De cabeza al paraíso sanchista
«Este año que acaba de empezar será el de los altavoces del sanchismo, que legitimarán su arbitrariedad y la instrumentación partidista de las instituciones»
Una de las máximas de la comunicación política, especialmente del autoritario con planes, como el sanchista, es crear un enemigo temible, los «ultras», e inventar acciones malvadas cometidas o por perpetrar. Es una manera pueril de legitimar el ostracismo del otro y perpetrar ilegalidades. Esta artimaña es peligrosa para la democracia cuando se hace desde el Gobierno, que disfruta del uso del aparato estatal y de la colaboración de no pocos medios de comunicación dispuestos a difundir la historieta. Esto está pasando en nuestro país desde 2018. No es un modelo terminado, sino en construcción, aunque ya apunta maneras.
No estamos en España en los casos descritos por Guriev y Treisman en Los nuevos dictadores: el rostro cambiante de la tiranía en el siglo XXI, convertidos ya en paradigmas, como Orbán y Erdogan, pero sí existen indicios alarmantes. Me refiero en concreto a mezclar la información con la opinión para cultivar la imagen de un líder infalible e irreprochable, a ocultar datos o tergiversarlos para engañar, a utilizar las instituciones para socavar la democracia constitucional, a una política internacional antes impensable que rompe el consenso, a la deslegitimación de la oposición legal por el simple hecho de serlo, y al uso masivo de sus terminales mediáticas que articulan un lenguaje propio.
El artificio se basa en una ficción doble. Por un lado, está el convertir al autócrata, Sánchez mismo, en un demócrata competente y benévolo, en la encarnación misma de la «mayoría social», que dirige al país hacia el futuro contra el viento y la marea generados por la oposición rabiosa que tiene un «berrinche» -aquí entra Feijóo en escena-.
La otra ficción es que los opositores, los «ultras» del PP y Vox, urden una vasta conspiración animada por intereses espurios y contrarios al buen pueblo y al proyecto benéfico que representa el líder; esto es, al «escudo social» y el Estado plurinacional. En esta narrativa zafia, la oposición es incapaz de aceptar la nueva realidad, consistente en que el Gobierno y sus aliados tienen el poder y la obligación moral de cambiar el orden político a su conveniencia.
«El socialismo y sus variantes prefieren la sensibilidad, las emociones, el deseo o la voluntad antes que la ciencia»
En esto la perversión de la Historia es imprescindible. El Gobierno del líder mesiánico tiene el mandato imperativo del tiempo histórico porque ha interpretado como nadie el presente y el futuro -como nuestro Sánchez y sus emergencias-, mientras que la oposición es la resistencia reaccionaria e irracional. Hay que decir que en este caso la razón importa muy poco porque la izquierda ha renunciado a ella. El socialismo y sus variantes prefieren la sensibilidad, las emociones, el deseo o la voluntad antes que la ciencia. Mataron a la Ilustración y la han sepultado bajo un océano de ñoñerías moralistas e identidades emocionales y arcaizantes.
Nada de esto sería posible sin un relato. Porque esta izquierda que rinde culto al Dios Progreso necesita una narrativa capaz de demoler la realidad científica y razonable. Y para eso cuenta con la inestimable ayuda de los escribas y predicadores de los medios afines. Nada nuevo. Lo han hecho todos los tiranos en la Historia de la Humanidad, que buscaron poetas y cronistas que contaran sus hazañas. El riesgo siempre está en la exageración de los meritorios de la tecla y el micro.
El pulso narrativo del sanchismo va aumentando en función de su deseo de ocultar indignidades, o de legitimar su arbitrariedad y la instrumentación partidista de las instituciones. Los ataques a la otra España, a la que no se ha tragado la palabrería del Mesías del Progreso que trajo las tablas de la ley desde Waterloo, son cada día más virulentas y peligrosas para la convivencia. No hay crítica o pregunta al Gobierno que no sea contestada con un insulto. No hay maniobra de la oposición para armar sus organizaciones de cara a las urnas que no sea vista como la convocatoria de las hordas «ultras». Incluso utilizan un programa de humor en la televisión pública, como Cachitos en Nochevieja, para denigrar a la oposición.
Este año que acaba de empezar será así el de los altavoces del sanchismo. Van a hacer falta más que nunca. Tendrán que repetir los argumentos de la Moncloa para justificar la amnistía como una necesidad histórica, obligatoria para la concordia y el ingreso de los golpistas en la vida constitucional. Aparecerá así Sánchez como el artífice de la Paz Plurinacional del Estado. Contarán que un referéndum es algo democrático y que no tiene nada de malo que vote la gente, porque unas urnas arreglan cualquier cuestión política. Será el imperio de la voluntad por encima de la separación de poderes, el Estado de derecho y la Constitución. ¿Qué importa la ley si Sánchez nos conduce al paraíso?