Ni escuchan, ni quieren escuchar
«Los independentistas alardean de que los indultos, la sedición o la malversación, han sido logros suyos arrancados bajo el chantaje de la dependencia de Sánchez»
Dijo en su día el presidente Pedro Sánchez que los indultos tranquilizaron la vida política catalana. También dijo Sánchez que la derogación del delito de sedición era para equipararse con Europa. Aseveró también que la rebaja de las penas por la malversación era una medida conciliadora que en nada afectaba a su incansable lucha contra la corrupción. Eran medidas, según él, que surgían de su visión histórica, estratégica y genial para llevar la convivencia y la normalidad democrática a Cataluña.
Siempre lo vendió Moncloa como si fuera medidas pensadas y desarrolladas por ellos, sin ninguna presión ni demanda externa. Y explicaban que gracias a ellas habían generado la tranquilidad que se vivía en los últimos años en Cataluña. Nunca se incluía en esa tranquilidad a todos los catalanes, por ejemplo, a los que seguían sufriendo acoso por defender que sus hijos estudiasen en español.
Y llegaron las elecciones del 23 de julio. Y con el mismo tono con el que habían negado siempre la opción de una amnistía o un referéndum de autodeterminación, la noche del 23 de julio, descubrieron otra meta-realidad. Explicaba Sánchez por fin, con su sonrisa de supuesta superioridad que no se trataba de votos sino de » superar las consecuencias judiciales de la situación que vivió España con una de las peores crisis territoriales de la historia de la democracia en 2017″. Desde el entono presidencial, y desde los cargos socialistas dependientes de él, se empezaba a apuntar, de repente, que la amnistía era totalmente constitucional y que con ella volvería la paz, la convivencia y se abriría un nuevo periodo en Cataluña.
Pero algo no ha debido de ir bien o no se quiere que se sepa. Esa es la ventaja y lo terrible de Sánchez. Nadie se fía de nada de lo que dice, ni tampoco de nada de lo que calla. Siempre va a intentar engañarte. Las negociaciones siguen, pero el tono ha cambiado. Lo que Sánchez iba a explicar tras la ronda de conversaciones se ha convertido ahora en un muro de silencio y oscuridad.
Ya no se piden palmeros que defiendan la constitucionalidad de esa palabra amnistía que ahora ninguno cita. Solo, el siempre entusiasta del caos, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero se internaba en un nuevo viaje de defender lo indefendible. Un viaje que ha durado poco tras el destrozo dialectico y político que sufrió en la primera entrevista con el periodista Carlos Alsina. Era paradójico que fuera precisamente él, el aprendiz de mago que abrió la tormenta política con su acuerdo a solas del Estatut con Artur Mas. El Estatut que, a pesar de la clarísima inconstitucionalidad de varios artículos, se llevó a referéndum. Un referéndum que por cierto no fue votado ni por la mitad de la población catalana.
Pues en esa estamos cuando el muy honorable president de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, ha decidido forzar las tinieblas de la negociación o intentar hacerse nombre en la causa y que no pareciera cosa solo de Puigdemont. Nada mejor para él que hacerlo en Madrid, en la Comisión General de las Comunidades Autónomas del Senado. Una reunión forzada por el Partido Popular con mayoría absoluta en la que siempre se dijo que era la Cámara territorial, y a la que los dialogantes presidentes socialistas autonómicos no han acudido ni a escuchar ni a hablar.
«No sabemos si esta necesidad de ser necesarios que sufren todos los posibles socios de Sánchez está dificultando realmente la investidura de Sánchez o de nuevo es una magnifica representación teatral de todos»
Y Aragonès habló, fijó y fuese. Fuese sin escuchar a nadie. Sin querer saber de manera directa qué pensaban los otros trece presidentes de comunidades y ciudades autónomas. Ha hecho en el Senado la más clara demostración de cómo entienden el dialogo, de cómo quieren hablar con el resto de España. Quieren que todos le escuchen, le comprendan y le apoyen. En todo. Y punto final.
El muy honorable nos ha explicado donde está ERC. Donde ha estado siempre. En la amnistía, en el referéndum y que no se olvide nunca, también en la pasta, en el dinero que exigen al resto de los ciudadanos de España de manera incansable e incontable con cuentas trucadas y trufadas. Así están las cosas. Lo que no sabemos es lo que está haciendo Sánchez.
Puede que esté todo cerrado y acordado y ahora vivamos días de escenificación de cara a parecer que todo se rompe y que, a última hora, como le gusta a él, consigue salvar la investidura. Poco sabemos porque ni siquiera sabemos cuál es su postura de arranque. Aunque parezca extraño, Pedro Sánchez ha vuelto a incumplir su palabra de explicar su posición en las negociaciones tal y como dijo que haría una vez que hubiera recibido el encargo del Rey de abordar la investidura.
Así que las palabras del president catalán en el Senado afirmando que «la amnistía es imprescindible para avanzar en la resolución del ‘conflicto político’ y que además es sólo un punto de partida para negociar un referéndum pactado sobre la independencia» deja claro que ellos no han renunciado a nada. Absolutamente a nada. Incluso alardean de que los indultos, la sedición o la malversación, han sido logros suyos arrancados bajo el chantaje de la dependencia de Sánchez a sus votos. Y es cierto, todos lo sabíamos. Como también lo es que ahora ERC no puede exigir menos que los otros independentistas de Junts. «No quieren ser contingentes, quieren también ser necesarios», que diría el maestro Cuerda.
No sabemos si esta necesidad de ser necesarios que sufren todos los posibles socios de Sánchez está dificultando realmente la investidura de Sánchez o de nuevo es una magnifica representación teatral de todos. Lo que sí tenemos ya claro es que los independentistas no escuchan, ni quieren escuchar otra cosa que lo que piden. Y también tenemos claro que Sánchez por un puñado de votos hace lo que haga falta.