La humillación de Sánchez
«Nuestro presidente ha comparecido en el Parlamento Europeo como paradigma de un país descompuesto, dividido, empobrecido material y moralmente»
La humillación de Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo por más que sea merecida, no me produce satisfacción alguna. Al contrario, me irrita por todo lo que implica. Desde luego, es importante que se conozca más allá de nuestras fronteras lo que este Gobierno y sus socios se han propuesto hacer con la maltrecha democracia española. Pero vernos en la tesitura de tener que lavar nuestros trapos sucios fuera de casa no deja de ser humillante para todos.
Ojalá nuestra presidencia de turno de la UE hubiera coincidido con un presidente digno y, más importante aún, una España ejemplar. Un país en orden, plural y escrupulosamente democrático, en las formas y en el fondo, con unos partidos ejerciendo su función tal y como establece la Constitución, unas administraciones eficientes, una economía pujante, una sociedad bien educada y, en consecuencia, unas expectativas de futuro completamente diferentes. Pero no ha sido así. Para bochorno de todos, nuestro presidente ha comparecido como paradigma de un país descompuesto, dividido, empobrecido material y moralmente. El espíritu de la Transición devenido en pesadilla a la vista de todos.
En este trance, leer los diarios es un ejercicio para masoquistas porque lo que hay en ellos no son noticias, son afrentas, notas sobre transacciones indecentes, barbaridades dichas en el Parlamento con pasmosa desenvoltura, señalamientos de jueces, amenazas y chantajes, no ya entre adversarios, sino entre los propios integrantes de la infame coalición gobernante. Porque esta coalición es una asociación de enemigos que se temen y desprecian mutuamente pero permanecen unidos porque prevalece en ellos el ansia de mandar sin cortapisas, de poder mangar y repartirse le botín con una impunidad absoluta.
Todo lo que emana de esta coalición es tóxico y destructivo. Ningún acuerdo entre sus miembros tiene como finalidad mejorar nada, en lo más mínimo. Puro y duro reparto. Dame la amnistía a cambio de que sigas siendo presidente, luego continuaremos negociando a propósito del referéndum que, como bien sabes, no es más que un espantajo para consolidarnos como casta pueblerina. Cumple con la moción de censura en el Ayuntamiento de Pamplona para que pueda ir colocando a los míos, porque el negocio de la muerte se nos acabó hace años, después hablaremos de cómo repartir el premio gordo del País Vasco. Y así con todo.
«La economía se hunde, la delincuencia se dispara, la educación se desmorona, la deuda aumenta»
Un obsceno mercadeo que gira alrededor de Pedro Sánchez, de su obsesión por permanecer en La Moncloa, rodeado de sirvientes y lacayos, de personajes insoportablemente mediocres pero capaces de hacer genuflexiones imposibles para el mejor contorsionista, disfrutando de la alucinación del poder a costa de las tribulaciones de millones de trabajadores precarios, de parados sin opciones, de universitarios estafados, de jóvenes sin horizonte y de ancianos solitarios.
Ni un solo dato positivo en su haber. Al contrario. La economía se hunde, la delincuencia se dispara, la educación se desmorona, la deuda aumenta y la Administración apenas funciona gastando más que nunca. Eso sí, a cambio, Sánchez ofrece su muro de progreso, el antifascismo garantizado, los derechos sociales intangibles, las promesas de transporte gratuito sin dotación presupuestaria, los incrementos de salarios imposibles, las subidas de pensiones de un sistema quebrado, los 24.000 millones de euros previstos en subidas de impuestos a cargo de esa figura mitológica que son los ricos en un país donde el grueso de los contribuyentes es pobre.
Cuando te preguntas cómo fue posible que el 23 de julio los votos no dieran para desalojar a Pedro Sánchez, miras al otro lado y lo comprendes. La apuesta por una campaña esencialmente negativa, carente de compromisos creíbles no podía ser suficiente para cambiar el signo del gobierno. Cualquiera con dos dedos de frente tenía que haberlo previsto. De lo contrario, Sánchez hoy sería historia, porque no se puede hacer peor ni entrenando. Pero no. Ahí sigue. Con todo, lo más angustioso es que la lección sigue sin aprenderse. Muy pocos analistas se preguntan por qué la misma estrategia habría de proporcionar un resultado distinto en las próximas elecciones.
