Y todo esto por la ambición de un solo hombre
«El PSOE ha sucumbido al despotismo de su líder y ha abierto la puerta a los enemigos de la democracia española»
Todos sabíamos que las democracias son frágiles y que la nuestra, como las demás, estaba expuesta a graves amenazas contemporáneas, como el populismo, el nacionalismo, la desigualdad o la polarización. Todos sabíamos que antes o después tendríamos que defender la democracia española como han tenido que hacer y hacen otros países del mundo. Lo que jamás podíamos imaginar es que la razón fuese tan estúpida: es la mera ambición sin límites de un solo hombre la que ha desencadenado las fuerzas que hoy amenazan nuestro sistema de derechos y libertades.
El orden constitucional español ha sido amenazado desde su nacimiento en dos ocasiones. Una, cuando aún era casi un recién nacido, el 23 de febrero de 1981.; otra, más cercana, el 1 de octubre de 2017. En ambas, salió triunfante. En la primera, claramente fortalecido. En la segunda, yo creo que también, en la medida en que como consecuencia del procés surgió un movimiento constitucionalista robusto en Cataluña -victoria de Ciudadanos en 2018- y se reforzó la unidad de los demócratas en el resto de España -discurso del Rey y respaldo del PSOE al 155-.
Si otra amenaza cabía esperar a nuestra democracia en el tiempo actual podría proceder de la revitalización de la extrema derecha, como en otras naciones europeas, o de la aparición de algún demagogo que capitalizase la frustración de los perjudicados por la globalización y de las nuevas generaciones, como en Estados Unidos y algunos países de América Latina.
¡Quién iba a pensar que esa amenaza se engendraría en el seno del PSOE, el partido que más hizo por consolidar la democracia y el único que realmente tuvo alguna vez un proyecto de futuro para España! Desgraciadamente, hoy el PSOE va camino de convertirse en una fuerza que actúa contra la convivencia, la justicia y la igualdad. Y esa transformación, ni siquiera se ha producido como consecuencia de una evolución progresiva y una lucha ideológica en su interior. No, ha sido de la noche a la mañana, casi por accidente, por la simple obsesión de un sólo hombre de conservar el poder a toda costa para cumplir una meta personal, para su pura autosatisfacción. ¡Qué gran estupidez!
En su origen, el partido vio venir lo que ha ocurrido después, y por esa razón se deshizo de él. En una última aportación a la estabilidad de la democracia española, en octubre de 2016 el PSOE trató de evitarle al país el calvario que hoy sufre y expulsó de la secretaría general a Pedro Sánchez.
«Desgraciadamente, hoy el PSOE va camino de convertirse en una fuerza que actúa contra la convivencia, la justicia y la igualdad»
Sin embargo, la operación, torpe en su diseño y ejecución, acabó fracasando. El expulsado recuperó su sillón y ahí empezó una degradación de los valores socialistas y democráticos que no ha cesado hasta la fecha. Muchos de los que en su día se levantaron en su contra, acabaron claudicando a sus pies. Otros tratan de salvar el honor con un silencio infame. Grandes figuras socialistas de brillante historial o futuro prometedor no sólo se resignan a hacer el ridículo en las entrevistas contradiciéndose dos veces por semana, sino que abjuran públicamente de los principios que defendieron hasta hace poco. Los de arriba, lo aplauden con entusiasmo. Los de la base se contentan con cualquier excusa, como la consulta-farsa de este fin de semana. Sus votantes se creen protegidos por la coartada de frenar a la extrema derecha.
Pero, no, no es la extrema derecha la que amenaza nuestra convivencia, por muy zafias y provocadoras que sean las formas de algunos de sus portavoces. Y eso lo saben también los que airean cada día el fantasma de Franco por carecer de argumentos mejores. El peligro procede del pacto que el PSOE ha hecho con los mayores enemigos de nuestra democracia y que, hasta hace poco, lo eran también del propio PSOE: los nacionalistas fanáticos y reaccionarios de Cataluña y el País Vasco, que no dudarán en destruir nuestro orden constitucional para avanzar hacia su meta independentista.
No necesitarán esta vez hacerlo por la fuerza, como intentaron con ETA y el procés. Sánchez les ha abierto un camino para hacerlo con el menor trauma posible, con leyes aprobadas en el Parlamento, con mesas de diálogo y relatores internacionales. Con fotos, sonrisas y con el pleno apoyo del «Gobierno progresista».
¡Qué pena! ¡Qué vergüenza! Y todo esto, no porque lo demande una mayoría social -les invito, por favor, a repasar los resultados electorales-. No porque no existan otras opciones para gobernar el país -el PP es un partido de centroderecha con el que es perfectamente posible encontrar fórmulas de acuerdo-. Todo esto por la simple ambición de un solo hombre.