El poder de la yihad
«La superioridad militar de Israel no garantiza la victoria. No solo se enfrenta con patriotas palestinos, sino con ‘muyahidines’ dispuestos a morir por Alá»
Edificada a comienzos del siglo XIII en Delhi, la mezquita Quwwat-ul-Islam recuperaba la iniciativa omeya de Qusair al-Amra (hoy en Jordania), de incorporar las imágenes de los vencidos —en este caso don Rodrigo incluido—, para poner de manifiesto la condición del islam como poder universal, por encima de otros reyes y credos. Construida a continuación de la conquista de Delhi por los ejércitos musulmanes, el nombre de la mezquita significa precisamente «El poder del islam» y la dominación de la verdadera creencia, para el constructor, es expresada al proceder todas sus columnas de templos hindúes, derruidos con ese objeto. La vocación de universalidad se refleja en la elevación del alminar, con más de 70 metros, visto durante siglos como el más alto del mundo.
La excepcionalidad del poder del islam se mantiene, actualmente, muy por encima de lo que pueden indicar unos restos arquitectónicos. Hasta hace medio siglo, el islam era ante todo la religión de cientos de millones de creyentes, cuya dimensión anti-occidental estaba asociada a la causa palestina, incluso en la vertiente terrorista que causó la trágica sorpresa del atentado cometido durante la olimpiada de Múnich en 1972. A fines de la misma década, la irritación causada por la paz de Camp David entre Israel y Egipto, impulsó el paso a la acción de la corriente radical que anidaba en la única organización moderna del mundo musulmán, los Hermanos Musulmanes de Egipto, los Ikhwan.
El atentado mortal contra el presidente Anuar al-Sadat, en 1981, fue el toque de llamada para que desde su matriz nacieran movimientos donde se fundían la capacidad organizativa y el método terrorista, con la yihad y su horizonte universal como signos distintivos. De ahí, surge Al Qaeda, en la cual convergen el ikhwan radicalizado Ayman al-Zawahiri y la ortodoxia militante de raíz saudí de Osama bin Laden, siempre con Palestina al fondo, pero incorporada a la nueva yihad vencedora en Afganistán. Y con un horizonte de atentados que desemboca en la declaración de guerra a americanos y judíos de 1998, anuncio del 11-S. Y surge también en Gaza, en 1987, de la predicación de otro ikhwan, el jeque Ahmed Yasin, el Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás. Sin olvidar en absoluto la dimensión patriótica, consistente en liberar hasta el último centímetro de tierra palestina, Hamás adquiere un fundamento teológico, ver en Palestina una fundación territorial (waqf) de Alá, inalienable hasta el fin de los tiempos y, de acuerdo con los hadiths, considerar un deber el exterminio de los judíos. Los atentados contra personas y los secuestros serán una constante en la actividad de Hamás, hasta culminar en el asalto general del 7 de octubre.
Los errores estratégicos de Estados Unidos en la supuesta lucha contra el Eje del Mal decidida por George W. Bush han hecho posible el paso a una fase ascendente del yihadismo en distintos escenarios (Irak, Palestina, Afganistán) hasta convertirse en un reto hasta ahora infranqueable para la política occidental en Oriente Próximo. Al tiempo viene a sumarse la actuación cada vez más determinada del Irán de los ayatolás contra Estados Unidos e Israel, dentro de lo que llaman el Eje de la Resistencia, al lado de Hamás y Hezbolá. El balance está ahí. La conquista de Irak por las fuerzas americanas desemboca en la respuesta del Estado Islámico y la de Afganistán, en la victoria final de los talibanes. Es el nuevo paisaje político-militar en que se inscribe la reciente acción de Hamás.
De cara a la presente crisis, la advertencia es clara. La superioridad militar de Israel en modo alguno garantiza la victoria, por encima de las ya graves dificultades que plantean la conquista de una ciudad, aunque esté semi en ruinas, y la presencia de la red de túneles. Conviene recordar la experiencia de Mosul, en la guerra del Estado Islámico. Fue conquistada en un soplo por los yihadistas, mientras su recuperación tardó meses, hasta que la ciudad quedó prácticamente destruida.
«Un error común en los análisis sobre la crisis consiste en ignorar el fondo religioso que informa la acción de Hamás»
Insitimos. Un error común en los análisis sobre la crisis consiste en verla desde un punto de vista político e ignorar el fondo religioso, el sentido de yihad que informa en todo momento la acción pasada y previsible de Hamás. El Tsahal no se enfrenta solo con patriotas palestinos, sino con muyahidines dispuestos a matar judíos y morir por Alá, como los 2.000 que el 7 de octubre entraron en el sur de Israel por casi 30 brechas practicadas en sus defensas, cobrándose más de 1.300 vidas judías. La justificación de la ferocidad se encuentra en la Carta fundacional de Hamás, con la consigna de combatir y morir sin descanso, hasta lograr esa eliminación total de los judíos, no solo del «Estado sionista». Finalidad que enlaza con el sentido de la organización, observable tanto en la gestión de la vida social en Gaza, incorporando la vertiente asistencial de los servicios, la pobreza, etc., heredada de los Hermanos Musulmanes (a diferencia de la Autoridad Palestina en Cisjordania) como en el propio mantenimiento de su dominio desde su conquista del poder en 2007.
Dimensión organizativa que Hamás aplicó puntualmente al mantenimiento de su poder mediante vigilancia generalizada, cárcel, torturas y ejecuciones, según denuncias reiteradas de Amnistía Internacional. Y a la cuidadosa preparación e información sobre la invasión del día 7, tal y como relató su portavoz Alía Barakat a Russia Today, de dos años de gestación a las informaciones escalonadas a los aliados primero (Hezbolá, Irán) y luego a «los turcos», con quienes la dirección celebró a las 9 a.m. una entrevista, sin duda para un primer balance. En un artículo anterior, hice una mala lectura, ya que «los turcos» no era Erdogan, sino la dirección política albergada entonces por Turquía.
Por lo que toca al modus operandi, hoy conocido por los documentos ocupados a los milicianos por el Tsahal, luego divulgados por los medios israelíes, destaca su precisión técnica y en la designación de objetivos, basada en un conocimiento asombroso de cada uno de ellos, graduando la preferencia por la eliminación física o por la obtención de rehenes. También en este aspecto de la muerte y el secuestro rentable, estamos ante una actualización de la enseñanza clásica ofrecida por las campañas del primer islam, tanto en la batalla de al-Badr como en la conquista y aniquilación de judíos en el oasis de Jaybar. La evocación de Jaybar acompañó desde un principio a las crónicas exultantes de la invasión, en el mismo periódico catarí que ahora anuncia el principio del fin para el Estado Sionista.
No es preciso recordar que solo la protección de Estados Unidos confiere perspectivas de éxito para Israel, dentro de un horizonte militar de suma dificultad y en un marco internacional cada vez más hostil, que las declaraciones del primer ministro Netanyahu y el propio estilo militarista de la información israelí nada han hecho para contrarrestar.