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Andreu Jaume

Armengol poética

«Lo que importaba era que a la presidenta se la oyera pronunciar con folclórico esfuerzo unas palabras en la lengua recién aceptada en la guardería»

Opinión
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Armengol poética

La presidenta de Congreso, Francina Armengol. | Europa Press

Hasta ahora, a lo largo de toda la democracia, ningún presidente del Congreso nos había dado tanto que hablar como Francina Armengol, cuyo desempeño se ha distinguido, durante el escaso tiempo que lleva en el cargo, por no hacer nada más que un ridículo cada vez más deletéreo para la institución que representa. Después de convocar un pleno para debatir la modificación del reglamento que permitiera el uso de las lenguas cooficiales en el hemiciclo y autorizar dicho uso durante el mismo sin esperar al resultado de las votaciones –lo que convertía de facto el trámite en un fraude y en una burla al mínimo decoro exigible en tales procedimientos–, Mrs. Malaprop se ha vuelto a lucir con su discurso en la ceremonia de la jura de la Constitución de la princesa de Asturias.

Si bien se mira, toda su actuación durante el acto constituyó un burdo sabotaje de lo que allí se estaba llevando a cabo, que no era sino el sometimiento simbólico al ordenamiento jurídico constitucional de la heredera a la Jefatura del Estado, un rito, por cierto, único en las monarquías parlamentarias europeas. En el Reino Unido, como se vio en la coronación de Carlos III –menudo nombre para soportar en ese país una corona sobre la cabeza–, los reyes son ungidos, es decir, conservan un vínculo divino que en España se sustituyó por un acatamiento estrictamente legal. De ahí que Gregorio Peces Barba, que fue quien en realidad inventó el ceremonial, se enfrentara a la Casa del Rey durante los preparativos de la jura del entonces príncipe Felipe y exigiera que el heredero vistiera de civil y no de cadete, como era el deseo de su padre. Era importante dejar claro que en el Congreso no había mayor autoridad que la del poder legislativo, el mismo que había transformado a un monarca absolutista en uno plenamente constitucional. Por esa misma razón, Peces Barba también se enfrentó entonces a Felipe González, que había albergado la intención de tomar la palabra durante el acto, algo a lo que el entonces presidente del Congreso se opuso de forma tajante. 

En 1986, Peces Barba, catedrático de filosofía del derecho y persona de vasta cultura –hay que repasar el diario de sesiones para añorar la altura, el rigor y la independencia con que ejerció su cargo– pronunció un discurso breve, sobrio y estrictamente institucional, dedicado sobre todo a recordar los fundamentos de la democracia representativa. Ahora, Francina Armengol, persona de ostensible mediocridad intelectual y de nula preparación jurídica, escandalosamente servil además en lo que respecta a su relación con Pedro Sánchez, quiso sazonar su alocución con un condimento lírico, elegido en principio nada más que para reivindicar su medida estelar de permitir el heroico e histórico uso de las lenguas cooficiales en el hemiciclo, que hasta ahora solo ha servido para evidenciar que, además de maltratar y destrozar el castellano, sus señorías también tienen un nivel penoso en sus lenguas sentimentales. Para eso y para liberar al pobre Jorge Pueyo, la luminaria aragonesa de Sumar, que, según confesó, había sufrido «represión» por no haber podido expresarse en su acento. 

En su égloga, Armengol citó a tres poetas, Felipe Juaristi, Xohana Torres y Vicent Andrés Estellés. De la cita en vasco no hay nada que decir puesto que sirvió para ilustrar el deseo de que España fuera plural, diversa y «ancha como un corazón generoso». Está claro que ahí lo que importaba era que a la presidenta se la oyera pronunciar con folclórico esfuerzo unas palabras en la lengua recién aceptada en la guardería. Para el caso, hubiera bastado echar mano del refranero y soltar un «la conciencia ancha, la bolsa ensancha», que seguro que en vasco también suena bien. Mucho más interés tiene la cita de la poetisa gallega. Armengol quiso resumir con un verso de tres palabras su idea del feminismo: «Eu tamén navegar».

