Deriva napoleónica
«No recuerdo la última vez que un personaje cinematográfico haya movido tantos debates, artículos y expectativas como este ‘Napoleón’ de Ridley Scott»
Hay veces en las que miramos hacia atrás para escapar de lo que tenemos delante y otras para todo lo contrario: establecer analogías y paralelismos con lo que estamos viviendo. Es una alegría pensar que el cine sigue moviendo las emociones de la gente y la clave está, precisamente, en las emociones. El libro hacía lo mismo con las ideas y las emociones, pero este segundo aspecto se lo arrebató, hace tiempo, por vía popular, el cine. En cuanto a las ideas, que alguien nos diga dónde están.
Se acaba de estrenar una película sobre Napoleón y no recuerdo la última vez que un personaje cinematográfico haya movido tantos debates, artículos y expectativas como este Napoleón de Ridley Scott. Da la impresión de que hasta la campaña publicitaria hubieran podido ahorrarse. Si se descuidan, van a superar la hagiografía de Emil Ludwig sobre el corso, la de 1936, que en 1970 llevaba 5.000 ediciones vendidas. Ediciones, no libros: calculen. ¿Dónde estamos, pues: escapando hacia atrás, o buscando lo que no tenemos? Lo pregunto porque no lo sé.
En Francia se han establecido dos bandos y al fin y al cabo la Francia moderna, tal como la conocemos, se construyó sobre su figura. A un lado los historicistas, críticos hacia las libertades del director anglosajón con el personaje y los hechos históricos, y al otro los, digamos, literarios, que consideran que lo novelesco de la película refuerza la personalidad de Napoleón, entre otras cosas porque emana de él. ¿Qué otro personaje ha creado un imaginario tan potente en los últimos siglos?
Los primeros censuran el predominio de una visión británica del emperador; los segundos la puntualizan, pero parece que les divierte y sobre todo no les empaña su propia visión. Entre el ortodoxo Patrick Gueniffey y el joven apasionado Arthur Chevallier –ambos, grandes especialistas en Bonaparte–, uno se queda con los dos. Cuando el primero arruga la nariz con humor, diciendo que «sólo la batalla de Waterloo no está mal» y que lo de Austerlitz es una fantasía moruna, o que presentan un Napoleón más viejo que cuando sucedieron los hechos narrados, con la brutalidad añadida de la leyenda negra, dan ganas de abrazarlo. Y cuando Chevallier escribe en Le Figaro, que Scott presenta a Josefina «con los trazos de una criatura de las tinieblas, seductora e inquietante, que viene directamente de la literatura gótica de la Inglaterra de la primera mitad del XIX», dan ganas de levantarse y quitarse el bicornio. Charlar o discutir, por ejemplo, sobre estas cosas no deja de ser una forma de ganar la partida a las vulgaridades de la vida. E incluso a la muerte.
«Ridley Scott se descuelga en España de promoción y dice lo bien que hicimos los españoles echando a Napoleón»
Pero luego está lo que rodea al cine, que siempre es más ligero y frívolo. Ridley Scott se descuelga en España de promoción y dice lo bien que hicimos los españoles echando a Napoleón, y sea cierto o no, suena más a esa promoción de la película que a rigor histórico y concuerda con el juicio de los franceses: es un Napoleón inglés. Habría que ponerle a Arturo Pérez-Reverte enfrente. O de nuevo Chevallier: «Inglaterra ha capturado a Napoleón y le ha puesto a Ridley Scott de carcelero». Y eso que es de los que defienden la libre interpretación que salpica la película.
Pero mejor aún son los actores, que suelen entrar en un guion sin saber nada de nada y luego se pasan opinando sobre su personaje y el momento histórico como si fueran doctores iluminados en la materia. Joaquin Phoenix –que por lo visto está extraordinario en su papel– decía también en la promoción española: «Aún no he entendido qué vieron Napoleón y Josefina el uno en el otro». Menudo atrevimiento, entender a una pareja de larga duración: menos mal que no habla del pene de él y de los dientes podridos de ella, sean leyenda negra o celos de la época del Consulado. Sigue sin conocerse la causa de que los actores opinen sobre todo con tanta contundencia, cuando nacemos sin saber nada y morimos sabiendo muy poco, si es que llegamos a saber algo. Pero, en fin, también los locos se creían antes Napoleón y a lo mejor esta fiebre regresa ahora con la película.