La trampa del 'molt honorable'
«La posición del independentismo es pedir lo imposible pero ir conformándose con pequeñas cosas posibles»
¿Cómo se negocia con alguien que no quiere negociar? Es un dilema eterno en la política. Lo vivió España en su lucha contra el terrorismo etarra, lo hemos visto en el conflicto palestino-israelí (en el manifiesto fundacional de Hamás está establecido que cualquier tipo de acuerdo de paz es herético). Lo hemos visto, salvando las distancias, con el independentismo catalán durante décadas, que no se plantea las conversaciones con el Estado como negociaciones sino como una manera de exigir lo que se le debe.
La estrategia del gobierno actual, más que ninguno otro, ha sido la cesión, con la esperanza de que eso lleve a la pacificación. Los defensores de esta postura dicen que ha funcionado. El apoyo al independentismo ha disminuido. Los líderes independentistas ya no defienden la unilateralidad, o si lo hacen es a través de eufemismos más rebuscados que la simple amenaza de ruptura.
No parece una estrategia sostenible en el largo plazo. ¿La idea es perpetuar ese privilegio con la esperanza de que no se convierta en algo más? Porque la posición del independentismo es pedir lo imposible pero ir conformándose con pequeñas cosas posibles: las últimas, la gestión de los trenes de Rodalies y la condonación de la deuda que tiene con el Estado. ¿Qué incentivos tienen los independentistas para conformarse con eso? Ninguno. Sobre todo en la situación que se avecina tras la ya casi confirmada investidura: Puigdemont puede retirar el apoyo al gobierno en cualquier momento. Y el líder de ERC, Oriol Junqueras, también ha confirmado que solo está dando apoyo a la investidura, y que ese apoyo será condicional a lo largo de la legislatura.
En una negociación, ceden ambas partes. En un chantaje, solo una. La supuesta cesión que ha hecho el independentismo consiste en no tirar la mesa de negociación. Los partidarios del gobierno insisten en que Puigdemont sale perdiendo con esto, y que Sánchez es un gran estratega que ha puesto contra las cuerdas al líder prófugo. Es una disonancia cognitiva grave. El PSC fue el partido más votado en Cataluña en las elecciones generales del 23 de julio porque funcionó el discurso de «que viene la derecha». Pero si se disipa ese miedo y vuelve Puigdemont a Cataluña y se presenta a las elecciones (porque como no ha sido condenado, no ha sido inhabilitado y puede presentarse, al contrario que Junqueras), quizá las cosas cambien. Y entonces las negociaciones quizá no sean en un despachito de Bruselas donde Puigdemont hace de presidente del exilio, sino en el despacho del presidente de la Generalitat.