Si uno va a las fuentes, se encuentra con que el poema en cuestión se titula «Penélope» y está estructurado en dos secciones. En la primera, se oye al oráculo revelar una serie de imágenes muy bonitas: «Que sereas sen voz a vela embaten / Que un sumario de xerfa polos cons» («Que sirenas sin voz la vela embaten / Que un breviario de espuma por las rocas») y, al final, aparece la voz de Penélope para revolverse enérgica contra el destino: «Así falou Penélope: Existe a maxia e pode ser de todos. / ¿A que tanto novelo e tanta historia? / Eu tamén navegar». («Así habló Penélope: existe la magia y puede ser de todos / ¿A qué tanto ovillo y tanta historia? / Yo también navegar»)

«Francina Armengol quiso sazonar su alocución con un condimento lírico, que hasta ahora solo ha servido para evidenciar que, sus señorías también tienen un nivel penoso en sus lenguas sentimentales»

Ignoro si Xohana Torres es autora de obra más valiosa, pero este poema en particular merecería ser olvidado cuanto antes. Hay muchas autoras que en el siglo XX han recreado el mito de Penélope, desde Hilda Doolittle a Dorothy Parker, siempre con una conciencia revulsiva pero a la vez muy responsable de lo que ahí se custodia. ¿En qué cabeza cabe destruir la inagotable maravilla que late en la espera de la esposa de Ulises, en el infinito tejer y destejer de su labor –imagen que Hannah Arendt eligió para describir la tarea del pensamiento, que a la noche deshace lo que por la mañana ha empezado–, la más hermosa, enigmática y resistente afirmación humana frente al horror, justamente, de la guerra, el miedo y la sangre que en Grecia representa el mar? ¿De verdad define eso a la mujer liberada? ¡Eu tamén navegar! ¡Anda, que se meta Homero donde le quepan sus ovillos, sus historias y sus mitos, manda carallo!

En clase de medieval, el profesor Basilio Losada nos recitaba con voz cavernosa esa impresionante cantiga, el poema de Mendiño, con su obsesionante anáfora: «Sedia-m’ eu na ermida de San Simión / e cercaron-mi-as ondas que grandes son. / Eu atendend´o meu amigu’! E verrá? / Estando na ermida, ant’ o altar, / cercaron-mi-as ondas grandes do mar. / Eu atendend´o meu amigu’! E verrá?». La voz de la moza que espera a su amigo en la ermita de la isla de San Simón se va haciendo cada vez más ansiosa y alta, rodeada por el acecho ominoso de las olas, que van creciendo a medida que aumentan tanto la esperanza como la ansiedad de la enamorada. A pesar de la amenaza del destino («No tengo aquí barquero ni sé remar / moriré hermosa en el profundo mar»), el poema salva a la mujer repitiendo para siempre esa pausa que se abisma en su espera fértil y luminosa como un amanecer. 

La cita en catalán tampoco tiene desperdicio y es, probablemente, la más elocuente de las tres. Conviene citar el párrafo entero del discurso en el que se inserta:

«El compromiso de quienes hoy nos encontramos aquí no es otro que enfrentarnos a lo que ahí afuera se vive, a lo que ahí afuera ocurre». Porque, como escribió el poeta valenciano Vicent Andrés Estellés, «Allò que val és la consciència / de no ser res si no s’és poble». («Aquello que vale es la conciencia / de no ser nada si no se es pueblo.») Aquello que vale, únicamente, es nuestro compromiso con el pueblo. Siempre, y por encima de todo. Porque la democracia, señoras y señores, no es otra cosa que el poder del pueblo.

