THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

Mamá, quiero ser artista

«El decretazo es un vicio difícil de quitar. Luego se autofelicitarán porque, una vez más, el Gobierno ha dado otro paso para impedir el avance de la derecha»

Opinión
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Mamá, quiero ser artista

Ilustración de Alejandra Svriz.

Ando por los pasillos de casa tosiendo y tarareando «mamá, quiero ser artista». Concha Velasco, la actriz vallisoletana, cantó esa melodía en una comedia estrenada con éxito en 1986. Decía así: «Hay dos clases de gente nada más: los artistas y todos lo demás». Eso era  cuando los españoles llegaban a Madrid con su maleta y sus ilusiones a buscarse un porvenir en los escenarios, en la industria, en la universidad. Ahora, es más fácil y lucrativo convertirse en político de carrera o influencer. No piden currículo  ni oposiciones. Y, si eres obediente y empático (también ayuda ser guapo), consigues plaza con sueldo en algún partido o te fichan para un reality. 

Tal como van las cosas en este Gobierno condenado al drama de los decretos leyes y al chantaje nacionalista, prefiero que mi hija, doctora en uno de esos hospitales públicos llenos hasta la bandera de enfermos de covid y gripe, complete su escueta nómina dedicándose part-time a influir en el Insta. Mi hijo me tiene más preocupada. Es periodista, de los serios, y no sabe tocar el piano.

Nos equivocamos, mi marido y yo, con la educación de los vástagos, ahora ya treintañeros. Nada indicaba entonces que los médicos del futuro (o sea de hoy) fueran a cobrar menos que cualquier militante recién salido de las Juventudes o de los bien pagados diputados secesionistas que marcan el paso en las Cámaras del Estado. El declive del periodismo lo vimos, nos pasó rozando. Sin embargo, pensábamos que la medicina era demasiado importante para abandonarla a su suerte. 

Una cosa hicimos bien. Ante la inmersión total introducida en las escuelas de una Cataluña felizmente bilingüe, insistimos en que debían aprender idiomas. Ambos pueden, como antes su madre, abuelos y bisabuelos, hablar con precisión en las dos lenguas propias, catalán y español. El chico, que es de letras, domina cuatro idiomas más y anda buscando noticias por el mundo. La niña, que es muy práctica, decidió concentrarse en la ciencia y aprender bien inglés. Ahora publica artículos de medicina en revistas extranjeras y tiene la posibilidad de optar, si quiere, por distintos destinos laborales.

«Europa y EE UU se están llenando de científicos y médicos españoles que han emigrado para obtener un sueldo decente»

Se está llenando Europa y Estados Unidos de científicos y médicos españoles que han decidido emigrar para obtener un sueldo decente antes de la vejez. En España, el salario promedio de un doctor en medicina es de 32.500 euros anuales (16,67 euros la hora). Los más experimentados o con algún cargo llegan tras muchos años de experiencia a 54.000 euros, cantidad que sólo aumenta si los profesionales combinan pública y privada o se matan a hacer guardias. En EE UU, los médicos reciben un salario de entre 200.000 y 500.000 dólares, según la especialidad. En Alemania y Francia, aquí al lado, van de 70.000 a 180.000 euros.

Qué feas son las comparaciones, desde luego. Peor es el autobombo poco ilustrado que vemos en la política española. En Cataluña, hace una década, el convergente Artur Mas montó una campaña a la americana que le llevó a la victoria  y al inició del procés. Llenó los autobuses de Barcelona con una foto gigante suya bajo el  eslogan «El Gobierno de los mejores». Esa frase es la traducción literal de la palabra griega aristocracia, denominación del  sistema político ideado por Aristóteles y Platón basado en dejar gobernar a quienes sobresalen por su «sabiduría, virtud y experiencia». No era el caso, pero, visto lo que vino después, había mucho espacio para empeorar.  

Tenemos verdaderos especialistas de la provocación y el chantaje de última hora. Se vio ayer. La política más influyente del nuevo hemiciclo fue Miriam Noguera, portavoz de los siete magníficos de Junts. Todos ellos, junto con los representantes de Podemos, llegaron ayer a la Cámara dispuestos a cargarse los decretos de Pedro Sánchez. ¿Para qué debatir?  «Rectifica y te votaremos», fue el mensaje nacionalista. Nada es gratis. El único objetivo del pequeño grupo de patriotas, con sueldos medios de 100.000 euros, es defender la amnistía para «el querido líder» Carles Puigdemont. Noguera, sin título universitario y una trayectoria profesional de tres líneas, se afana en destacar que ha sido empresaria textil, aunque sólo se conoce, y sin detalles, su participación en una pequeña tienda digital de hilos. 

«Para que la democracia parlamentaria funcione es importante contar con políticos experimentados que respeten las leyes»

Los verdaderos empresarios estaban ayer trinando contra las posibles concesiones, actuales o futuras, del Gobierno del PSOE y de Sumar al independentismo. Aquello que parecía una vana amenaza de tintes satíricos, se acepta ya como posible: los nacionalistas quieren que se multe (y/o incentive fiscalmente) a las empresas que cambiaron su sede tras el referéndum ilegal y se niegan a volver a Cataluña. El pacto entre bambalinas se ha convertido en práctica habitual de este teatro tragicómico. 

La democracia, el gobierno del demos (pueblo), es mil veces mejor que cualquier otro. Eso ya lo explicaron los griegos. Pero para que la democracia parlamentaria (el Estado de Derecho) funcione es importante contar con políticos experimentados que respeten las leyes. No vale acusar de ultraderechista al presidente argentino Javier Milei por su estrategia de aprobar planes ómnibus y, dos minutos después, hacer tú lo mismo.  

El  decretazo es un vicio difícil de quitar. Se trata de aprobar con mayoría simple y voto telemático un chorreo de decisiones variopintas; algunos grupos ni siquiera se dignan ya a debatir en el Congreso. Luego se autofelicitarán porque, una vez más, el Gobierno ha dado otro paso para impedir el avance de la derecha. Son unos artistas. Eso sí.

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