THE OBJECTIVE
José García Domínguez

El fin de la 'raza catalana'

«La confluencia de flujos migratorios y la decadencia del saldo vegetativo de la población local, constituye algo que obsesiona a los independentistas»

Opinión
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El fin de la ‘raza catalana’

El expresident catalán Carles Puigdemont. | Ilustración: Alejandra Svriz

Si el modelo matemático que han diseñado los estadísticos de la Generalitat para medir la evolución del número de habitantes de la demarcación en cada instante del tiempo funciona correctamente, el pasado 8 de octubre de 2023, justo a las 21.11 horas, Cataluña alcanzó por primera vez en la historia la cifra de 8 millones de pobladores. Y teniendo en cuenta que la tasa de fecundidad de las mujeres en ese alborotado rincón del Mediterráneo resulta ser de las más bajas del mundo (apenas 1,7 hijos por madre, lo que ni permitiría mantener constante el censo), el hito procede atribuirlo en su totalidad al aumento de residentes foráneos que ha experimentado Cataluña desde el cambio de siglo -cuando Jordi Pujol todavía recitaba el latiguillo célebre de los 6 millones-, en su inmensa mayoría de origen extracomunitario. 

Una mutación demográfica que exhibe su plasmación acaso más impactante en los datos del padrón correspondiente a la ciudad de Barcelona, que en su última actualización reflejan ya que el porcentaje de vecinos de la capital catalana no nacidos en España ronda ahora mismo el 30% del total. Un dato, ese de que el 100% del crecimiento demográfico de Cataluña quepa atribuirlo a la inmigración extranjera, que resulta menos chocante cuando se acusa recibo de que que también el 100% de los puestos de trabajo creados en ese territorio durante los últimos años han sido ocupados por inmigrantes extranjeros. Sí, el 100%. Algo no muy distinto, por cierto, a lo que viene ocurriendo en el resto de España, donde el 95% del nuevo empleo neto generado por la economía durante el ejercicio pasado, el 2022, fue destinado a extranjeros. 

Por lo demás, las proyecciones que manejan tanto la propia Generalitat como el INE estiman un ritmo constante de crecimiento del flujo de inmigrantes no europeos hacía Cataluña de en torno a unas cien mil personas anuales hasta 2035; de mantenerse esos promedios, en 2050 se llegará a los 10 millones, un escenario en el que los catalanes de estirpe autóctona constituirán una clara minoría sobre el conjunto. Y eso, la confluencia de flujos migratorios crónicos y acusados con la no menos acusada decadencia del saldo vegetativo de la población local, constituye algo que obsesiona a los independentistas. Y con mucha razón, por cierto. A fin de cuentas, si el procés no terminó en 2017 con un reconocimiento internacional de la autodeterminación unilateral de Cataluña, hecho que habría abierto las puertas a la secesión efectiva de ese territorio, la causa última del fracaso de los separatistas procede buscarla en el Plan de Estabilización de 1959.

«Fue aquel cambio demográfico, el de los sesenta, lo que evitó la hiperlegitimación de los separatistas a ojos de la comunidad internacional»

En el fondo, el procés se frustró cuando, varias décadas atrás, un grupo de tecnócratas, todos ellos inconscientes de la trascendencia para la unidad de España de las decisiones que iban a tomar, diseñaron el proyecto de liberalización económica que llevaría asociado el asentamiento definitivo en Cataluña de unos dos millones de trabajadores procedentes de las zonas meridionales de la Península. De no haber sido por aquellos desplazamientos masivos ocurridos a principios de la década de los sesenta, desengañémonos, un porcentaje que hubiese rondado el 80% de la población habría apoyado la asonada que concluyó con la declaración unilateral de independencia. Fue aquel cambio demográfico, el de los sesenta, lo que evitó la hiperlegitimación de los separatistas a ojos de la comunidad internacional, empezando por los observadores de Berlín y Bruselas. 

Porque andan muy lejos de constituir políticamente lo mismo una revuelta de la mitad -raspada- de Cataluña, por un lado, y una revuelta de la inmensa mayoría de Cataluña, por otro. No, ni en el plano interno ni en el externo, hubieran implicado lo mismo. Josep Vandellós, economista, estadístico y genuino pionero de la ciencia demográfica en España (asimismo fundador junto con Pompeu Fabra, el padre del catalán moderno, de la Sociedad Eugenésica Catalana, entidad desde la que ambos promovieron, en 1934, el Manifiesto por la preservación de la raza catalana), escribió por aquellas mismas fechas, en 1935, lo que sigue: «Si continúa la situación actual, en 1965 nos encontraremos con una población no catalana que representará al menos la mitad de la catalana. ¿Cómo serán las elecciones entonces?». Corría 1935 y ya lo veían venir. Moralina: Puigdemont no puede renunciar ahora, y bajo ningún concepto, ni a la unilateralidad ni al referéndum a corto plazo. La raza se extingue y el tiempo juega en su contra.

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