Venir y marcharse
«España se ha desindustrializado y se ha inclinado hacia el sector terciario, cuyos salarios son un desastre. O se industrializa o seguiremos perdiendo gente valiosa»
Al inicio de este siglo XXI los inmigrantes representaban en España apenas el 5% de la población, pero el año 2022 ya estaba en torno al 15%. Las proyecciones del INE no prevén una bajada, sino que estiman que llegarán a España medio millón de extranjeros cada año en los próximos 15. Que esto se cumpla o no es una entelequia imposible de evaluar.
A finales de octubre de 2023 la OCDE presentó un documento (International Migration Outlook 2023) en el que puede leerse: «En muchos países de la OCDE, la migración de tipo permanente fue mayor en 2022 que en cualquiera de los 15 años anteriores. Este fue el caso de Canadá y Nueva Zelanda, y de muchos países europeos de la OCDE (por ejemplo, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y Suiza)».
Estas migraciones no son neutrales ni política ni socialmente. En efecto, las migraciones producen tensiones sociales y políticas y, en palabras de Jordi Amat «son solo una parte y no la principal de lo que representan esos nuevos llegados. Escuchar su testimonio, poco presente en la conversación pública, protege de la tentación xenófoba. También convendría entender cómo evoluciona el paisaje demográfico y cuáles son las consecuencias de la incorporación de ellos al mercado laboral».
Sea como sea, esas migraciones vienen ocultando otras: las emigraciones de los jóvenes españoles con altísimos niveles profesionales. Según el INE, durante 2022 salieron de España 531.889 jóvenes (244.000 mujeres). Teniendo en cuenta el alto nivel profesional de esos emigrantes, se calcula que en 2022 España perdió por esa vía 154.800 millones de euros, el 40% más que el año anterior a la pandemia. Oigamos al profesor Lorenzo Serrano:
«No sólo se huye buscando mejor sueldo, también estos jóvenes se van en pos de una mejor promoción profesional»
«Cuando las cosas van mal en España es bastante normal que venga menos gente y que se vaya más. Sin embargo, lo curioso de los últimos años es que, a pesar de que en principio la economía se está recuperando, se está generando empleo y están cayendo las tasas de paro, los volúmenes de emigración son similares a los de los peores momentos de la crisis de la burbuja inmobiliaria y la gran recesión».
Es evidente que esos jóvenes cuando vuelvan —si pueden— a España cobrarán mayores sueldos que los que hubieran cobrado de haberse quedado aquí.
La Federación de Jóvenes Investigadores (FJI) denomina a este fenómeno de salida de gente bien formada de España «exilio investigador». Pero no sólo se huye buscando mejor sueldo, también estos jóvenes se van en pos de una mejor promoción profesional.
El domingo pasado, la analista Angélica Reinoso publicó un reportaje en El Mundo en torno a un grupo (tres muchachas y un chico), «investigadores exiliados» donde mostraba con esos ejemplos la deplorable situación que esas personas sufrían en España.
Yo lo conozco bien, pues mi hijo Nicolás (Premio fin de carrera en la Escuela de Arquitectura de Madrid) vive y trabaja en Londres desde hace ya diez años. No es que a él le guste vivir en Inglaterra («ni me gusta el paisaje ni el paisanaje», me suele decir), pero buscar en España el sueldo que él tiene en Inglaterra le resulta imposible.
¿Qué pasa aquí? Pues que España se ha desindustrializado y se ha inclinado hacia el sector terciario, especialmente hacia el sector turístico, y este sector en términos salariales es, simplemente, un desastre. O España se industrializa o vamos al agujero y seguiremos perdiendo gente muy valiosa. Esa es la realidad.