THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

La gran trampa

«España sufre en estos días el juego de unos pactos en los que se rompen muchas cuestiones sagradas para el futuro del país»

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La gran trampa

Ilustración de Alejandra Svriz.

La trampa es una contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio. También es una infracción maliciosa de las reglas de un juego o de una competición. Se trata de un ardid para burlar o perjudicar a alguien. En definitiva, desde el punto de vista legal es un acto ilícito que se cubre con apariencias de legalidad. Cuatro acepciones de la palabra trampa, según la RAE. Cuatro acepciones distintas y las cuatro encajan perfectamente en lo que está haciendo Pedro Sánchez con la ley de amnistía. Trampas. 

El proceso que estamos sufriendo los españoles con esta ley de amnistía es una gran trampa contra el Estado de Derecho en el que los españoles pensábamos ingenuamente que íbamos a vivir siempre. Trampas de un hombre que ha provocado con su adicción al poder la mayor crisis de la democracia española desde que se instauró la Constitución del 78.

Todo en la ley de amnistía es una trampa. Desde su origen a su nombre como proyecto. Ningún español, de ningún partido, de ninguna condición, pensó hasta el 23 de julio que fuera cual fuese el resultado electoral, el candidato socialista Pedro Sánchez iba a resultar ser un ferviente defensor de la amnistía al prófugo Carles Puigemont y a todos sus cómplices y secuaces. Nadie lo imaginó y eso que Sánchez ya venía con antecedentes de lo que era capaz de mentir por un puñado de votos. Indultos, sedición, malversación, acuerdos con Podemos, con Bildu… Había muchas pistas, pero tanto Sánchez como sus acólitos habían jurado hasta la extenuación que nunca habría amnistía.

Faltaron siete votos. Y en menos de una hora, esa misma noche del 23 de julio, Sánchez sabía que podría volver a ser presidente de gobierno. No le importó el alto coste que tendría que pagar él, su partido y sobre todo la democracia española. Ninguno le asustó. 

Sólo él, Pedro Sánchez, sabe en lo más profundo de su fuero interno de alguna razón desconocida para los demás que le obliga por encima de cualquier razonamiento ético a hacer lo que haga falta para seguir siendo presidente. Sabe que el PSOE ya no es un partido de pensamiento y funcionamiento plural, abierto y autocrítico. Lo ha convertido en una organización pseudoreligiosa, donde la palabra de Sánchez es tan sagrada para sus cargos y militantes como la de Kim Jong-un para los norcoreanos. Ha conseguido la misma capacidad de transformar y sincronizar el pensamiento político y los valores morales de sus cargos y militantes a los que determine el Gran Hermano desde la Moncloa. 

La trampa de la amnistía ha pasado en dos meses de ser inconstitucional a ser considerada como una medida necesaria e imprescindible para la reconciliación de España y Cataluña. Como si fueran cuerpos distintos y extraños. E incluso como si en Cataluña la mayoría de los catalanes no estuvieran en contra de la independencia. Da igual, ERC y sobre todo Junts, tienen los votos que necesita Sánchez y eso es lo único que importa.

Sabe Sánchez que había que exagerar las dificultades del acuerdo. Había que introducir o filtrar ignominias tan indignantes que el grado de repulsa superara todas las expectativas. Y si no se producía pues la hubieran dejado. La mayor de esas trampas ha sido jugar con el concepto de lawfare, esa forma de instrumentalizar la política, de judicializar la política para que pueda ser investigada la acción judicial desde comisiones parlamentarias. El fin de la independencia del poder judicial. El fin del respeto a los jueces y a sus sentencias. Nombres como Pujol, Boye o Borrás habían sido filtrados como posibles beneficiarios de esta conceptualización populista de la justicia. Incluso la palabra lawfare aparecía explícitamente citada en el comunicado del acuerdo entre PSOE y Junts. Y efectivamente, esta palabra ha puesto en pie de guerra y de forma unánime a jueces, fiscales, abogados del estado, letrados judiciales, despachos de abogados, diplomáticos, inspectores de Hacienda, de Trabajo, asociaciones de guardias civiles y policías nacionales. Y sobre todo al CGPJ o al Tribunal Supremo.

«Sánchez hace siempre trampas. Lo saben sus rivales, sus aliados, sus socios, sus militantes y lo saben los españoles.»

Pasados apenas dos días, la unanimidad de la protesta del mundo judicial y la manifestación de millones de españoles en las calles, la palabra lawfare ha desaparecido de esa «Proposición de Ley Orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña». Como si fuera un gran logro de Pedro Sánchez que de esa forma convierte en constitucional la propuesta. Una nueva trampa. La propuesta al final ha sido presentada por el grupo parlamentario socialista en solitario. No han conseguido la firma de ERC.

Junqueras no se fía. Sabe que Sánchez, como buen tramposo, se hace trampas hasta en los solitarios. Por eso no han firmado y han querido revisarla de arriba a abajo para comprobar que no hubiera ardides jurídicos escondidos que permitieran luego su desactivación. Y de paso dejaban en evidencia a Junts que sí habían firmado. 

España sufre en estos días el juego de unos pactos en los que se rompen muchas cuestiones sagradas para el futuro del país. La solidaridad financiera, la caja única de la Seguridad Social, la independencia fiscal de los más ricos. Trampas a la igualdad de los españoles, trampas a la justicia social, trampas a la reserva de las pensiones españolas, trampas a la recaudación fiscal. Son aberraciones que van contra los principios básicos de unidad solidaria de una nación y de respeto a las reglas democráticas. 

El aparato de propaganda socialista ha convertido cada acuerdo con Sumar y con los partidos independentistas y nacionalistas en un alarde de fotos, sonrisas, declaraciones, abrazos y firmas conjuntas. Todos no. Dos excepciones. Para firmar con Junts mandó a Bruselas al número tres del PSOE, el gran mandado Santos Cerdán. 

Y tampoco con Bildu. Nadie tiene constancia escrita de lo acordado por Pedro Sánchez con el partido que lidera Arnaldo Otegi. Se dice, se cuenta, se escribe, pero no hay comunicado conjunto. Manifestaba hace poco Felipe González que tras una aberración jurídica y democrática tan grande como la ley de amnistía a nadie le extrañaría que la trampa fuera aún mayor y se empezara a hablar de una ley de amnistía para los asesinos etarras en prisión.

Tan grande y sonora es la trampa de la amnistía que tras su estruendoso y peligroso ruido nadie habla de esas concesiones a los independentistas y nacionalistas en forma de condonación de deudas, de independencia fiscal, de todo tipo de subvenciones, de cesiones de competencias de regalos de vías férreas, retirada de cuarteles o de gestión de la caja de la seguridad social

Sánchez hace siempre trampas. Lo saben sus rivales, sus aliados, sus socios, sus militantes y lo saben los españoles. Y lo más preocupante es que también lo sabe él. Y tan tranquilo.

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