Un aplauso interminable para la heredera
«España es la única monarquía parlamentaria del mundo que obliga a su heredero a comparecer ante las Cortes para comprometerse con el orden constitucional»
Fueron 3 minutos y 51 segundos de aplausos. Y de no haber sido por la interrupción de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, fácilmente hubieran superado los cinco minutos. Fue la manifestación espontánea de una necesidad; la de celebrar lo que nos une en tiempos de desunión y hostilidades políticas. El solemne juramento de la Constitución por parte de la heredera al trono, Leonor de Borbón y Ortíz, es la expresión de la continuidad de la Monarquía, símbolo de unidad y de permanencia de una identidad colectiva que viene de una historia común de siglos. Pero además la jura tiene una profunda trascendencia política y jurídica: representa la subordinación de la heredera al trono a la Constitución, el Parlamento y la soberanía popular, que son las fuentes de las que emana su legitimidad. La joven princesa, vestida con un traje chaqueta blanco, asumió esa responsabilidad con tal madurez, serenidad y dulzura que allí no había quien dejara de aplaudir.
«Juro desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas y fidelidad al Rey». Leonor de Borbón prestó juramento con las mismas palabras usadas por su padre hace 37 años y diez meses, el 30 de enero de 1986, cuando cumplió los 18 años. Entonces estuvieron presentes todos los diputados de la Cámara, excepto los de Herri Batasuna, y todos los presidentes de las comunidades autónomas, incluidos el catalán Jordi Pujol y el vasco José Antonio Ardanza. Unidos en la lealtad a una democracia parlamentaria que apenas tenía ocho años de vida. Una unidad que contrasta con el clima institucional de división con el que hoy el Rey y ahora su heredera han de convivir.
Precisamente ayer, 31 de octubre, coincidiendo con la jura de Doña Leonor, se cumplían 45 años desde que el Parlamento aprobó la Constitución, cuyo artículo 1.3 dice que «la forma política del Estado española es la monarquía parlamentaria». Fue votada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 y obtuvo el apoyo del 90% de los ciudadanos. Armengol recordó esta fecha para destacar todos los cambios de las instituciones y la sociedad españolas. «Esto nos ha permitido llegar hasta aquí como una democracia consolidada, moderna, anclada en una Carta Magna que ha alumbrado el mayor progreso y estabilidad de nuestro país». ¡Qué relevantes resultan las palabras de guardar y hacer guardar la Constitución pronunciadas por la princesa de Asturias!
Frente a quienes quieran ver en el acto de ayer una pomposa exaltación de la Corona, ante la sede de la soberanía nacional, como muchos de los diputados de las fuerzas independentistas, nacionalistas y de izquierda que decidieron ausentarse, cuya falta por cierto ni se notó y si acaso se agradeció por la mayor holgura en los asientos dispuestos en el hemiciclo, la jura significa la sumisión al orden constitucional por parte de quien en un futuro ostentará la Jefatura del Estado. España es la única monarquía parlamentaria del mundo que obliga a su heredero o heredera, una vez alcanzada la mayoría de edad, a comparecer ante las Cortes Generales para comprometerse con el orden constitucional. Sólo así puede acceder a sus derechos dinásticos. Es una característica excepcional de nuestra monarquía. La única también entre el resto de las europeas que ha sido votada democráticamente.
El discurso de Armengol giró en torno a la pluralidad, el feminismo y la identidad nacional. La presidenta del Congreso, que escogió un vestido por encima de la rodilla azul y unas bailarinas planas de purpurina que convivían mal con la solemnidad del acto, citó los versos de tres poetas contemporáneos de tres lenguas distintas: valenciano, euskera y gallego a modo de reivindicación de la reforma aprobada al inicio de la legislatura para el uso de las lenguas cooficiales en la Cámara que tanta polémica ha generado. Una cita de Vicent Andrés Estellés le sirvió para afirmar: «Aquello que vale, únicamente, es nuestro compromiso con el pueblo. Siempre y por encima de todo. Porque la democracia, señoras y señores, no es otra cosa que el poder del pueblo».
«La ausencia de todos los futuros socios de Sánchez no restó un ápice de solemnidad y emoción a un acto cuya protagonista apunta ya maneras de convertirse en una gran reina, la primera de la democracia»
Es inevitable contrastar el discurso de la presidenta con el tono institucional usado para la ocasión por el también socialista Gregorio Peces Barba, uno de los padres de la Constitución, cuando como presidente del Congreso recibió el juramento como heredero al trono del actual Rey: «La Corona en nuestra Monarquía Parlamentaria es una institución central que simboliza la unidad y permanencia del Estado, que arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones que constituyen los poderes y asume la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales».
Armengol, acabada la ceremonia, anunció que cerraría el acto reproduciendo las mismas palabras que Peces Barba usó en su momento: «Las Cortes Generales acaban de recibir el juramento que Vuestra Alteza Real ha prestado en cumplimiento de la Constitución, como heredera de la Corona. Señorías, ¡viva la Constitución!, ¡viva el Rey!, ¡viva España!» Antes de comenzar el acto, se especulaba en los pasillos del Congreso sobre si la presidenta, con una declarada afinidad por los nacionalismos periféricos y artífice de la deriva nacionalista de Baleares durante su presidencia en esa comunidad, se atrevería a poner en su boca esas mismas palabras. Las pronunció sí, pero sólo se animó a hacerlo citando a su antecesor socialista en el cargo.
Pero ni esas triquiñuelas ni lo poco elevado del discurso de Armengol ni tampoco la ausencia de todos los futuros socios de Pedro Sánchez si logra reeditar su Gobierno, lograron restar un ápice de solemnidad y emoción a un acto cuya protagonista, con su humildad y su hasta ahora siempre impecable cumplimiento de sus funciones oficiales, apunta ya maneras de convertirse en una gran reina, la primera de la democracia española.