THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

¡Salvar a Armenia!

Carta a Pedro Sánchez, presidente en funciones del Gobierno de España y presidente del Consejo de la Unión Europea

Opinión
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¡Salvar a Armenia!

Bloqueo de alimentos y medicinas en el corredor de Lachjin por Azerbaiyán. | Cedida

Excmo. Sr Sánchez,

Tengo el honor de dirigirme a V.E. por su calidad de presidente en funciones de nuestro gobierno, y sobre todo de presidente del Consejo de la Unión Europea, que el próximo 6 de octubre celebra su reunión plenaria en Granada.

Esta iniciativa se justifica por la situación de excepcional gravedad que vive un pueblo de la periferia europea, el armenio, que acaba de sufrir un primer golpe de cara a su supervivencia con la conquista total a sangre y fuego por el ejército de Azerbaiyán del enclave de Nagorno-Karabaj. El acontecimiento ha provocado el éxodo de decenas de miles de personas temiendo un posible exterminio, y ahora despunta la amenaza de una destrucción de la propia República de Armenia, a la vista de los objetivos declarados a partir del 20 de septiembre, fecha de la rendición del enclave, por Ilhan Aliyev, presidente de Azerbaiyán.

Puede aducirse que la conquista de lo que quedaba de Nagorno-Karabaj por Azerbaiyán desde la victoria azerí en 2020 —todavía una porción importante—, es conforme a las normas del Derecho Internacional, dado que ningún país había reconocido su existencia legal como República de Artsaj. Existía un consenso unánime en que el territorio formaba parte de la República de Azerbaiyán, a pesar de que su independencia de facto era una realidad desde 1994. Un caso similar a la República turca de Chipre. Sin embargo, el alto el fuego patrocinado por Rusia, el 9 de noviembre de 2020, tras la derrota de Armenia y Artsaj por Azerbaiyán, al mismo tiempo que reconocía dicha soberanía, garantizaba por cinco años, mientras no se llegara a un acuerdo de paz definitivo, que persistiría el autogobierno del territorio restante armenio de Nagorno-Karabaj, bajo la supervisión de Rusia. Conservaba su capital administrativa en Stepanakert y una carretera que mantendría la comunicación y el abastecimiento con la República de Armenia, separada de Nagorno-Karabaj unos pocos kilómetros (el corredor de Lachín). Unas fuerzas rusas eran encargadas de garantizar ese paso y el cumplimiento del alto el fuego.

La inequívoca violación por Azerbaiyán del acuerdo suscrito es lo que justifica, de cara al futuro, la exigencia de una intervención —de finalidad humanitaria pero firme—, por parte de la Unión Europea. Único modo de evitar que se consume la catástrofe.

«Los soldados rusos contemplaron pasivos como el Gobierno azerí sometía a la población armenia de Karabaj a un cerco de hambre»

Sin duda por la difícil situación de Rusia, motivada por la guerra en Ucrania, así como debido a sus compromisos con Turquía y Azerbaiyán, la potencia mediadora permitió que de forma escalonada, mediante pasos sucesivos en cuyo curso pudo comprobar la ausencia de reacciones internacionales, el Gobierno azerí procedió a bloquear el corredor de Lachin. A partir de diciembre de 2022, impidió el paso normal de mercancías, y desde febrero de 2023 el de alimentos y medicinas. Los 2.000 soldados rusos contemplaron pasivos como el Gobierno de Ilhan Aliyeb sometía a la población armenia de Karabaj a un cerco de hambre. Por fin, al constatar que ni ante esa trágica situación los karabajíes se rendían, el 19 de septiembre Aliyev decidió el asalto final, lógicamente consumado con éxito, a costa de 200 muertos entre los defensores. La justificación consistió en calificarles de «terroristas», lo cual a su vez sirve de coartada para detener y juzgar como tales a quienes dirigieron la defensa del territorio.

Al abandono de las responsabilidades contraídas por Rusia en el acuerdo del 9 de noviembre de 2020, se ha sumado el más absoluto silencio de las instituciones europeas y de Estados Unidos. Nadie se ha conmovido ante el drama humano provocado por la imposición de la fuerza, ni por el sangriento desenlace final. El Papa Francisco se limitó a pedir que «callen las armas», cuando tuvo lugar el asalto final del 19 de septiembre, sin asignar responsabilidad alguna por la crisis, ni hacer el menor llamamiento humanitario al agresor. Pero Europa no es el Vaticano, y traicionaría su razón de ser si olvidando tantas experiencias históricas en el último siglo, siguiese dando con su silencio el visto bueno a una estrategia de conquista que puede acabar sepultando la vida libre y la cultura de un pueblo, que por lo demás se siente europeo y mira con esperanza a la Unión. Con toda probabilidad, fue esa misma orientación, expresada en las elecciones presidenciales de 2018, la causa inmediata de su actual desgracia al suscitar la neutralidad de Putin.

