Heredera de la Corona
«Como institución por antonomasia del largo plazo, la monarquía suma al brillo del pasado la solidez del presente y la esperanza de un futuro compartido»
Este martes, día simbólico y crucial para la democracia española, doña Leonor de Borbón juró lealtad a la Constitución y a las leyes, fidelidad a la nación y al Rey, y leal desempeño de sus funciones como sucesora en la Jefatura del Estado. Día histórico, además, porque refleja a la perfección la continuidad a través de los siglos de nuestro país, una noble idea de permanencia sin la cual ninguna nación puede sobrevivir.
La importancia de la Monarquía reside —al menos en los tiempos modernos— en su autoridad simbólica, ajena al regateo corto de la política. Como institución por antonomasia del largo plazo, la Corona suma al brillo del pasado la solidez del presente y la esperanza de un futuro compartido. No se trata de un elogio menor en una época tan líquida como la actual, que no parece —ni quiere— reconocer verdad objetiva alguna. Aquí se puede afirmar —ya lo he escrito en alguna otra ocasión— que, si ninguna formulación de la política es preferible a una libertad ordenada, resulta difícil que una sociedad pueda prosperar sólo apoyada en la mecánica de sus impulsos inmediatos y carente de unas instituciones claramente perfiladas para el largo plazo: ese pensar en siglos, por ejemplo, que caracteriza al papado.
Nada quizás resume mejor la trascendencia de los contrapesos implícitos en una monarquía constitucional que el lamentable debate sobre la amnistía al que estamos asistiendo en estos días. No es una amnistía para la reconciliación, como se argumenta desde el poder, sino un pacto que responde a los bajos fondos del partidismo político y a las necesidades e intereses más básicos del poder. El precio a pagar por el cortoplacismo táctico será alto, no sólo por la amnistía (que marca una línea divisoria por la que van a pasar todas las placas tectónicas del debate público en los próximos años), sino también por el coste económico y social que tiene el poder cuando se ejerce desde las necesidades inmediatas y no desde una lectura de varias generaciones. La Historia mira siempre hacia el futuro; de ahí el valor de la responsabilidad.
«Los periodos de crisis se combaten con la solidez de las instituciones. Ninguna es tan sólida ni permanente como la Corona»
Me explico: en la Antigüedad, el sentido de la Corona era inseparable de la paternidad. De ahí que aún hoy perviva esta imagen tanto en su simbología como en el lenguaje que empleamos para referirnos a ella. Y es precisamente porque el padre representa mejor que nadie la responsabilidad debida de una generación a otra.
La jura de doña Leonor sólo puede ser motivo de enorme alegría. Nos habla en distintos registros del pasado, el presente y el futuro; nos habla de democracia y de Constitución; nos habla de encuentro y esperanza; nos habla, en definitiva, de todos nosotros. Utiliza, a ese efecto, el lenguaje de la paternidad porque la Corona no puede —ni debe— utilizar otro. Llamadas a perdurar, las familias saben que el perdón forma parte de cualquier léxico que se precie, al igual que el deber y la responsabilidad. «La monarquía parlamentaria no es sino una forma de república», dejó escrito Madame de Staël; y seguramente es la mejor forma de república. Que nadie se llame a engaño: los periodos de crisis se combaten con la solidez de las instituciones. Ninguna es tan sólida ni permanente como la Corona.