Los conservadores ante el golpe (y II)
«Permitimos hace décadas que los nacionalistas introdujeran su caballo de Troya en la ciudadela de la libertad. Esa es la verdad y nuestra condena. Pinta muy mal»
Ante el golpe de Estado anunciado por el PSOE en su acuerdo por Junts, que niega la legitimidad de la Constitución de 1978 al anular el artículo 2, que acaba con la separación de poderes y el Estado de derecho para concentrar toda la soberanía en el Gobierno que impulsa la ruptura, los conservadores, como decía en mi artículo del 7 de noviembre que publiqué aquí, tienen dos vías.
En la pasada entrega expliqué las dos maneras que tiene el conservadurismo de enfrentarse a la crisis política, constitucional, teñida por un golpe de Estado, a la que nos enfrentamos. Hablé del mundo conservador que criticó la Constitución en el establecimiento de nacionalidades y regiones como una distinción disgregadora, fortalecida por el título VIII y su Estado de las Autonomías en centrifugación constante. Para ellos ha sido una muerte anunciada, y se encuentran que lo que criticaron en su día es hoy la última frontera entre esta libertad que vivimos y la democracia iliberal descarada que nos anuncia el PSOE. Hoy toca contar la otra solución conservadora.
Otra parte del conservadurismo y del liberalismo apuesta por no sacralizar la Constitución y adentrarse en el camino de las reformas. El texto de 1978 habría llegado a su término al comprobar que el Estado de las Autonomías no ha solucionado la psicopatía nacionalista, ni los ha integrado y no proporciona tranquilidad o paz, sino todo lo contrario.
No todo es culpa de los obsesos del terruño propio, tan victimistas como supremacistas. El responsable es el PSOE de Sánchez, que se ha abrazado a los rupturistas para compensar su situación en las urnas y gobernar. Si hubiera responsabilidad en las filas del socialismo español ya estaría gobernando Feijóo. Esto es sabido. Volvamos al mundo conservador.
«Un patriota nunca hace una revolución por el coste en sangre y económico que supone, sino una reforma»
Ese otro universo conservador considera que la parte sana del sistema político debe curar a la parte enferma. Es la mejor forma de evitar convulsiones políticas y sociales, encontrar un centro convergente, ese punto medio con el que la mayoría puede sentirse identificada. No es necesaria una revolución, ni un golpe de Estado. Al contrario. Un patriota nunca hace una revolución por el coste en sangre y económico que supone, sino una reforma. Sería el modelo de Burke o de Royer Collard, o el de Torcuato Fernández-Miranda en la Transición. Es el camino de la ley a la ley, con reforma, pero preservando lo que funciona y constituye la comunidad. De esta manera, no se sacraliza la Constitución sino que se apuesta por conservar la parte vigorosa para curar la podrida.
Esa parte sana del sistema político que puede arreglar la contaminada que tiende al enfrentamiento y la destrucción la componen hoy el Rey, el Tribunal Supremo, el CGPJ, las asociaciones judiciales y, por tanto, la parte más movilizada del Poder Judicial. A esto hay que añadir el Senado, que también es depositario de la soberanía nacional, los gobiernos de las comunidades autónomas leales a la Constitución, y los políticos constitucionalistas, incluidos los pocos y aislados socialistas que resisten al sanchismo.
El objetivo sería el propio del conservador; esto es, y tal y como señaló Gregorio Luri, mantener el barco a flote, salvar lo bueno que ha procurado la civilización, como la belleza, la familia, la paz, el paisaje o la cultura. Ahí cabe la paz, la convivencia, la democracia y la libertad. En esa lucha por la permanencia de todo lo bueno está la conservación de las instituciones heredadas resultado de la experiencia. La costumbre española es que la monarquía, las Cortes y la descentralización con mesura funcionan mucho más que la República, el asambleísmo soberanista y el separatismo tribal. En cuanto se olvida esa tradición se cae en el conflicto y la crisis. Eso ocurrió en 1873 y 1931, y lo vemos hoy.
El conservador, como escribió Oakeshott, se adapta a los tiempos. No tiene más remedio. Prefiere lo experimentado a la promesa de un mundo feliz que nunca se probó antes. Quiere la institución que funciona según la Historia antes que las musas del filósofo. Apuesta por la salida plausible, no por la utopía. Acepta los pequeños cambios que no destruyen su forma de vida ni le impiden ejercer sus creencias.
«La polarización y la exclusión son los dos pilares de la situación»
En este sentido una reforma de la Constitución de 1978 sería una solución, aunque no sé si utópica dadas las circunstancias. La considero tan viable como el proyecto de montar un zoo de unicornios. No estamos en el momento constituyente adecuado para iniciar dicho proceso, sino todo lo contrario. La polarización y la exclusión son los dos pilares de la situación. Tampoco contamos con un sujeto constituyente fiable. Me refiero a los grandes partidos que construyen una democracia de consenso, como señaló Arendt Lipjhart, y que tienen al centro porque comparten un acervo común. Ni los medios de comunicación, en general, acompañan.
Es más, abierto el melón de la reforma constitucional, el escenario más probable sería la formación de un sujeto constituyente con el PSOE, Sumar y nacionalistas que impondría su programa de Gobierno como proyecto constitucional. Tendríamos un Estado plurinacional con derecho de autodeterminación y una carta de derechos absurdos, graciosamente concedidos por estos ingenieros sociales, que convertiría en sediciosos a los que opinen o vivan de otra manera. Sería un desastre, y más con esta clase política tan irresponsable como poco formada.
No tengo la solución. Lo digo aquí. No sé si lo más aconsejable es la resistencia a cualquier cambio o el ofrecimiento de una reforma. Lo primero es la solución más inmediata y coherente, pero de cortísimo recorrido dado el ánimo de las izquierdas y de los nacionalistas. Lo segundo podría funcionar si se sucede una serie de asombrosas carambolas, pero tendría más recorrido.
«Ahora somos todavía libres, pero el proceso autoritario aparenta ser irreversible»
Creo que la libertad está en peligro y, por tanto, también el ecosistema conservador, con el mismo derecho a vivir, insisto, que los demás. Tengo argumentos para la resistencia a todo cambio de la Constitución como modo inmediato de parar el golpe para la democracia iliberal.
No obstante, es una contradicción porque hay partes enfermas, siguiendo a Burke, que gangrenan al resto. Ahora somos todavía libres, pero el proceso autoritario está muy musculado y aparenta ser irreversible. Si la resistencia gana al golpe sanchista habrá que reformar la Constitución para que no vuelva a suceder.
También tengo argumentos para proponer una reforma constitucional para la libertad racional, aunque, como señaló Oakeshott, no es conveniente cambiar las reglas de juego cuando los jugadores están acalorados.
Por terminar, creo, como Carlo Gambescia, que la benevolencia no suprime al enemigo, sobre todo cuando éste solo piensa en borrarte, como quiere hacer la izquierda y los nacionalistas con la derecha.
En suma, tender la mano porque somos más racionales no es la solución cuando el otro quiere partirte el brazo. Permitimos hace décadas que los nacionalistas introdujeran su caballo de Troya en la ciudadela de la libertad. Esa es la verdad y nuestra condena. Pinta muy mal.