THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

La amnistía y el vaciado de las palabras

«Ya es progresista lo caudillista. Pronto será legítimo lo ilegítimo, democrático lo antidemocrático, leal lo desleal, veraz lo mendaz, ético lo corrupto…»

Opinión
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La amnistía y el vaciado de las palabras

Ilustración de Alejandra Svriz.

En toda huida hay un punto a partir del cual el retorno ya no es posible. En la huida de Pedro Sánchez hacia su abismo de mutación constitucional de España, ese punto de no retorno quedó fijado para la hemeroteca de la historia el sábado 28 de octubre, en el comité federal socialista, cuando verbalizó que su amnistía al golpismo separatista del otoño de 2017 es el precio (parte del precio) aceptado para su investidura. La amnistía, concedió, «es la única vía posible» para que «no haya repetición electoral y, por tanto, [para] no dar una segunda oportunidad a [Alberto Núñez] Feijóo y [Santiago] Abascal».

El fin queda explicitado: que no pueda ganar las elecciones la derecha, que la derecha no pueda gobernar jamás. Que gobierne YO, como sea y con quien sea, justifica todos los medios, aunque esos medios sean ilegítimos o ilegales, amorales o inmorales, además de humillantes e intolerables. «A ti que más te da», que diría Patxi López. Y además, el líder dice ahora que eso es «hacer de la necesidad virtud».

Todo lo que hemos visto -y lo mucho que nos queda por ver- queda condicionado al inicuo fin declarado: que no gobierne la derecha, es decir, que demos por abolido el pluralismo político. La amnistía a los delincuentes del procés actuará así como la antítesis de la de 1977. Aquella fue necesaria para transitar de la dictadura a la democracia. Ésta amenaza con servir para transformar nuestra democracia constitucional en una autocracia que niegue toda legitimidad para gobernar a los partidos contrarios a la coalición que legaliza los delitos amnistiados, es decir, a los partidos que defienden la Constitución y el Estado de derecho que en ella descansa; esos partidos hoy denigrados como «la derecha y la extrema derecha».

El fin no es nuevo; este diciembre se cumplirán 20 años del Pacto del Tinell, que comprometía a los firmantes a no llegar a «ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP ni en la Generalitat ni en el Estado». Qué jóvenes estaban entonces Maragall, Carod-Rovira y Saura (firmantes por el PSC, ERC e Iniciativa). Aún más joven era Zapatero, a quien tantos incautos apodaban Bambi. El fin, sin ser nuevo, incluye una imprescindible novedad: si hace falta, y ahora es ineludible, se puede pisotear la legalidad, retorcer la Constitución y escamotear la tarea de los tribunales. Lo que sea necesario para cumplir el fin primordial: que no gobierne la derecha. Ergo, que gobierne YO.

Un problema (no menor) es que, al asumir la inconstitucional amnistía como (parte del) precio y aceptar como negociadores imprescindibles a huidos de la Justicia, el perímetro de la derecha se amplía hasta incluir a cualquiera que, simplemente, quiera seguir viviendo en el Estado de derecho que consagra la Constitución de 1978. Estado de derecho, no de deshecho, por cierto. Y el riesgo (tampoco menor) es que eso acabe incluyendo a demasiada gente. Aún se nos va a llenar España de fachas a cuenta de esta amnistía…

«Llaman concordia, convivencia y reencuentro a la promoción de la confrontación con el más sectario frentismo»

La solución es tan vieja como totalitaria. Sólo hay que vaciar de significado las palabras. Y ése es un daño inconmensurable porque las palabras vaciadas son precisamente las que sustentan los valores éticos y morales que anclan la vida social de las gentes del común, también de aquellas que jamás se interesan por nada que tenga que ver con la política.

El vaciado de las palabras es un propósito sencillo para el hombre sin palabra. Así, «el interés de España» es el interés de Waterloo, y «en el nombre de España» es en nombre de mis socios. Así, la amnistía será constitucional y sólo será inconstitucional aquello que, de pleno derecho, sea constitucional. Así, el prófugo ya es president (a ojos del PSOE) y pronto le llamarán molt honorable president injustamente en el exilio.

Debemos ir acostumbrándonos. Llaman concordia, convivencia y reencuentro a la promoción de la confrontación con el más sectario frentismo. Muestran como ejemplar y virtuosa la evidente corrupción de usar el dinero de los impuestos de todos para pagar los votos de los delincuentes amnistiados. Pronto será legítimo lo ilegítimo, democrático lo antidemocrático, legal lo ilegal, justo lo injusto, leal lo desleal, veraz lo mendaz, ético lo corrupto… Y ya es progresista lo caudillista (con ese exquisito maridaje de peronismo y chavismo que aquí disfrutamos en forma de sanchismo). El progreso es avanzar, siempre adelante, en el empobrecimiento general.

El propio presidente en funciones exhibió un ejemplo para la historia de tan viejísima neolengua en su falsaria intervención el día de la jura de la Constitución de la princesa de Asturias. «Contad con la lealtad, el respeto y el afecto del Gobierno», declaró impertérrito. Lealtad, respeto y afecto de un Gobierno en funciones en el que socios presentes y futuros compiten en burdas proclamas antimonárquicas, vengan o no vengan a cuento. Aunque, bien visto, siempre vienen a cuento. La Corona es el símbolo de la unidad y la permanencia de España, y ésos son los objetivos prioritarios en la determinación destructiva de sus socios.

Le escuchaban sentados el Rey y su hija. Las cámaras grabaron la educadísima mirada cómplice que intercambiaron ambos. Y ésa es la clave. Debemos ser capaces de mantener la mirada y, sin perder la compostura, asumir el compromiso más difícil: «Tu corrupción, Pedro, no logrará vaciar el significado de las palabras; las recuperaremos, como recobraremos todo lo que habéis decidido destruir, empezando por la igualdad de todos los españoles. No tengas duda, recuperaremos España».

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