THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El momento Artur Mas

«Difícilmente el Gobierno logrará sostenerse en medio de la guerra de chantajes que Junts ha impuesto como estrategia y que algunos llaman ‘el procés español’»

Opinión
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El momento Artur Mas

Ilustración de Alejandra Svriz.

La política en ocasiones vive su momento Artur Mas, cuando el líder de un partido o de un gobierno da un paso hacia el abismo y se adentra en lo ignoto. En la Antigüedad clásica se hubieran referido al Rubicón y a la famosa sentencia que acuñó Julio César cuando hubo cruzado con sus legiones el pequeño río arcilloso situado en el norte de Italia: «Alea jacta est» —la suerte está echada—. César fue asesinado antes de convertirse en dictador, pero terminó con la República y, por medio de Octavio, fundó un imperio. A veces la fortuna acompaña a los osados y otras veces los conduce a la perdición. En este caso los griegos hablaban de hybris, es decir, de exceso de orgullo: uno de los peores defectos que pueda tener un hombre. Mas cruzó su particular Rubicón cuando, tras un largo encuentro con Rajoy en La Moncloa, decidió poner en marcha el procés. Los resultados ya los conocemos todos.

Hay quien dice que ahora Sánchez está viviendo su particular momento Artur Mas, al haber aceptado el pacto con Junts —y antes con Bildu— a fin de seguir en el poder. ¿Ha ido demasiado lejos? ¿Ha sido —y seguirá siendo— este el precio a pagar por el fin del bipartidismo? La baraka también se acaba y entonces conviene saber cuáles son los fundamentos sobre los que se ha construido una legislatura. Por si no son perdurables. La pasada semana, en el intenso debate parlamentario suscitado por la aprobación de los llamados «decretos ómnibus», pudimos comprobar que difícilmente el Gobierno logrará sostenerse mucho tiempo en medio de la guerra de chantajes que Junts ha impuesto como estrategia y que algunos —el popular Juan Milián fue el primero en verlo— se ha apresurado a denominar el «procés español».

«Para Junts el objetivo a abatir no es tanto Pedro Sánchez como ERC»

Obviamente, ningún gobierno puede prosperar bajo chantaje. Sin embargo, para Junts el objetivo a abatir no es tanto Pedro Sánchez como ERC. La tensión se mide en grados de independentismo más que desde una perspectiva racional. Puigdemont sabe que, en el juego del gradualismo, el peligro de un sorpasso real y definitivo de los republicanos se acrecentaría con el adelanto de unas elecciones catalanas que se antojan cruciales y en las cuales el PSC de Salvador Illa podría convertirse en la gran sorpresa. Puigdemont quiere minar la confianza en ambos partidos, aunque sea por motivos distintos: con ERC, se juega la primacía en el corral del independentismo y, con el PSC, quizás la mayoría social en Cataluña.

En esa lucha por el poder, Sánchez ha descubierto que se puede engañar a muchos durante mucho tiempo pero no a todos todo el tiempo. Si el presidente del Gobierno juega sin reglas previsibles, Junts le ha recordado que ellos van a hacer lo mismo. Nos encaminamos, pues, hacia una legislatura sin frenos y sin pausa. En realidad, a día de hoy, ni siquiera hay un nuevo presupuesto aprobado.

La transferencia de las competencias de inmigración a Cataluña —que es parte del botín conseguido por Puigdemont— amenaza con tensar aún más las difíciles relaciones entre los partidos que integran la inverosímil coalición que dio el voto a Sánchez. La inmigración es un factor clave en los debates electorales de media Europa y aquí aún no lo era, fuera de algunos casos concretos. Lo va a ser y más pronto de lo que pensamos. En primer lugar, porque España es frontera europea. Y, en segundo, porque no seremos una excepción en el contexto actual.

¿Ha llegado demasiado lejos Pedro Sánchez en sus pactos? ¿Y Junts con sus exigencias de máximos? ¿Y Podemos en su relación con Sumar? Demasiadas incógnitas a resolver una vez que se ha cruzado el Rubicón sin otra intención que mantener el poder o suscitar el caos.

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