¿Para cuándo un grupo de comunicación que no sea progre?
«Condenar a la ignorancia a generaciones de españoles y privarles del menor sentido crítico es uno de los mayores éxitos de los socialistas»
Que la política española, dirigida por el autócrata Sánchez, ha llegado a un punto crítico no necesita más demostraciones.
Estaba meridianamente claro desde que la noche del 23-J lo vimos saltar de alegría, después de haber perdido las elecciones generales, al comprobar que, sin embargo, podría seguir gobernando si se juntaba a todos los que quieren cargarse la Constitución y, a ser posible, la Nación española.
La alianza del PSOE con todos esos partidos y grupúsculos tenía ya cinco años de vida, desde la moción de censura de mayo de 2018, así que los españoles que fueron a las urnas el pasado mes de julio conocían ya el talante y la catadura moral del líder socialista. Y, sin embargo, 7,7 millones lo votaron.
Es verdad que Sánchez, antes de las elecciones, trazó algunas líneas rojas que se comprometió expresamente a no traspasar. El ejemplo más claro es el de su compromiso de que nunca habría amnistía para los golpistas y terroristas de 2017. Pero, como ha hecho tantas veces, dejar de cumplir su palabra no es obstáculo para él.
Algunas encuestas (¡quién se fía de las encuestas después de lo que dijeron antes del 23-J!) parece que dicen que casi dos millones de españoles que votaron socialista ese día ahora no lo harían por sentirse engañados. Lo que significa que casi seis millones de españoles, después de todo lo que estamos viendo, todavía seguirían apoyando que Sánchez gobierne unido a comunistas, filoterroristas, golpistas, xenófobos, racistas y supremacistas.
Empezaba diciendo que la situación política de España ha llegado a un punto crítico. No hay más que ver los centenares de columnas que, desde las pasadas elecciones, se han publicado describiéndola, analizándola y criticándola. Y THE OBJECTIVE es una buena muestra de esto.
Pero, ahora que está empezando una Legislatura en la que el poder real va a estar en manos de delincuentes huidos de la Justicia, como Puigdemont, y de condenados por terrorismo, como Otegui, se hace imprescindible profundizar en el análisis del cómo hemos llegado hasta aquí.
El asunto es de enorme complejidad, pero no cabe la menor duda de que, si las fuerzas constitucionalistas quieren acabar derrotando a la coalición sanchista, tienen que abordarlo en profundidad y con una actitud que no excluya la autocrítica.
«Hay que empezar por identificar las razones de los votantes de los partidos que hoy forman la coalición sanchista»
Reconocer la amplitud y la dificultad de ese análisis es reconocer también que supera los límites de una columna como ésta. Pero lo que sí podemos hacer aquí es plantear algunas de las preguntas que habrá que contestar, si queremos arbitrar políticas que convenzan a los españoles de que, con Sánchez y su Frankenstein, España y todos nosotros nos encaminamos a una catástrofe sin precedentes en la Historia.
Hay que empezar por identificar las razones de los votantes de los partidos que hoy forman la coalición sanchista. Dejemos por ahora a los 3 millones que votaron comunista y a los 1,6 millones que votaron independentista porque podemos suponer que sabían, más o menos, lo que votaban, y pensemos en los votantes socialistas.
La primera pregunta que necesita repuesta es la de que, ¿cómo es posible que cerca de ocho millones de españoles, no partidarios ni del comunismo ni del independentismo, votaran a un señor que ya había demostrado cumplidamente que el móvil central de su acción política es el odio a la derecha, es decir, a media España?
Y ya que tiro la primera piedra no voy a esconder la mano y voy a esbozar algunas posibles respuestas a esa pregunta, que considero fundamental.
Los que votan a Sánchez, a pesar de saber lo que hace y lo que está dispuesto a hacer, lo votan porque están convencidos de encontrarse en el lado correcto de la Historia. Es lo que han aprendido desde pequeños, es lo que han escuchado en la escuela, en el instituto, en la universidad, en la mayoría de las radios, en todas las teles, en casi todas las series y películas. De manera muy resumida lo que les han contado a los españoles, desde hace décadas, es que España era una república idílica, donde se luchaba contra la injusticia social, y que vinieron unos fachas, con Mussolini y Hitler a la cabeza, que se la cargaron con una guerra civil para implantar una dictadura de cuarenta años. Los herederos de los idílicos republicanos son los sanchistas y sus aliados, que son los progresistas, y los que no son sanchistas ni aliados suyos somos los herederos directos de Mussolini, Hitler y Franco, es decir, fachas.
Esta versión de la Historia parece una caricatura grotesca y falsa y lo es. Pero es la conclusión a la que se puede llegar simplificando los que yo llamo centros de producción ideológica llevan haciendo décadas.
Porque éste es, probablemente, el quid de la cuestión. Desde hace décadas, incluso ya con Franco vivo, esos centros de producción ideológica (escuelas, universidades, prensa, radio, televisión, cine, editoriales) están, de forma mayoritaria, en manos de la izquierda, y de una izquierda que, como ahora estamos viendo, no oculta su desprecio al cuarto principio de la Constitución, que es el pluralismo político.
«¿Cómo es posible que en España no haya un gran grupo de comunicación serio y potente en el que los españoles que no somos sanchistas, los liberales y conservadores, podamos expresar y defender nuestras ideas con fuerza?»
Por eso millones de españoles pueden votar sin ruborizarse a un señor que, con tal de machacar a la derecha, es capaz de acabar con España.
Cuando se ven los resultados de PISA o las cifras del paro juvenil en España, algunos ingenuos se atreven a musitar que la LOGSE y las otras leyes educativas socialistas (las únicas que han estado vigentes desde 1990) han sido un fracaso. Nada de eso, condenar a la ignorancia a generaciones de españoles y privarles del menor sentido crítico es uno de los mayores éxitos de los socialistas. Ahí está el resultado de que acepten, sin rechistar, una interpretación de la Historia en la que los buenos son ellos y los malos los demás. De ahí esos millones de votantes sanchistas.
Si no se toma conciencia de la importancia de luchar por acabar con la hegemonía progre en todos los centros de producción ideológica, la derrota de Sánchez se hará cada vez más difícil.
Y termino con otra pregunta esencial: ¿cómo es posible que en España no haya un gran grupo de comunicación serio, potente, inteligente, activo y luchador en el que los españoles que no somos sanchistas, los liberales y conservadores, podamos expresar y defender nuestras ideas con la fuerza y la potencia con la que ellos lo hacen y tengamos que conformarnos con los pocos y heroicos medios que nos abren sus puertas?
Ahí queda mi pregunta y el título de esta columna.