THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

'Memories are made of this...'

«Aprendimos que lord Byron era también un poeta conceptual y manejaba verdades cotidianas, que convertía la prosa de la vida en metáforas sabias»

Opinión
1 comentario
‘Memories are made of this…’

Lord Byron.

Mientras en el Bachillerato estudiábamos a Espronceda y a Cadalso –vaya manera de suicidarse: ponerse en la trayectoria de un obús y perder así la cabeza–, algunos teníamos los ojos puestos en lord Byron y su vivere pericolosamente. Leíamos La peregrinación de Childe Harold –como lo titularon en la colección Austral–, sabíamos de su afición dandi por el disfraz como atuendo y de su muerte combatiendo en Missolonghi (nadie nos enseñó que no llegó a combatir y que lo mató una garrapata): signos externos del Romanticismo. Sabíamos que había cruzado a nado la Laguna veneciana y que las mujeres –de su propia hermana, a lady Caroline Lamb, pasando por su prima Anna, con quien se casaría– se rendían a sus pies (y ahora no sé si aquí estoy cometiendo una nueva herejía: rendirse a sus pies) y con los hombres tenía una relación equívoca (hablo del curso 70-71 y de lo innombrable entonces). Pero teníamos 15 años y su figura –cojera y boxeo incluidos– nos atraía más que ninguna otra de cualquier poeta. Apenas sabíamos nada de John Keats, por ejemplo, pero ya intuíamos que una cosa bella es un placer eterno y, poco después, las traducciones del poeta Marià Manent nos sacaron del limbo junto con Shelley y, aparte, el delicioso Frankenstein de su hermana Mary.

Pero detrás de todo siempre estuvo Byron: el personaje era tan potente como cualquier estrella de rock de entonces y ahí nos perdíamos entre su vida y su literatura, apostando, pobres de nosotros, por aquella vida desmesurada frente a la desmesura inabarcable de su obra. Cosas de la adolescencia, que nos curaría Jaime Gil al poner al frente de sus Poemas Póstumos los dos primeros fragmentos del canto XII del Don Juan byroniano. Los tradujimos en nuestro mal inglés y en aquellos versos aprendimos que Byron era también un poeta conceptual y manejaba verdades cotidianas con un talento poético enorme, que convertía la prosa de la vida en metáforas sabias y música impagable. Recuerdo que busqué una edición del Don Juan en castellano y la encontré publicada en Argentina, en 1951: Obras escogidas, traducción de F. Villalva y J. Alcalá Galiano. Ahí pude leer entero –o casi, no recuerdo– el Don Juan, traducido por el primero.

Transcribo el comienzo del Canto XII: «La edad media más bárbara es la media edad del hombre» en vez de nuestra traducción literal: «De todas las bárbaras edades medias, la más bárbara es la edad media del hombre. Y seguía con la maravilla figurativa de las letras góticas, las canas del cabello y el nosotros los de antes ya no somos los mismos y esto es una adaptación al tango porque ahora que lo pienso, Javier Milei se peina como lord Byron. Recuerdo que tanto la lectura de esas estrofas como la lectura en sí de los Poemas Póstumos, nos hizo envejecer antes de hora. No digo madurar sino envejecer: nos imprimieron unos sentimientos que no correspondían a nuestra edad. Y lo hicieron con tanta sabiduría como lucidez, pero aun así, no nos correspondían. Y recuerdo también que pensé en la ausencia de una traducción española y editada en España, aunque eso fue antes de encontrar la de Buenos Aires, de donde tantas cosas buenas –a la literatura me refiero– nos llegaban entonces.

«Pronto tendremos una edición del ‘Don Juan’, de Byron, hecha –traducción y notas– por Andreu Jaume»

Los deseos, a veces, se hacen esperar, pero acaban satisfaciéndose cuando no crees, ni piensas, y el momento en el que llegan coincide donde no lo hizo antes en un extraño aleph. Uno ya no está en la media edad del hombre sino en otra más avanzada donde también existe la nieve en los cabellos, los caracteres góticos ya no cuentan frente a lo digital y los brillos de aurora, gracias a Dios, todavía se producen. Byron cita a los sexagenarios como un extremo del tiempo y en el otro está la infancia, o sea que imaginen y ahora se entiende todo mucho mejor. El regalo es que pronto tendremos una edición del Don Juan, de Byron, hecha –traducción y notas– por Andreu Jaume. La que no existía cuando leímos los Poemas Póstumos lo hace ahora.

Que Jaume haya editado tiempo atrás a Jaime Gil posibilita que establezca con más datos y percepciones que un lector cualquiera el paralelismo que existió entre él y Byron, no sólo por aquella cita inaugural sino porque –en palabras de Jaume– «fue una obsesión suya durante toda su madurez». El libro saldrá el año que viene, conmemorando los dos siglos de la muerte del poeta aristócrata. Que nos llegue parte de la felicidad y la admiración de su editor y traductor español será el premio. Y si no lo hace, que sea por culpa del lector y lord Byron nos lo demande.

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