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Israel frente al extravío de la brújula moral

«Espero que Israel no pierda su alma en el campo de batalla, y no por sus detractores, que siempre tendrán un cómodo pero a la mano, sino por su propio futuro y el nuestro»

Opinión

El ministro de Defensa israelí visita la frontera de Gaza. | Europa Press

  • Ricardo Cayuela Gally (Ciudad de México, 1969) es editor y ensayista. Filólogo por la UNAM. Becario del Centro Mexicano de Escritores. Ha sido profesor universitario y conferencista. Fue jefe de redacción de ‘La Jornada Semanal’, editor responsable de ‘Letras Libres’ y director editorial de Penguin Random House México. Es autor de ‘Las palabras y los días’; ‘Para Entender a Mario Vargas Llosa’; ‘La voz de los otros’ y ‘El México que nos duele’.

El frágil mundo que ha redimensionado el rol de víctima hasta volverlo el centro de toda aporía moral, cuando se trata de Israel o los judíos, extravía su brújula y abre la caja de Pandora de los matices. Las violentas manifestaciones antiisraelíes –cuando no abiertamente antisemitas– en las grandes ciudades del mundo, el goteo de atentados con víctimas mortales, las proclamas y amenazas apocalípticas de los líderes musulmanes, los maniqueos manifiestos y denuestos de muchas comunidades universitarias, las portadas de los principales diarios del mundo, las sumarias descalificaciones en Twitter, la semejanza de posturas entre partidos de extrema izquierda y extrema derecha (por fin sabemos lo que tienen en común), los delirios de algunos líderes latinoamericanos populistas e incluso de ciertos diplomáticos y políticos europeos, el uso torticero de la adversativa y demás contorsiones morales sobre el conflicto entre Israel y Hamás me tienen perplejo.

¿De verdad no está claro quién es la víctima? ¿De verdad hay dudas sobre quién inició la guerra? ¿Sobre quién ha borrado las fronteras entre civiles y militares, hombres y mujeres, niños y adultos, entre combatientes de una causa y civiles desarmados? ¿Sirve de algo hacer una breve recapitulación histórica y factual? Quizá no, pero no podemos dejar de intentarlo.

Gracias a los acuerdos de Oslo, la Franja de Gaza empezó a gozar, por primera vez en su historia, de plena autonomía en 2005. La ocupación israelí de 1967, producto de la guerra de los Seis Días, que sustituyó a la ocupación egipcia desde 1948, llegó a su fin. Nueve mil residentes judíos fueron trasladados, algunos a la fuerza, por el gobierno de Israel, y el poder quedó en manos de manera íntegra en la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que había nacido como parte de esos acuerdos.

En las elecciones de 2006, primeras en su historia y únicas hasta ahora, los palestinos votaron de manera dividida. En Cisjordania, ratificaron a los miembros de la ANP, herederos de la Organización para la Liberación de Palestina, pero en Gaza le dieron el poder a Hamás, que muy pronto se alzó en armas contra la ANP, dio un autogolpe de Estado, canceló la democracia y tras una cruenta guerra civil, con decenas de muertos (palestinos asesinados por palestinos) impuso una dictadura integrista. El sueño de una Palestina unificada, laica y abierta al mundo, en buena relación con sus vecinos, Egipto e Israel, llegó a su fin. Los gazatíes votaron de manera irracional por sus verdugos, como tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia. 

«La guerra no se rige por la ética. La guerra es la derrota de la ética. Por ello, Israel puede ganar la guerra y perder la paz»

Y el gobierno de Hamás ha sido consecuente. Tras incontables ataques terroristas, Israel redujo a dos los pasos fronterizos y cortó toda interlocución con ese Gobierno, cuyas bases doctrinales piden la destrucción de Israel y el asesinato de todos los judíos alrededor del mundo. Una doctrina que conocen bien los pobres afganos en manos de los talibanes o los iraníes en manos de los ayatolás. Una doctrina responsable del 11 de septiembre en Estados Unidos, del ataque en Francia al semanario humorístico Charlie Hebdo y la discoteca Bataclan o España por el 11 M y las bombas en los trenes de cercanías. 