Conviene reconocer que la inhibición no es fruto de una simple ingenuidad o del desconocimiento. Responde a unos intereses económicos concretos, tanto para Rusia como para Europa, al revestir el gas de Azerbaiyán una gran importancia para canalizar indirectamente las exportaciones rusas y facilitar de paso el abastecimiento occidental. ¿Qué ofrece en cambio un país pequeño y pobre como Armenia? No hace falta ir más lejos para buscar las razones de lo ocurrido, y sí para medir los modos de intervención, pero sin olvidar el fondo del problema: desde diciembre de 2022, una política agresiva y destructora de Azerbaiyán, contraviniendo el principio del cumplimiento de los pactos, ha causado un desastre humanitario y está en condiciones de llevarlo hasta el aniquilamiento total del pueblo armenio.

Sería el punto de llegada de un genocidio, que tuvo su episodio culminante durante la Primera Guerra Mundial, a partir de mayo de 1915. Fue nada menos que Mustafá Kemal, el padre de la Turquía moderna, quien en enero de 1919 condenó la barbarie de quienes asesinaron entonces a 800.000 armenios (cifra suya). Y no faltaron antecedentes y crímenes posteriores.

La secuencia de los conflictos entre azeríes —pueblo túrquico, también llamado «los tártaros del Cáucaso»—, y armenios en Nagorno-Karabaj, incluida por Stalin en Azerbaiyán en 1921, a pesar de su población abrumadoramente armenia, se inscribe dentro de esa lógica. Desde que en 1919 los habitantes de Karabaj, armenios, trataron de incorporarse a Armenia, entonces y en 1988 o 1990, la respuesta azerí fue la matanza disuasoria, el pogromo, dentro y fuera de la región. Una fuente fiable por pro-azerí, la dirección del PCUS con Gorbachov, habla de muertos y de barbarie sobre el ocurrido en Sumgaït (Bakú), en febrero de 1988: «Les cortaron los pechos a dos mujeres, una persona fue decapitada y una niña despellejada. Salvajismo. Algunos cadetes -llegados por restaurar el orden- se desmayaron al ver eso». Aun no existía el problema de la pertenencia de Karabaj en 1905, cuando unos desórdenes en Bakú, capital azerí con fuerte minoría armenia (hasta 1990) dan lugar a escenas semejantes. La narración del historiador Sebag Montefiore en su biografía del joven Stalin, es reveladora de un estado de la cuestión que recorre el siglo XX: «Durante cinco largos días, bandas azeríes mataron a todo armenio que encontraron, con el odio que procede de la división religiosa, la envidia económica y la vecindad. Fue una orgía de matanza étnica, incendios, violación, disparos y degollaciones».

«Todo indica que sin presión internacional alguna, la suerte de Armenia está echada»

A la petición de incorporación a Armenia de 1919, sucedió la matanza en la entonces capital karabají, Shusha, despoblada a continuación de armenios, que a pesar de todo seguían siendo tres cuartos de la población de la región al caer la URSS y decidir en 1991 la independencia de Nagorno-Karabaj. Estalló una durísima guerra, con 30.000 muertos, cerrada en 1994 con victoria armenia y ocupación incluso de territorio azerí. En su curso no dejaron los vencedores de cometer crímenes de guerra como el de Joyali. Con tales antecedentes no ha de extrañar que tras la total victoria azerí en la guerra de 2020, y la reciente conquista definitiva de Nagorno-Karabaj, los armenios del enclave prefieran huir, a pesar de las buenas palabras del presidente de Azerbaiyán. Ninguna instancia internacional se ocupa de ellos.

El espejismo consiste en pensar que todo ha terminado, con la autodisolución de la República secesionista, decidida el día 28. Ilhan Aliyev exige la construcción de un corredor que enlace su país con Turquía, pasando por Armenia, lo cual será lógicamente rechazado. Reivindica una provincia y ya tiene ocupado territorio. Todo indica que sin presión internacional alguna, la suerte de Armenia está echada. Al vencer en la guerra de 2020, revancha de la derrota de 1994, Aliyev se vanagloriaba de haber echado a los armenios como a perros. El pesimismo es de rigor.

El apoyo humanitario a los exiliados de Nagorno-Karabaj, la presión para que el vencedor respete los derechos del hombre y una política de contención que proteja la supervivencia amenazada del pueblo armenio, con la integridad territorial de su República, son tres cuestiones que una concepción progresista, o simplemente humanista, de la política europea, debiera abordar en la reunión plenaria de Granada. En su condición de presidente del Consejo de la Unión, corresponde a V.E. asumir la honrosa y difícil tarea de promover esa imprescindible actuación sobre Azerbaiyán y sobre Armenia, que hasta hoy Europa lamentablemente no ha ejercido.

En espera de merecer la atención de V.E. le expresa respetuosamente su consideración, en Madrid, a 1 de octubre de 2023.

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