THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

Fallar a Ucrania

«Frío, oscuridad y desolación es lo que aguarda al país. ¿Qué queda del espíritu de unión inicial? ¿De esa respuesta unánime europea?» 

Opinión
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Fallar a Ucrania

Ucrania en guerra. | Europa Press

A punto de cumplirse dos años de la invasión rusa de Ucrania, con más 500.000 bajas entre los fallecidos y heridos de ambos bandos, el cansancio de Occidente puede convertirse en el mejor aliado de Vladimir Putin. Su fragmentación interna y conflictos de intereses varios amenazan con tirar a la basura todos los esfuerzos que, en forma de severas sanciones económicas y de ayuda financiera y militar, se han desplegado hasta la fecha para apoyar la defensa de la integridad territorial del vecino europeo. La economía rusa, lejos de colapsar, sobrevive bien. Su capacidad para financiar su rearme militar augura un durísimo invierno para Ucrania y confirma que la guerra será larga. La falta de acuerdo en Estados Unidos y en la Unión Europea para renovar su apoyo económico y militar y la tolerancia occidental con las tretas rusas para sortear las sanciones, a través del comercio con terceros países de material tecnológico clave para alimentar su maquinaria de guerra, comprometen la capacidad de resistir del país agredido. 

Por no hablar de la hipocresía de Gobiernos como el de España, que en cinco años ha multiplicado por seis su dependencia del gas ruso. Rusia suministraba apenas el 2% del gas consumido en España en 2018. Hoy, tras la pésima gestión de las tensiones entre Marruecos y Argelia a raíz de la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de ceder al reino alauí la gestión del Sahara occidental, el país agresor suministra el 18,1% del consumo de gas nacional. Sin que aún se conozcan las razones para una medida de graves consecuencias estratégicas en el suministro energético nacional, Rusia se ha convertido en el tercer proveedor, según los datos de Enagás.

El primero sigue siendo Argelia, pero su cuota ha pasado de ser el 50% en 2021 al 28,8% de la actualidad. Le sigue Estados Unidos, con el 20,1%. Sin conexión a través de un gaseoducto, el gas ruso se importa en forma de gas licuado. Sólo en la última propuesta de sanciones de la UE del pasado 15 de noviembre se incluye bloquear también el gas licuado ruso. Si se aprueba, veremos qué ocurre entonces con el suministro energético nacional. Porque España, a diferencia de la mayoría de las economías avanzadas asistentes a la reciente cumbre contra el cambio climático COP23 celebrada en Dubái, que ha acordado triplicar la capacidad nuclear hasta 2050, mantiene su programa de desmantelamiento de las centrales nucleares. Entre no renunciar o incluso aumentar la producción de una fuente de energía que le da autonomía, como la nuclear, el Gobierno ha elegido mantener su dependencia en la importación de gas.

Ucrania tiene además el problema de que la ayuda de Estados Unidos, que ha sido clave durante el conflicto y ha aventajado durante mucho tiempo a la europea, está ahora en el aire. El Congreso estadounidense no ha aprobado el paquete propuesto por la Casa Blanca y la ayuda amenaza con agotarse a finales de este año. La cercanía de las elecciones presidenciales con la siniestra posibilidad de que gane y repita el hasta ahora favorito candidato republicano, Donald Trump, más cercano a Putin, poco amigo de la OTAN e impredecible, deja todo en suspenso. Y de momento supone un tremendo revés a la causa ucraniana. 

