THE OBJECTIVE
Gonzalo Figar

Feliz 2024 pero maldito 2030

«Es el momento de luchar por un mundo donde la libertad, la responsabilidad individual y el respeto por la diversidad humana prevalezcan»

Opinión
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Feliz 2024 pero maldito 2030

Ilustración de Alejandra Svriz.

Acaba de empezar 2024 y todos andamos planeando lo que esperamos que sea una temporada de alegría y bienestar. Sin embargo, me encontré el otro día pensando más allá de 2024 e imaginando el mundo que tendremos dentro de unos pocos años.

Y la imaginación me llevó a un lugar aterrador pero, por desgracia, muy real, muy posible. Las grandes narrativas sociales y políticas que están en alza en Occidente tienen más rasgos destructivos que constructivos. Reagan dijo aquello de que «la libertad nunca está a más de una generación de su extinción» y vi claro que, sin ser inevitable, sí hay una posibilidad de que seamos esa última generación. 

Este es el mundo que me imaginé, que se nos puede venir encima: un mundo en el que aquellos que ven el cambio climático como un apocalipsis inminente han triunfado y han impuesto una agenda verde a marchas forzadas. Todo nuestro sistema económico será puesto patas arriba, supeditado a la agenda apocalíptica. Demonizaremos los combustibles fósiles, base de nuestro sistema, y rechazaremos soluciones pragmáticas como la energía nuclear, mientras apostaremos todo a tecnologías aún no maduras. 

Llegará una fuerte desaceleración económica y a un aumento significativo en el coste de vida. Los más vulnerables pagarán la cuenta de una utopía ecológica mal concebida, que ni siquiera salvará un planeta que no está en riesgo. Los precios de las necesidades básicas como la calefacción o el transporte aumentarán y el nivel de vida general empeorará. Los pobres sufrirán, mientras los Gates y Soros que impulsan el apocalipsis seguirán viajando a Davos en jet privado.

Imaginé un mundo donde el totalitarismo climático generará un hueco de entrada a la ideología animalista. Se alegará que el consumo de carne es inmoral, llegando hasta su racionamiento o prohibición. La caza y otras prácticas tradicionales, arraigadas en la cultura y en la gestión sostenible del medio ambiente, serán igualmente limitadas. Se promocionará el consumo de alimentos sintéticos, cuando no directamente de insectos y hierbas.

Antepondremos unos supuestos derechos animales sobre las necesidades y libertades de las personas. Nuestra capacidad de elección se verá limitada y se nos arrebatará un recurso nutricional fundamental para una sana alimentación, y consumido desde el principio de la historia. Se desestabilizarán ecosistemas, ignorando siglos de conocimiento y afectando principalmente a comunidades rurales ya de por sí vulnerables. 

Imaginé un mundo donde la ideología de género alcanza su apogeo. Desde el nacimiento, los niños ya no serán reconocidos como chicos o chicas, sino «chiques». La autodeterminación de género se convertirá en norma y se animará a los niños a elegir su género desde la infancia, según les plazca. Se normalizarán los tratamientos hormonales y las operaciones de cambio de sexo para «transicionar» a adolescentes hacia su identidad auto-percibida.

Desafiaremos todas las realidades biológicas. Permitiremos que niños mutilen sus cuerpos de por vida, se droguen, se cambien la personalidad y la identidad. Generaciones enteras se verán sumergidas en un mar de confusión y desorden de identidad. El aumento de los trastornos de salud mental, incluyendo la depresión y el suicidio, será una consecuencia directa de esta destructiva ideología de género.

Imaginé un mundo donde este anti-humanismo que subyace a la tendencias anteriores también se manifestará en el auge de prácticas como el aborto y la eutanasia. El aborto se irá liberando de restricciones casuísticas o temporales y se normalizará. La eutanasia se considerará primero como un derecho de elección individual, pero luego se promoverá como una solución a problemas sociales o económicos.

«Se implantará un sistema de crédito social al estilo chino para asegurar que nuestro consumo se ajusta a las políticas del momento»

Normalizaremos la cultura de la muerte y, encima, nos creeremos compasivos.  Miles de vidas humanas serán destruidas antes de tener la oportunidad de comenzar. La dignidad de los ancianos y enfermos perderá todo su valor al lado de la conveniencia y el coste. Seremos una sociedad sin alma. 

