfiles. Así, comenzamos a acostumbrarnos a escuchar aquello de que cuando se termina una carrera ya quedaron anticuados los conocimientos que se estudió al empezarla, o al que cuando comienzas unos estudios, aún no existen los oficios que tendrán más tirón cuando la termines.

La gran reforma universitaria asociada a Bolonia, con grados más generales y másteres específicos, hizo más complejas, variadas y ricas aquellas titulaciones cerradas y deterministas que conocimos los que ya pintamos canas. Si a ello unimos las titulaciones propias y la diversidad de ofertas educativas, el enjambre de estudios resultante confunde a los acostumbrados al sota, caballo y rey. Además, la Formación Profesional ha sabido adaptarse a la nueva realidad, ofertando titulaciones vinculadas a oficios digitales con gran demanda en el mercado laboral. En resumen, que el título que obtienen los jóvenes de hoy ya no les identifica ante los demás en el mismo grado que lo hacía cuando se titularon las generaciones anteriores. Ya no somos lo que estudiamos o, al menos, ya no lo somos en la misma medida que lo fuimos con anterioridad, donde aquello de ingeniero o médico marcaba de por vida.

La segunda faceta de la ruptura entre oficio e identidad la marca la propia naturaleza fluida y cambiante de trabajos y profesiones. ¿Quién había escuchado hablar de las nuevas demandas de analítica de datos vinculados al marketing digital, por ejemplo, hace tan solo unos años atrás? Los perfiles profesionales se diluyen, como ya dijimos, así como los estudios requeridos para cada posición. Cada día pesan más las habilidades transversales, por ejemplo, las conocidas como softskills, y el compromiso, además del imprescindible talento. Y, dada la velocidad de los cambios, es difícil que nos defina ante los demás una posición que hace tres años no existía y que, probablemente, dentro de otros tres, haya ya desaparecido. El propio entorno laboral difumina el perfil profesional. Ya no somos nuestra profesión, porque nuestra profesión es crecientemente cambiante e indefinible ante terceros.

Las empresas trataron de fortalecer el sentido de pertenencia en una doble dirección. Interna, lo que refuerza el compromiso, y externa, lo que significaba orgullo profesional y embajador de marca. Estas políticas, dentro de un orden, están muy bien, siempre que no invadan la esfera de libertad personal e identidad individual, como en algún caso he conocido. Tan malo es no llegar como pasarte, en términos de juego de envite. Sentirse orgulloso de trabajar en una empresa por sus condiciones, valores y prestigio está muy bien, ante uno mismo y ante los demás. De hecho, las empresas desarrollan políticas de employer branding para atraer a los mejores, en las que el propósito de la marca, los valores que representa y el compromiso social contraído, tienen un peso tan importante como el salario y las posibilidades de promoción.

Es cierto que la empresa en la que trabajamos, de alguna manera, nos define algo frente a los demás. Trabajar en Renfe, en El Corte Inglés, en Google o en el ministerio de Trabajo, nos preconfigura de alguna forma ante la mirada de los terceros. Pero, dado que las empresas nacen y desaparecen, también, a un ritmo superior al que estábamos acostumbrados y que la movilidad laboral se ha incrementado sensiblemente, las «etiquetas de empresa» resultan crecientemente efímeras. Los jóvenes no se plantean trabajar en una sola empresa, o en dos, durante su vida laboral, sino que será muy probable que pasen por entre cinco y diez, al menos. Su identidad, por tanto, no quedará tan asociada a una empresa como tradicionalmente estábamos acostumbrados. 

Por eso, estudios, oficio y empresa, por sí solas y por las cuestiones intrínsecas que hemos abordado, ya no nos definen ante los demás. Como decíamos, nuestra identidad se ha deslizado hacia la complejidad. Pues para explicarlo, atención, es la tercera de las razones, la psico-sociológica-cultural, la más novedosa y determinante de las causas de la ruptura del binomio trabajo-identidad, sacrosanto durante siglos y profanado en apenas un par de décadas. Y aquí no vale aquello tan plañidero de cualquier tiempo pasado fue mejor. No, no lo es. Cada época tiene sus requerimientos y valores y a nosotros nos ha tocado la del cambio y el vértigo. Cambian los tiempos, los oficios y las empresas. Y, también, como no podía ser de otra forma, cambiamos nosotros. Nos gusta identificarnos de manera más compleja, no sólo en función de nuestros estudios, oficios y empresas. También, por ejemplo, por nuestros valores, que adquieren una importancia creciente. Imperceptiblemente, nos vamos convirtiendo en seres morales, que juzgamos en mucha mayor medida que años atrás lo que dicen y hacen los demás. Predicamos nuestros valores y queremos ser reconocidos por ello.

«Para los más jóvenes, su identidad es, en gran medida, lo que muestran en sus cuentas de redes sociales»

Las redes sociales, por ejemplo, configuran nuestra identidad digital, cada día más trascendente. En ellas volcamos aficiones, opiniones, valores, viajes, actos sociales, comidas, amigos, creencias, lecturas, deporte y, también, algo de trabajo y empresa. La complejidad, como decíamos. Y, ¿qué nos define más ante los demás? ¿Nuestros estudios de años atrás, la empresa de turno en la que trabajamos, la posición fluida que ocupamos o el caleidoscopio que mostramos en nuestras redes? Para los más jóvenes, sin duda alguna, su identidad es, en gran medida, lo que muestran en sus cuentas de redes sociales, su universo personal, no identificándose tan sólo y unidireccionalmente con la que confiere el trabajo o la empresa. Existen diferencias generacionales, pero, en general, ya no somos tan solo en donde trabajamos y la actividad laboral que desarrollamos, sino seres más complejos y expuestos. Y esto, como decíamos, ni es bueno ni malo, sino simplemente, es lo que es, el signo de los tiempos y el espíritu del siglo.

Las empresas y sus responsables de recursos humanos – o de personas y cultura, como gustamos decir ahora -, tendrán que tener muy en cuenta estos profundos cambios psicosociales, que influyen e influirán poderosamente en la percepción que se tiene de la empresa y del trabajo

Ya no somos lo que hacemos, somos mucho más que eso. Se comprende, entonces, el porqué las tecnológicas y consultoras, además de ingenieros y matemáticos, contratan filósofos, psicólogos o lingüistas, necesarios para gestionar la diversidad y la complejidad que nos conforma como sociedad e individuos. 

Y, mientras todo esto ocurre, la salud mental se resiente, sin que exactamente sepamos el porqué. Estrés, dicen muchos, pero estrés también tuvieron nuestros padres y su salud mental no se perjudicó de igual manera. La exposición pública a la que el escaparate digital nos somete y la identidad múltiple a la que aspiramos, quizás sean algunas de las razones ocultas de ese estrés e insatisfacción creciente

«Tú no eres tu personaje, pero tu personaje sí eres tú», escribió el bueno de Raymond Carver. Pues eso. Tu personaje es lo que los demás ven de ti, en todas su facetas y complejidad. Nuestra autoimagen personal se asocia con nuestro yo idealizado, que proyectamos con nuestros actos, valores e imágenes sobre los demás. Ufff, vamos, un lío. Entonces, ¿cuál es nuestra verdadera identidad? Pues eso es algo, amigo, que solo tú podrás resolver. Por lo pronto, una pista. Tu identidad ante los demás ya no está tan solo determinada por tu trabajo y empresa, ya lo sabes. Pues el resto, te toca a ti averiguarlo. Y ánimo en la tarea, porque no es nada fácil el empeño… aunque ello suponga, en alto grado, la felicidad a la que aspiras.

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