En el ojo del puente
«La Constitución era la calma histórica y política española; es decir, lo que se mantenía estable, con cierta solidez, cuando lo demás se agitaba»
El 7 de diciembre es el mejor día del puente de la Constitución-Inmaculada. Entre los dos pilares sólidos de los festivos, este ojo por el que corre un riachuelo de vida laboral. Es imprescindible que no todo el mundo descanse este día: así los que descansamos podemos saborear más nuestro privilegio. Los festivos están bien, pero no se libran de su aire de domingo, como de oquedad dispuesta. En cambio, no trabajar cuando otros sí lo hacen y la ciudad está en marcha es un placer de rentistas. Los rentistas son los aristócratas económicos, los príncipes del tiempo.
Me he venido a la costa otra vez, a mi torre prestada de Montaigne, en el que se me sirve el desayuno en la bandeja del Mediterráneo: azul unas mañanas, grisácea o verduzca otras. Pero el apartamento debe dejarlo pronto quien me lo presta y me quedan apenas este puente y las vacaciones de Navidad; como mucho también, aunque es improbable, las de Semana Santa. Y se acabó. El primer verano aquí fue el de 2016. Desde entonces he venido en vacaciones y días libres, en puentes como el de ahora, algunos fines de semana… Muchos piensan que vivo aquí, porque del sitio en el que vivo no pongo fotos (no las merece). Han sido años buenos, alguno muy bueno, y años malos: todos con el mar delante en mi torreón. El mar es la alegría de los días buenos y un bálsamo para los malos: ese horizonte que parece que lleva más allá de la vida, y el descanso de su extensa superficie irisada. Siempre con su extraña promesa, aunque sea de desaparición.
«Uno esperaba que su propia decadencia tuviese al menos el contrapunto de un país presentable»
La vida va cuesta abajo y es un incordio que el país también. Uno esperaba que su propia decadencia tuviese al menos el contrapunto de un país presentable, en el que no pensar; que el propio hundimiento fuera el de una simple pieza que se desprende, no una gota más en el chaparrón generalizado. Ni esta singularidad nos dejan. Soy uno de tantos ladrillitos en la caída de la casa Usher. Aunque al menos no soy uno de los que han estado dándole con la maza incluso cuando ya se despeñaban… Estos cabrones no nos han dejado a solas con la música y la metafísica, con los perfumes, la poesía y el whisky ante el abismo del tiempo: nos han escupido la historia y la política.
La Constitución era la calma histórica y política española; es decir, lo que se mantenía estable, con cierta solidez, cuando lo demás se agitaba. Era la referencia cierta, o al menos plausible, por detrás de los discursos. Tal vez porque aún se tenía conciencia de lo que había sido nuestro pasado, y el pasado del mundo en general. Eso se terminó. El pasado vuelve a estar presente. Han regresado a la escena los fantoches de otras décadas, de otros siglos. Con un aprendizaje que los hacen más dañinos: la demolición ha de ser interior, manteniendo las apariencias. Los nuevos espadones proceden al vaciado del edificio, a su desvirtuación, mientras sueltan infatuadas proclamas en defensa de lo que atacan.
En el ojo del puente me encuentro con la palabra «puente» en un poema, en una canción. Es un poema de Mário de Sá-Carneiro, el amigo suicida de Fernando Pessoa, al que le puso música Adriana Calcanhotto: «Eu não sou eu nem sou o outro, / Sou qualquer coisa de intermédio: / Pilar da ponte de tédio / que vai de mim para o Outro». [Yo no soy yo ni soy el otro, / soy algo intermedio: / pilar del puente de tedio / que va de mí al Otro].