¡Toma castaña! He aquí que la tercera autoridad del Estado, en un momento de exaltación constitucional, decide cantar lo opuesto a lo que allí se estaba defendiendo, su némesis. La lengua catalana tiene una espectacular tradición poética, sobre todo en la Edad Media y en el siglo XX, pero Armengol tuvo que fijarse en uno de los peores y más limitados poetas –torrencialmente limitado, a juzgar por el grosor de su obra–, reconocido básicamente por haber dado voz al Volksgeist pancatalanista en ese poema, «Asumiràs la veu d’un poble», un poble, sí, un sol poble. Fijémonos en la carambola. La presidenta del Congreso decidió confundir –a sabiendas o por torpeza, es difícil escudriñar en ese rostro risueño las verdaderas intenciones– el concepto de pueblo que se menciona en la Constitución con la hipóstasis de esa idea precivil que ha animado y anima al fascismo defendido por gente como Puigdemont. 

La soberanía popular a la que la princesa estaba a punto de someterse en ese acto procede de una tradición política y jurídica emanada de la Revolución Francesa. Gracias a la «Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano» del 26 de agosto de 1789, cada individuo adquirió significación jurídica como parte de un mismo pueblo, entendido como organización democrática que trasciende los lazos de sangre y se integra en un sistema de reglas y garantías que velan por la igualdad entre los ciudadanos dentro de la nación regida por el Estado. Eso fue lo que permitió atacar y derribar la estructura estamental del Antiguo Régimen –la soberanía divina de Bossuet– y constituir la moderna idea de «pueblo» que luego se fue diseminando en todas las constituciones democráticas, como por ejemplo en la de Estados Unidos, y muy tardíamente en la nuestra de 1978. 

Pero la presidenta del Congreso, al citar ese verso de Estellés, no hizo sino ponerse en contra de esa doctrina. Mientras Leonor aguardaba pacientemente a pronunciar su juramento como heredera de una dinastía a la que a trancas y barrancas conseguimos insertar en la modernidad, Francina Armengol, en su particular performance, una séance lírica en toda regla, decidió resucitar el espectro de Fernando VII ante las narices de su encarrilada descendiente. Para el caso, hubieran servido también los versos del consabido himno de Pemán: «Viva España, / alzad la frente, hijos / del pueblo español / que vuelve a resurgir». «No se es nada si no se es pueblo, señorías, ¡Vivan las caenas!,» debería haber concluido Armengol.

No se es nada si no se es pueblo. Hay que repetirlo varias veces hasta notar cómo asoma la Vernichtung, la aniquilación total a la que debe someterse todo aquel que no quiera fundirse en la abstracción de la raza. No es de extrañar que la cita haya sentado muy mal en los ambientes independentistas. Tienen toda la razón los indignados. Citar a Estellés en ese acto fue una humillación imperdonable para todo lo que representa ese poema. Solo hay que imaginar la cara que pondría alguien como Gabriel Ferrater frente a una afirmación de ese tipo y recordar la advertencia que le hizo a Helena Valentí en su Poema inacabat: «Quan se t’acosti un lúbric d’ànimes / (ja m’entens) no li diguis gràcies / si et grapeja la teva. Fuig, / que s’ajaci en el teu rebuig, / i el vici que voldria fàcil, / que se li torni solitari. / Prou et deurà, si va aprenent / que és art llarga fer-se decent / i decent vol dir solitari, / lluny de strip-tease fraternitari». («Cuando se te acerque un lúbrico de almas / (ya me entiendes) no le des las gracias / si te magrea la tuya. Huye / que se acueste en tu rechazo / y el vicio que quisiera fácil / que se le vuelva solitario. / Bastante te adeudará, si va aprendiendo / que es arte largo volverse decente / y decente quiere decir solitario / lejos del strip-tease fraternitario». 

Así las cosas, la presidenta no podía terminar su memorable actuación más que con un ejercicio de prosopopeya clásico, dando la palabra al difunto Gregorio Peces Barba para que fuera su ectoplasma el que diera los rituales vivas a España, la Constitución y el rey. Rest, rest, perturbed spirit…

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