¿Y entonces? ¿Tomará la Unión Europea el relevo? La amenaza rusa está en su frontera y, sin embargo, el paquete de 50.000 millones de euros que se había comprometido a aprobar la Unión en septiembre está también en el aire. La Hungría de Víktor Orban, que se entiende bien con Putin, quiere dilatar las negociaciones para que Ucrania entre en la UE y amenaza con boicotear ese nuevo paquete. Y en medio de esa maraña de negociaciones, tan frustrantes, la dureza del invierno en el frente empezará a pasar factura. Sin perspectiva de que se consolide el apoyo occidental y con el foco mundial puesto en el conflicto entre Israel y Hamás, Ucrania debe sentirse abandonada. ¿Con qué moral se enfrentará al ataque de sus infraestructuras de suministro energético, que son el objetivo declarado detrás del rearme de Rusia? Frío, oscuridad y desolación es lo que aguarda al país. ¿Qué queda del espíritu de unión inicial? ¿De esa respuesta unánime europea? 

«Las cifras retratan la irresponsabilidad e hipocresía de Occidente. No debemos ni podemos fallar a Ucrania»

En el caso de Rusia, la represión de la disensión interna y la fortaleza contra todo pronóstico de la economía rusa juegan a favor del régimen de Moscú. Las cifras demuestran cómo el país agresor ha sido capaz de desafiar los peores augurios. En 2022, su PIB se contrajo sólo un 2,1% cuando todos los organismos internacionales a la vista de las duras sanciones comerciales cifraban la caída entre el 11% y el 15%. En 2023 cerrará con un crecimiento positivo del 2,8%, según el Ministerio de Economía ruso. El FMI lo cifra en el 2,3%. Una cifra que contrasta con el 0,6% que la Comisión europea prevé que crezca la UE. Y ello pese a la imposición de severas sanciones comerciales, la congelación de sus reservas de oro y divisas en el exterior, la retirada de las empresas occidentales del país, o el bloqueo parcial del comercio de su gas y petróleo. En 2024, el FMI vaticina un crecimiento del 1,1% para Rusia. 

Esa relativa bonanza económica permite a Moscú elevar a 122.000 millones de dólares el gasto militar en 2024, tres veces la cantidad destinada en 2021 y un 70% más que en 2022. Una parte importante de la actividad económica está dedicada a fabricación armamento. La población que parece haberse resignado a convivir con el conflicto una vez que se ha demostrado la disidencia no es una opción y la guerra no está afectando menos de lo anticipado a su bolsillo. Todo indica que Moscú puede seguir asumiendo el coste interno de prolongar la guerra. Más allá del apoyo incondicional de Irán y Corea del Norte para aprovisionarse de drones y misiles, Moscú ha disparado su comercio con Turquía, miembro de la OTAN, y las repúblicas ex soviéticas de Asia Central.

Es la puerta de atrás por la que entran los productos tecnológicos llamados de alta prioridad procedentes de Occidente y cuya venta directa a Rusia está prohibida. El G7 vende hoy le vende a Turquía un 60% más de ese material sensible. Las exportaciones de la UE a países como Kirguistán por ejemplo se han disparado un sospechoso 821% desde que estalló la guerra. Un 98% a Kazajistán, un 81% a Georgia, un 30% a Azerbaiyán y lo mismo ocurre con Armenia, Bielorrusia, Turkmenistán o Uzbekistán. Son mercados que simplemente suponen una parada en la venta final de la tecnología que Rusia necesita para mantener y adaptar su maquinaria de guerra. Robin Brooks, economista jefe del Instituto Internacional de Finanzas y exjefe de estrategia en moneda extranjera del banco Goldman Sachs, sigue la pista de ese deshonroso comercio.

No se trata de una violación obvia de las sanciones, pero sí de una manera de desviar el comercio para que ciertos bienes estratégicos sigan llegando a Moscú. Son cifras que retratan la irresponsabilidad e hipocresía de Occidente. Cualquier nuevo paquete de sanciones ha de tener en cuenta ese comercio. Porque hacer la vista gorda a esos intercambios, aplazar o disminuir la ayuda financiera y militar a Ucrania o ceder al cansancio no son una opción. Hasta hace poco la agresión rusa suponía una amenaza para todo lo que representan las democracias occidentales. ¿Ha dejado de serlo? No debemos ni podemos fallar a Ucrania.

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