Para pasar de puntillas por encima de esta incómoda pregunta, abundan las excusas. Por ejemplo, que Sánchez ha sobrevivido porque esté es un país de sectarios, de memos y socialistas. Que la división de la derecha ha impedido que triunfe el infalible recurso del voto útil. O que España es víctima de una conspiración liberal y globalista… Pero de fondo la pregunta sigue resonando: ¿no será que, más allá de las severísimas admoniciones, la alternativa brilló por su ausencia?
En el colmo de lo anecdótico, hay quienes se molestan porque Alberto Núñez Feijóo, al mismo tiempo que abomina de Sánchez, dice estar dispuesto a hacer de tripas corazón en cuestiones de Estado. Si acaso, lo que debería molestarles no es esta ambivalencia, sino que lo que merece tamaño sacrificio sea la lucha contra la violencia de género, mientras que todo lo demás le resulte a Feijóo inoportuno.
Lo que sí debería ser motivo de alarma es que Feijóo haya decidido no convocar un congreso en el PP hasta 2026, porque, a lo que parece, nada hay que debatir en el partido visto el gran éxito del 23-J. La consigna es que la victoria tarde o temprano llegará, porque sí, porque está escrito. Esta es la fe popular tradicional que también proclama el nuevo líder, a falta de mejores argumentos. Y diríase que el objetivo no es que el PP gane las elecciones, sino que las gane Feijóo, aunque antes tenga que perderlas dos, tres o cuatro veces.
«El verdadero problema de la derecha es su incapacidad para constituirse en alternativa»
Se equivocan quienes ven en la desunión el motivo del fracaso. El verdadero problema no es ese. Es la incapacidad de la derecha para constituirse en alternativa. Cuando algunos miran lo sucedido en Argentina, lo único que resuena en su cabeza es el grito de guerra «¡zurdos de mierda!» o «¡viva la libertad, carajo!». Olvidan que Milei ofreció a los argentinos una verdadera alternativa que podrá triunfar o fracasar, ya se verá con el tiempo, pero lo importante es que con sus propuestas generó las expectativas que acabaron aglutinando al resto. Así es como ganó las elecciones, ofreciendo algo más que sombrías profecías.
La actitud de la derecha me hace recordar No es país para viejos, concretamente la escena en la que el psicópata Anton Chigurh, antes de matar al desdichado Carson Wells, le dice: «Si la norma que has seguido te ha conducido hasta aquí, ¿de qué te ha servido?. Quiero decir que relatar las tropelías de Sánchez y sus socios nunca será suficiente. No lo fue el 23-J y me temo que no lo será en el futuro. Si embargo, esta es la norma que se sigue en la derecha.
Ocurre que España no sólo ha de sobrevivir a esta infame coalición gobernante, también ha de enfrentarse a unas administraciones ruinosas, a un sistema educativo que es una fábrica de ignorantes, a un modelo económico incompatible no ya con la creación de riqueza sino con la más elemental subsistencia, a un clientelismo que, exacerbado por el empobrecimiento paulatino, ha reducido a algunas profesiones al servilismo absoluto. No es preciso que las nombre, todos sabemos cuáles.
España es esa nación indivisible que la Constitución sanciona pero también es la de los trenes que descarrilan constantemente, la calefacción o el aire acondicionado convertidos en un lujo inalcanzable para muchos, la ley del embudo impuesta por unas administraciones que no están para servir sino para servirse a sí mismas, las subidas de impuestos discrecionales y abusivas, el aumento de la delincuencia, las pensiones impagables, los alquileres imposibles, la política energética suicida, el desempleo oculto tras eufemismos estadísticos, la precariedad, la corrupción, la incertidumbre… ¿Dónde está la alternativa que haga frente a todo esto? Esa es la gran pregunta que los españoles de bien deberían formular a sus políticos, en vez de andar a la gresca.