THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Por qué Franco murió en la cama

«Es una desgracia para este país sumiso un Fernando VII, un Franco o un Sánchez. No hay una sociedad crítica que tumbe las aberraciones de un líder irresponsable»

Opinión
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Por qué Franco murió en la cama

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace tiempo que el problema dejó de ser Sánchez. El problema es la sumisión española: esa obediencia cerril y mansa de los suyos, haga lo que haga; espolvoreada por una nubecilla de decorativos misceláneos (hablo de la prensa) que cada semana encuentran un amenísimo tema del que escribir que no sea Sánchez. Han pasado unos fabulosos meses estilísticos, ejercicios de dedos para nada. También el barroco se desarrolló así, con el cierre de la Contrarreforma. Y así también los juegos florales de los poetas y columnistas del franquismo.

Sánchez, al fin y al cabo, ha resultado ser de una honestidad brutal, como Puigdemont: ha ido a lo suyo y solo a lo suyo hasta conseguir lo suyo, a costa de todo lo demás y de la destrucción en torno. Una destrucción fina, como aquella que se decía de la bomba de neutrones: todos muertos, todos zombis, pero con los edificios en pie. No se ha roto España, solo ha sido (ahora sí) vaciada: vaciada de conversación pública, de vida civil. Estamos en la célebre paz de los cementerios, y si algún muerto se resiste es fascista. El fascismo es desentonar.

Por eso murió Franco en la cama, por lo que estamos viendo. En estos inolvidables meses, los autodenominados antifranquistas que han erigido a Sánchez como su Franco particular (un Franco alto y guapo, desenvuelto, políglota y naturalmente antifranquista) han segregado un surtido de frases que no se oían en España desde hacía cincuenta años. «Sánchez, tú haz lo que tengas que hacer», le pedían en el PSOE. «A la gente le interesa el pan, no la amnistía». Inauditas  defensas del desarrollismo, aun en una dictadura. Y sobre todo del franquista y ya también sanchista: «Haga como yo, no se meta en política».

«En estos meses ha predominado abrumadoramente la obediencia acrítica entre los sanchistas a su líder»

Ante aberraciones objetivas (el incumplimiento de la Constitución, la violación de la división de poderes, la negociación de una amnistía a cambio de votos con el delincuente prófugo que va a beneficiarse de esa amnistía junto a sus secuaces, la aceptación del relato falso del independentismo catalán, la voladura de la igualdad entre los españoles, la propia acusación de fascistas a quienes ante todo defienden el imperio de la ley democrática y el Estado de derecho…), ha predominado abrumadoramente la obediencia acrítica entre los sanchistas, que por algo lo son. Una obediencia activa además, que ha segregado toneladas de bullshit retórico, pseudoacadémico, pseudoanalítico, pseudorreflexivo en apoyo del líder y para suscribir sus aberraciones.

En su Vida de Arcadio, Arcadi Espada sostenía que la meritoria Transición española no fue un empeño popular, sino una obra de las élites, a la que se sumó el pueblo. Recuerdo que me resultó excesivo cuando lo leí hace apenas unos meses. Ahora veo claro que Espada tenía razón una vez más («¡Tiene usted razón!»). Hoy es la destrucción de la Transición española la que es una obra de las élites, con el pueblo sumándose a lo que le digan.

Por esta sumisión española, los dirigentes españoles tienen una responsabilidad extra. No hay una sociedad crítica que refrene, combata o tumbe las aberraciones de un líder irresponsable. Por ello su irresponsabilidad es también extra. Es una desgracia para este país sumiso que le caiga un Fernando VII, un Franco o un Sánchez. La herramienta electoral de la que dispuso el pueblo para expulsar al menos a este, ya que para con los otros no dispuso de ella, también fue tirada a la basura por pura sumisión.

La vida seguirá y habrá momentos felices, tardes soleadas, canto de pajarillos. La solución para ir pasando los años, hasta «el hecho biológico», será no meterse en política.

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