El PSOE en Ginebra
«Puigdemont sabe que una secesión unilateral sólo será internacionalmente avalada si demuestra que se separa de una democracia malograda»
Cuando Yolanda Díaz viajó a Bruselas a fotografiarse con Puigdemont insistimos en que la noticia no estaba en su conversación, sino en la foto misma. Lo mismo ocurre con el encuentro que el PSOE ha mantenido con Puigdemont en Ginebra. Entiendo a quienes se han alarmado por el secretismo, pero lo principal es el escenario: el PSOE ha accedido a reunirse con un prófugo de la justicia en Suiza y en presencia de un mediador. La forma revela el fondo. No importa si el contenido trasciende, es fácil deducirlo a partir del marco: PSOE y Junts se han reunido en Ginebra como se reunieron los chipriotas turcos con los chipriotas griegos para debatir la reunificación de la isla. En Ginebra se celebró la conferencia que partió Vietnam a la altura del paralelo 17 y la que reunió a Israel y sus vecinos árabes (a excepción de Siria) tras la guerra del Yom Kipur. Se reúnen en Ginebra para vender el procés como el conflicto entre naciones étnicas que nunca fue.
El PSOE no ignora esta carga simbólica; asume que su presencia en Suiza es el precio a pagar por la investidura. No hay negociación, sólo sumisión a los designios de Puigdemont. Si se tratara de una verdadera negociación el PSOE no habría enviado a Santos Cerdán, que no es precisamente Henry Kissinger. Cerdán es un militante bienmandado: va a Ginebra como fue a Bruselas, como iría mañana a por churros si Ferraz se lo exige. Santos Cerdán no negocia, pero su presencia certifica. Y siendo Ginebra el escenario y Puigdemont el interlocutor es fácil adivinar qué está certificando.
«Lo único en la agenda de Puigdemont, aparte de su propia impunidad, es la independencia de Cataluña»
En Ginebra se dirimen conflictos territoriales, y lo único en la agenda de Puigdemont, aparte de su propia impunidad, es la independencia de Cataluña. ¿Sería capaz Pedro Sánchez de entregar la soberanía nacional a cambio de permanecer en el poder? Lamentablemente, no encuentro motivos para el optimismo. Es fácil imaginar al presidente reciclando los argumentos con los que hoy justifica la amnistía para justificar el referéndum. Me preocupa, además, que el PSOE haya hecho suyos dos argumentos peligrosos: el primero dice que todo lo que haga con el amparo de una mayoría parlamentaria es legítimo: el mandato democrático está por encima de la ley. El segundo es que cualquier cesión al nacionalismo es preferible a un gobierno de la derecha.
La cesión más dolosa es la que el Gobierno elude pronunciar. Puigdemont sabe que una secesión unilateral sólo será internacionalmente avalada si demuestra que se separa de una democracia malograda. La amnistía, las conversaciones en Ginebra, la presencia de un mediador y lo que esté por venir sirven a ese propósito: cargar de peso moral el proyecto independentista, infamar la reacción judicial del Estado de derecho en 2017 y, por tanto, denigrar la democracia española. Un precio humillantemente alto que Pedro Sánchez no ha dudado en pagar.