Imaginé un mundo dominado por la obsesión con la equidad, es decir, la igualdad de resultado. Se impondrán cuotas en todas las esferas de la sociedad, desde la empresa hasta la administración. Invertiremos los valores que ordenan nuestra civilización, que ya no serán el mérito, el talento, el carácter o la capacidad de trabajo, sino el sexo, la raza, la orientación sexual u otras identidades culturales colectivas.  

Seremos una sociedad menos competitiva, menos innovadora, menos capacitada para resolver problemas. La excelencia y el mérito perderán sentido, ya que no serán las causas que llevan a las personas a progresar. La mediocridad y la conformidad se convertirán en características reconocibles en nuestra sociedad. 

Imaginé un mundo donde los gobiernos y bancos centrales implantarán el euro o el dólar digitales (las Central Bank Digital Currencies, en inglés). Se alegará la eficiencia de la moneda digital y su valor para luchar contra el blanqueo y la evasión. Desaparecerá el efectivo y todas nuestras transacciones serán automáticamente documentadas en los sistemas digitales de los bancos centrales. Se implantará un sistema de crédito social al estilo chino para asegurar que nuestro consumo se ajusta a las políticas del momento. 

«No estamos condenados a acabar en él. Podemos y debemos evitarlo a toda costa»

Estaremos permanentemente vigilados. Los gobiernos tendrán la capacidad de imponer políticas y sanciones de manera casi instantánea, limitando nuestra libertad para gastar nuestro propio dinero como nos plazca. Con un simple clic, podrán congelar activos, imponer sanciones financieras y controlar el comportamiento de los ciudadanos, creando un estado de vigilancia omnipresente.

Imaginé un mundo donde la información será controlada. Habrá un discurso oficial, que defienda todas las narrativas anteriores y presente cualquier crítica como «desinformación». El discurso oficial será promovido por los medios tradicionales, legitimado por las empresas de verificación e impuesto en las redes sociales por las empresas tecnológicas. A todo el que se aleje de la versión oficial se le cancelará, silenciará, bloqueará, expulsará o se le impedirá la monetización de su contenido, acusándole de desinformación. 

Viviremos en una sociedad menos libre, donde expresar tu opinión será en sí un acto de valor. Cuestionar la narrativa oficial te convertirá en disidente. La capacidad de cuestionar y desafiar el poder se verá seriamente limitada, erosionando los fundamentos mínimos de una democracia operativa. Estaremos en el orwelliano mundo de 1984

Muchos estarán leyendo y me tildarán de pesimista o alarmista, pero la realidad es que todos y cada uno de estos movimientos YA están en marcha. Quizás reconozcan varios, y si no lo hacen con todos es porque siempre vienen disfrazados, escondidos bajo máscaras amables: el apocalipsis climático disfrazado de ciencia; el animalismo disfrazado de humanidad; la ideología de género disfrazada de libertad; la cultura de la muerte disfrazada de compasión; el igualitarismo disfrazado de igualdad; el control gubernamental disfrazado de eficiencia; la censura disfrazada de desinformación. 

Pesimista puedo ser, pero determinista nunca. Este mundo que se puede avecinar, que es una amenaza directa a la libertad y la dignidad humana, no es un destino inevitable. No estamos condenados a acabar en él. Podemos y debemos evitarlo a toda costa.  

Pero el futuro se conquista ahora, cuando todo aún resulta un lejano temor. La espera no es una opción, pues lo que tememos será ya realidad consolidada. Ahora es el momento de luchar por un mundo donde la libertad, la responsabilidad individual y el respeto por la diversidad humana prevalezcan. 

Para ello, necesitamos tres cosas: primero, líderes públicos y privados valientes, dispuestos a desafiar lo políticamente correcto, resistir las presiones del momento y defender los principios y valores que han construido nuestra civilización, a pesar de las críticas o las controversias.

Segundo, necesitamos generadores de opinión, intelectuales y periodistas honestos y transparentes, que cuenten la verdad, que más allá de ideologías no escondan los peligros que se pueden venir, y que hagan el trabajo intelectual de desarmar las falacias de esas narrativas destructivas. 

Y, por último, necesitamos a más ciudadanos informados, que tengan un mínimo conocimiento de las tendencias sociales y políticas que están en auge y sepan reconocer su riesgo; y que sean más activos y comprometidos en alzar su voz contra ese mundo que viene que no les traerá ni mayor libertad, ni mayor prosperidad, ni mayor felicidad.

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