THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Globales

«El mundo del futuro dependerá en gran medida de la tecnología y la globalización, y de la inteligencia con la que sepamos afrontar sus desafíos»

Opinión
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Globales

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como llovía y soplaba un aire más bien molesto, decidí encerrarme en mi despacho y escuchar el disco Silk Baroque, con el genio de la música china Wu Wei y el ensemble Holland Baroque. Hacía tres o cuatro años que no oía este registro de piezas barrocas tamizadas por la sensualidad oriental, entre el pasado y el futuro. Pensé que una de las consecuencias benéficas de la globalización es la extraña riqueza de la fusión, en la que lo idéntico se replica de forma distinta, hasta el punto de que las fronteras entre los géneros se difuminan y hablan por primera vez con un lenguaje nuevo, no necesariamente más rico ni mejor, pero sí sorprendente y original. Wu Wei —leí en una ocasión que estos dos ideogramas en mandarín significan «no ser»— es uno de los grandes intérpretes actuales del sheng, un tipo de órgano de boca cuyos orígenes se remontan a hace tres milenios, aunque en Europa sea conocido sólo desde mediados del siglo XVIII.

El disco, por si no lo conocen, vale la pena y recuerda el que registrara ya hace años el saxofonista noruego Jan Garbarek, con obras polifónicas de nuestro Cristóbal de Morales, o la lectura jazzística que propusiera Uri Caine de Wagner y Gustav Mahler (tengo más dudas acerca de su versión de las Variaciones Goldberg de J.S. Bach).

La globalización, sin embargo, no se limita únicamente a una multiculturalidad creativa. Como cualquier otra realidad humana, tiene sus claroscuros. Y, juntamente con las tecnologías de la información, es la fuerza dominante que moldea nuestra época. Se diría que ambas van de la mano, que se acompañan y apoyan. También cuando manifiestan su poder destructivo, que no es escaso —lo llamemos «disrupción» o de cualquier otro modo—.

«La democracia se torna tecnopolítica a medida que la IA y el ‘big data’ toman el control de las emociones de los votantes»

Las empresas tradicionales sufren la presión de las nuevas multinacionales, mientras se abren profundas grietas salariales en la sociedad. El acceso a la vivienda se dificulta en las ciudades de éxito (Madrid, Barcelona, Málaga, Palma…) hasta convertirse en un auténtico drama para los jóvenes, a la vez que el precio de las casas se desmorona en las geografías vaciadas. La democracia se torna tecnopolítica a medida que la inteligencia artificial y el big data toman el control de las emociones de los votantes. Los gustos se vitalizan al mismo tiempo que los miedos. Un virus se hace pandémico en cuestión de semanas. La actuación terrorista de los rebeldes hutíes en el Mar Rojo impacta sobre el comercio mundial y sobre el IPC.

La pregunta por la globalización nos lleva a la cuestión inversa: ¿cómo sobrevivir en un entorno desconocido para muchos? O, mejor aún, ¿cómo aprovecharse de sus sinergias positivas para salir fortalecidos de este desafío? Es un problema que afecta de un modo central al liberalismo como ideología política dominante en el último medio siglo (ya sea en su vertiente democristiana o socialdemócrata) y, de forma cada vez más acuciante, a las propuestas populistas. El retorno a los Estados nación —como reivindica en su forma más sofisticada el prestigioso politólogo francés Pierre Manent—, una de cuyas primeras manifestaciones ha sido el Brexit, constituye una respuesta a la globalización, del mismo modo que el liberalismo radicalizado de un Milei en Argentina o, a contrario sensu, que el proteccionismo industrial de un Trump durante sus años de presidencia.

Nadie sabe cómo será el mundo en 20 o 30 años. Aunque sí sabemos es que el resultado dependerá en gran medida de lo que quieran estas dos fuerzas en movimiento —la tecnología y la globalización—, y de la inteligencia con la que sepamos afrontar sus desafíos y aprovechar sus oportunidades.

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