Hamás no quiso nunca construir una sociedad próspera con los millones de dólares que ha recibido de la solidaridad mundial con la causa palestina y con las diversas agencias internacionales y ONG que operan en su territorio. Su único fin, además de cancelar toda disidencia e imponer una dictadura integrista a los sufridos gazatíes, ha sido acumular poder militar bajo el dictado de Teherán, su interesado patrocinador. Desde Gaza, los ataques a Israel han sido constantes. Y tras las previsibles e implacables respuestas israelíes, han sabido construir un relato victimista y una campaña internacional de propaganda que tiene a mucha gente engañada, que no distingue la legítima causa palestina por un Estado propio de los postulados homicidas de la yihad.

El problema de Israel en sus contraataques es que la infraestructura militar de Hamás está amalgamada con la infraestructura civil y la vida cotidiana de sus habitantes, a los que además usa de escudo humano. Por eso, el número de víctimas inocentes en Gaza siempre es enorme. El laberinto no tiene salida fácil. ¿Cómo combates a un enemigo que te odia al grado de deshumanizarte? ¿Cómo combates a un enemigo cuyo fin es exterminarte pero que usa a su propio pueblo inerte para defenderse? 

Tras el ataque del pasado 7 de octubre, con más de mil trescientos muertos israelíes, la mayoría pacíficos civiles de los kibutz alrededor de la frontera de Gaza o asistentes a un festival de música electrónica, asesinados y vejados de una manera inhumana, la situación ha cambiado para siempre, y con ello el mundo en el que vivimos. Israel no puede limitar su respuesta a incursiones áreas, mortíferas, con muchas víctimas inocentes e inútiles. Israel debe asegurarse de que la Franja de Gaza no sea gobernada por Hamás. Y la única salida legal que ha encontrado ha sido declarar la guerra. 

La guerra no se rige por la ética. La guerra es la derrota de la ética. Por ello, Israel puede ganar la guerra y perder la paz. La guerra tiene leyes que todo Estado democrático en esa situación debe cumplir, incluido Israel. Desde esa declaración, ratificada por el Parlamento israelí, para el ejército de Israel cualquier objetivo de Hamás es un objetivo militar legítimo y su destrucción, legal. Pero no por ello será moral. Si Hamás usa escudos humanos para defender sus intereses, será corresponsable de las víctimas, pero eso no evitará esas víctimas inocentes. Las consecuencias de la guerra serán atroces para Hamás, merecidamente, pero también para el pueblo de Gaza, lo que me conmueve profundamente. Espero que Israel no pierda su alma en el campo de batalla, y no por sus detractores, que siempre tendrán un cómodo pero a la mano, sino por su propio futuro y el nuestro.

7 comentarios
  1. SUASORIAE

    Extraordinario artículo. No puedo estar más de acuerdo. Gracias.

  2. Ricarditus

    Genial artículo Don Ricardo, lo deja usted tan a las claras que el tonto que lo intente rebatir va a quedar retratado.
    Si mi país es bombardeado, y matan civiles como estrategia de guerra ellos serán culpables. Y mi país tiene el deber y el derecho a defenderse, y si en la defensa mueren civiles del agresor, también serán culpables, máxime si los utilizan como escudos humanos.
    Con Israel siempre!

  3. Fedeguico

    Descuiden que el ejército israelí nunca perdió su alma en la batalla ni lo hará. Primero porque un caballero israelí es incapaz de una bajeza, no como la escoria inhumana de Hamás que combate y a cuya altura nunca se situará. Segundo, porque el salvajismo es un error militar de bulto sumamente contraproducente que encorajina e incita a la lucha total del contrario, al tiempo que causa justa censura y desafección en las propias filas. Tercero, porque el gobierno israelí no necesita echar carnaza a las hienas; son un pueblo culto y civilizado y no hordas de acomplejados y resentidos.
    El terrorismo no acobarda, desmoraliza ni desestabiliza a quienes lo padecen, todo lo contrario -lo que sí lo hace es la pasividad, la vacilación y la lenidad a la hora de combatirlo y erradicarlo-. El terrorismo es una orgia de sangre exclusivamente dirigida a los propios. El único objeto del terrorismo es terminar de desquiciar moralmente a los tuyos y convertirlos en bestias monstruosas sin marcha atrás.
    Los israelíes -incluso los agnósticos- creen en un Dios de bondad y no necesitan vender su alma al Diablo.

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