La otra lotería
«Las escandalosas recolocaciones de ministros y altos cargos provocan cada vez menos ruido, en una sociedad desencantada, adormecida y conformista»
Ya ni siquiera se disimula o se buscan argumentos que justifiquen la idoneidad del agraciado para ocupar un puesto o un cargo generosamente remunerado. Los concursos de méritos han sido desplazados por la designación digital (a dedo), en función de la amistad, el peloteo, las palmas y los servicios prestados al jefe. El gobierno de los mejores ha sido reemplazado por el gobierno de los familiares, amigos y compañeros de partido. Desde hace algunos años, la administración pública y las empresas con participación estatal recogen a lo mejorcito de cada casa, siempre que en su hoja de servicios haya constancia de una obediencia contrastada y una lealtad inquebrantable al presidente del Gobierno. Excepciones aparte, a los más agradecidos.
Aunque el enchufismo y las recomendaciones forman parte de nuestra idiosincrasia y nuestra genuina manera de ser; aunque nunca se haya desterrado de nuestros malos usos aquello de que «quien tiene padrino se bautiza», jamás se había llegado tan lejos en esta especie de vale todo, porque «para eso es mi amigo». La inmoralidad pública en este reparto de prebendas y canonjías, con el dinero de todos los españoles, se ha generalizado de tal forma que empieza ya a no ser noticia.
Pero, lo peor de todo, es que el actual presidente del Gobierno le ha cogido gusto a eso de colocar al subalterno en un consejo de administración o poner al que no valía para lo que estaba haciendo en otra ubicación en donde también se le verá el plumero. Sería para partirse de risa, si no fuera porque la broma la pagamos todos, la reubicación del personal de confianza que, por distintas razones y circunstancias coyunturales, se ha caído del caballo. En esto de las colocaciones, como en todo, hay distintas escalas profesionales y remunerativas, pero una cosa tiene que quedar clara: no se puede dejar a nadie tirado, si ese alguien es persona de confianza del jefe, no da guerra y acepta con agrado las instrucciones que se le dan desde el partido.
«Desde hace algunos años, la administración pública y las empresas con participación estatal recogen a lo mejorcito de cada casa, siempre que en su hoja de servicios haya constancia de una obediencia contrastada y una lealtad inquebrantable al presidente del Gobierno»
Basta con echar un vistazo a los nombramientos y designaciones que están produciéndose en este inicio de legislatura para comprender – ya sea en el gobierno central o en las administraciones regionales, provinciales y locales –que esta mala praxis de premiar con un cargo al amigo, no en función de sus méritos profesionales, sino atendiendo a razones personales, se ha convertido en una auténtica vergüenza. Y, como aquí vale ya todo, la inutilidad tiene premio y el más tonto de la clase puede aspirar a ocupar– si lo prefieren también con «k» – puestos de responsabilidad que jamás hubiera soñado. Si el más tonto hace relojes, ¿cómo no los va a hacer éste, que encima intentará fabricarlos a mi gusto?
Denunciar esta falta de ética y estas arbitrariedades en la gestión pública, que tanto daño están haciendo a la, por otra parte, deteriorada imagen de la clase política española, resulta cada vez más difícil, pues tampoco el enchufismo tiene ideología. Aunque Sánchez lo ha elevado a categoría, en comunidades y ayuntamientos gobernados por el PP es una práctica bastante recurrente crear nuevos departamentos para colocar a un amigo, a la mujer de un diputado o concejal o al compañero que se cayó del escaño en las últimas elecciones.
La reiteración en estos abusos, cuando todo va tan rápido –y esperemos que no sea hacia el desastre–, convierte muchas veces en anécdota lo que me parece muy grave. Y las escandalosas recolocaciones de ministros y altos cargos provocan cada vez menos ruido, en una sociedad desencantada, adormecida y conformista. Al final, para qué vamos a discutir, dicen algunos, si todos hacen lo mismo.
Está claro que a más de uno le ha tocado con antelación la Lotería.