Ministros para el combate
«El ‘alto perfil político’ que Sánchez ha querido imprimir a su Gobierno no es otro que presentar batalla a la derecha y colgarse medallas frente a los nacionalistas»
No es un país para gestores. Es lo que tienen las democracias liberales cuando descienden por la pendiente populista. Lo que prima es el uniforme, tragar tierra y disparar al enemigo. Sánchez ha confesado que es un Gobierno para la guerra política, no para administrar lo público y fomentar lo privado. Ha elegido a gente dispuesta a aumentar la polarización con la derecha, tanto como a extender crema en las espaldas nacionalistas.
Los dos partidos de la derecha deben pensar cómo se enfrentan a esta polarización que viene. Si se lanzan a la calle de forma ilegal, y reconozcamos que las marchas a Ferraz no son espontáneas, están ayudando a que el relato sanchista sea creíble. Vestir el monigote que la izquierda construye para su enemigo no es muy inteligente. Tampoco los comportamientos melifluos sirven para mucho, como por ejemplo no felicitar directamente a Milei por ganar al populismo izquierdista. Si hay algo que hoy Argentina puede significar para el centroderecha español es esperanza frente al muro sanchista. Mostrar remilgos es torpe.
Vienen tiempos duros y la oposición debe espabilar. Sánchez va a lanzar a sus ministros contra la derecha, en especial a Bolaños y Óscar Puente, como ya lo hizo en su primer Ejecutivo con Carmen Calvo y José Luis Ábalos, y desde fuera del Gobierno con Lastra y Simancas. Esa guerra funcionó porque sirvió para que su electorado aceptara lo que fuera contra la oposición y la legalidad. La idea que se trasladó es que cualquier cosa es mejor que el gobierno de esa derecha anatematizada por el sanchismo. Este planteamiento tiene más éxitos electorales que fracasos. Véase el 23-J.
Esta polarización está creando un relato que justifique las maniobras gubernamentales para el fin de la democracia liberal. Fue el caso de Polonia, Hungría y Turquía, pero también de Venezuela, donde se acabó el llamado «bloqueo institucional» para legislar tan pronto como se puso fin, por ejemplo, a la separación de poderes.
«El PSOE de Sánchez usa la polarización para excluir de la vida política al adversario y cambiar las leyes en beneficio propio»
Conviene no tragarse el relato sanchista. La polarización no es, como pretende la izquierda, porque la derecha y el poder judicial provocan el citado «bloqueo» que paraliza la democracia y no dejan legislar para resolver cuestiones. No. El problema es que un partido, pongamos el PSOE de Sánchez, usa la polarización para excluir de la vida política al adversario y cambiar las instituciones y las leyes en beneficio propio. En suma, para transformar el régimen por la puerta de atrás. Ese «bloqueo» es el último baluarte de la democracia.
Tampoco la polarización se debe, como dice el sanchismo, a la situación de desempleo y la «desigualdad». Falso. Esta historieta es para argumentar la ingeniería social y el estatismo. De hecho, no tiene pinta de que el nuevo Gobierno de Sánchez haya pactado la amnistía con la ultraderecha xenófoba y golpista de Junts para reducir la desigualdad. Lo que parece es que solo la polarización basada en el repudio a la derecha española, como dijo el socialista en la investidura, proporciona el hilo que mantiene cosido el cuerpo de Frankenstein.
El «alto perfil político» que Sánchez ha querido imprimir a su Gobierno no es otro que presentar batalla a la derecha, hacer oposición a la oposición, y colgarse medallas frente a los nacionalistas. Serán ministros tan timoratos y empequeñecidos ante Nogueras, Rufián, Aizpurua y Esteban como estuvo Sánchez frente a ellos en el debate de investidura. En cambio, serán agresivos y maleducados con la oposición, negándose a contestar en las sesiones de control parlamentario, y despreciando así a media España.
Sánchez necesita esta guerra para crear una imagen de un país extremadamente polarizado que necesita sus medidas, esas mismas que superan lo permitido por la Constitución o la lógica democrática. En su plan autoritario es imprescindible la figura del líder pacificador que él quiere encarnar. De ahí los políticos de combate que ha elegido para su Ejecutivo.