En el misterio
«Hacía ya muchos meses que no me topaba con una novela seria. Se llama ‘La naturaleza secreta de las cosas de este mundo’ y su autor es Patricio Pron»
(Perdonen ustedes que aproveche este paréntesis o hiato de la vida política para hablar de cosas interesantes. El funcionario en funciones estará un mes jugando al strip póker con sus socios o clientes y no creo yo que trascienda ninguna de sus prestidigitaciones, de modo que voy a hablarles de una novela.)
Por una razón: hacía ya muchos meses, quizás años, que no me topaba con una novela seria, incluso severa. Es una rareza dado el panorama literario en España. Se llama La naturaleza secreta de las cosas de este mundo y en efecto, de eso trata el relato pues sus personajes apenas hablan o, si lo hacen, tampoco es para aclararnos las cosas de este mundo. Su autor, Patricio Pron, se ha formado en las literaturas germánicas y cursó sus estudios en Alemania. Algo de ese mundo de nieblas eternas van a encontrar en la novela, el mundo de Sebald o el de Bernhard, para que se hagan una idea, es el que más se le aproxima aunque no se parece en nada.
El asunto es una curiosa contraposición de dos historias, la de Olivia Byrne y la de su padre, Edward Byrne. La peripecia de Olivia se cuenta en una original variante del monólogo interior indirecto y va dando cuerpo a la historia familiar mientras Olivia conduce el automóvil hacia una cita con su padre a la que no sabemos si llegará porque el asfalto está resbaladizo y ella va a gran velocidad. Al tiempo que conduce, de vez en cuando nos cuenta el paisaje, que es el de la Inglaterra del norte próxima a Manchester y por lo tanto también neblinosa, pero sobre todo va recordando algunas facetas del sólido de mil caras que es su misteriosa historia familiar.
El autor no ha querido que sepamos muchas cosas concretas sobre esta familia, no obstante, compone el fresco con sucesivas y morosas pinceladas reflexivas que tratan, en efecto, sobre el secreto de las cosas de este mundo, su modo de ser siempre más oscuro de lo que imaginamos. Y lo portentoso es que, aún y guardando el secreto con gran maestría, sin embargo, nos enteramos de todo. O por lo menos eso creemos.
«Del padre, en cambio, lo sabemos todo al instante, mientras sucede. Sin embargo, es igualmente secreto»
El monólogo del padre es enteramente distinto y aquí domina la tercera persona y el presente de indicativo. Es un modo de contrastar con el capítulo de su hija, siempre dirigido hacia el pasado y la rememoración. Del padre, en cambio, lo sabemos todo al instante, mientras sucede. Sin embargo, es igualmente secreto. Este hombre, Edward, decidió un buen día, al salir para un recado banal, no volver a su casa y seguir caminando, primero por el suburbio de la ciudad, con sus gasolineras, supermercados, almacenes y párkings de camiones, luego por decenas de pueblos o villas o descampados, hasta dar con un lugar en el que, días después, decide descansar. Pero no lleva dinero, ni llaves, ni un cepillo de dientes, ha salido sin nada y sin nada seguirá días, semanas, meses, años, cambiando de lugar y sobreviviendo del modo más azaroso, aunque siempre convincente.
En un momento de su carrera a matacaballo liga algo parecido a la amistad con un padre y su hijo que también van por este mundo haciendo chapuzas y viviendo de puro milagro. La relación tendrá efectos decisivos, pero el lector no lo sabrá hasta el final. También tardará en comprender qué clase de gente son. Pron ha incluido en el misterio de las cosas de este mundo la verdadera naturaleza de la pareja hasta que ya no puede ocultarlo más.
¿Por qué huye el señor Byrne? ¿Y de qué? A pesar de las 110 páginas que le dedica Pron al padre, nunca lo sabremos. O quizás sí, pero será porque cada lector lo habrá decidido juntando retazos o facetas de la hija y del fugitivo como quien resuelve un rompecabezas. Desde luego no huye por ningún motivo banal: su mujer, un interesante personaje secundario, artista de vanguardia o, quizás mejor, de post vanguardia, es una persona con carácter propio, con personalidad, y no parece que entre ambos sucediera algo irreparable. ¿Por qué se fue, de que escapaba en esa variante del «me voy a por tabaco»? Bueno, el lector deberá decidirlo, porque forma parte del misterio de las cosas de este mundo.
Es muy de agradecer que Pron haya resuelto, con esfuerzo, imaginación y talento, respetar el arte de escribir en tanto que arte, y no como diversión, entretenimiento, pasatiempo o autoayuda. El autor de la novela no existe en esta novela, siempre está ausente, nunca sabemos qué opina de sus personajes, no es Dios. Eso sí, las reflexiones que expone de las cosas secretas de este mundo están impregnadas de filosofía alemana, es decir, de seriedad. Es una gran novela, pero sólo para muy buenos lectores. Iba a añadir, «como yo», pero sería una mentira. Si digo «como usted» doy mejor en el blanco.