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Alejandro Molina

Premios

«Los hay de dos tipos. Los que al otorgarse dan prestigio al premiado y los que al concederse buscan para sí el prestigio o la fama que al galardonado ya le sobra»

Opinión
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Premios

Premio Príncipe de Asturias de la Concordia junto a Meryl Streep | Ilustración de Alejandra Svriz

Porque le han dado a Sonsoles Ónega el premio Planeta anda el foro muy metete: que si ha sido un tongo, que si a Delibes una vez le ofrecieron ganarlo, que si su objetivo es el «lector hembra» (Cortázar), etcétera. No sabía yo que Fernando Ónega tuviera una hija. Se conoce que sale por la televisión. España es un país de estirpes; no sólo en la Banca y en la empresa, que sería lo normal por sucesión hereditaria, sino también en los papeles, en la prensa y en las variedades. Yo qué sé, la estirpe María Teresa Campos, la de Rocío Jurado, la de Matías Prats, la de Julio Iglesias; hasta el que hacía de Curro Jiménez en la televisión tiene un nieto que era influencer o youtuber, lo que sea, uno de esos nuevos oficios; pero ahora está preso.

Creo que los premios los hay de dos tipos. Los que al otorgarse dan prestigio al premiado y los que al concederse buscan para sí el prestigio o la fama que al galardonado ya le sobra, o al menos no la necesita. Tengo para mí que los Princesa de Asturias, por ejemplo, han arrastrado y aún arrastran innecesaria y lastimosamente el perfil de premio que busca para sí el prestigio o la fama que ya tiene el premiado por su propia nombradía. No tienen, como los Nobel de Literatura últimamente, los cojones de premiar a uno que, con mérito o sin él, no lo conozca ni su familia en la mesa a la hora de comer. El Nobel de Literatura: una cosa a medio camino entre la burla global y una lotería primitiva para las editoriales artesanas que de carambola tienen los derechos de —un poner— los libros de poesía de una lesbiana birmana refugiada en Costa de Marfil.

El culmen de esa mendicidad del prestigio o la fama del premiado fue cuando en 2003 le dieron a J. K. Rowling el entonces premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Por favor. ¿La concordia con qué? No será con la literatura, digo yo. Y con el mundo trans parece que tampoco; pero vamos, en el locurón ese no es precisamente culpa suya. Pero no escarmientan. Este año le han dado el premio Princesa de Asturias de las Artes a Meryl Streep. Y mira que hay artes, y anda que no hay gente con méritos en el cine mundial como para tener que ir a Hollywood a expurgar allí un famoso a medio jubilar que se digne a desplazarse y recoger el premio en persona a esta remota esquina del Imperio y sin confundirla con México.

«Más triste fue el conocido rechazo por Pasternak de su Nobel de literatura en 1958»

Hay también una forma —inversa— de contribuir al prestigio de un premio, que es rechazarlo a la vista de los previamente galardonados. Grigory Sokolov, por ejemplo, rechazó el premio Cremona Mondo Musica en 2015 con una carta al Comitato Artistico di Cremona Mondomusica en la que escribió: «De acuerdo con mis ideas sobre la decencia elemental, me avergonzaría estar en la misma lista de premios que [Norman] Lebrecht». Ciertamente, Sokolov es el mejor pianista en activo del mundo, mientras que Lebrecht es un periodista que sería a la música culta lo que Jaime Peñafiel es al Derecho Nobiliario y Dinástico. No sé si me explico.

Y hablando de música y reconocimientos, quien muy elegantemente prestigió un reconocimiento rechazándolo fue Johannes Brahms. Con ocasión de su nombramiento como ciudadano honorífico de su Hamburgo natal, en 1889, al parecer le sondearon para ser director musical de los Conciertos Filarmónicos de su ciudad. Brahms toda su vida había ambicionado profesional y sentimentalmente aquel puesto, y le había dolido profundamente haber sido rechazado cuando se postuló a él en 1862, estando en la plenitud de su vida artística. Fue Viena quien le acogió y donde triunfó. Ahora que por fin parecía que le brindaban aquel reconocimiento ya no contaba con la energía y cualidades artísticas que a su juicio merecería un conjunto musical como aquel que tanto quiso, así que desdeñó las gestiones para la consecución del puesto para no desprestigiarlo con un pobre desempeño.

Más triste fue el conocido rechazo por Pasternak de su Nobel de literatura en 1958. Mucho se ha especulado sobre si fue la intervención de la CIA en la difusión en ruso en el exterior de su Doctor Zhivago lo que paradójicamente más perjudicó al escritor, pesando en la decisión del régimen soviético de presionarle para que rechazara el galardón. Lo cierto es que los miembros de la Academia Sueca sólo pudieron leer la obra en la traducción italiana de Feltrinelli, que también la publicó en ruso el mismo año que le dieron el premio. Sea como fuere, el lacónico rechazo de Pasternak condensa el gélido ambiente de la guerra fría también en el frente cultural: «Considerando el significado que este premio ha tomado en la sociedad a la que pertenezco, debo rechazar este premio inmerecido que se me ha concedido. Por favor, no tomen esto a mal».

Hay premios y premiados. Señoras Ónega, Rowling y Streep, que seguro me estarán leyendo: no tomen esto a mal.

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