El golpe de Estado no lo dio el PP
«La cortina de humo que se intenta esparcir para amnistiar a los golpistas y encarcelar a quien los desarticuló no está teniendo resonancia ni credibilidad»
El Gobierno, sus socios —los partidos comunistas y separatistas— y sus correas de transmisión mediáticas llevan años haciendo esfuerzos denodados para convencer al respetable de que en realidad el golpe de Estado que dieron Puigdemont, Junqueras y sus huestes separatistas en el año 2017 no lo dieron ellos sino, en realidad, el PP. Cuesta creerlo, pero por intentarlo que no quede.
La tesis que se procura difundir es que el presidente Rajoy era tan perezoso, tan poco flexible y poco dialogante (¡no quiso ni hablar siquiera de ceder el cupo!), que fue su rigidez inmovilista lo que metió a los nacionalistas catalanes en un callejón sin salida, haciéndoles perder la serenidad y poco menos que obligándoles a cometer una ilegalidad —no propiamente un golpe de Estado, sino apenas una travesura—.
Me temo que son esfuerzos baldíos, que el respetable público no acaba de morder el anzuelo, porque aquellos acontecimientos infaustos se anunciaron a bombo y platillo y sucedieron a la vista de todos, con luz y taquígrafos y bajo los focos de la televisión; y también a la vista de todos el Gobierno de Rajoy, aunque arrastrando los pies, tuvo que acabar tomando medidas: recabó, y obtuvo, el apoyo del partido socialista, y aplicó el artículo 155 de la Constitución que suspendió durante un breve lapso de tiempo la autonomía de Cataluña, desactivó el golpe, y llevó a los delincuentes desde el palacio de la Generalitat a los tribunales de Justicia.
Ahora, a cambio del apoyo parlamentario de los delincuentes, hay que amnistiarlos, aunque sea desmintiendo las promesas formuladas solemne y repetidamente hace pocos meses, antes de las últimas elecciones, por el presidente del Gobierno y varios de sus ministros, también ante las cámaras de televisión.
El Gobierno prepara un decreto «consensuado», es decir dictado por los mismos golpistas, aunque para ello sea preciso retorcer el espíritu de las leyes, desautorizar al poder judicial y ofender el sentido común vendiendo el enjuague como una gran oportunidad para la reconciliación nacional.
«A modo de cortina de humo se vuelve a sacar al comisario Villarejo, que se ha convertido en una estrella mediática en Barcelona»
Como esto es difícil de tragar, a modo de cortina de humo se vuelve a sacar a la palestra al comisario Villarejo, que se ha convertido en una estrella mediática en Barcelona, donde cada día intenta vengarse de Rajoy y su Gobierno esparciendo en radios y televisiones infundios delirantes que son acogidos como la voz del oráculo de Delfos, y se desempolva la «operación Cataluña», como bautizaron los separatistas a una supuesta conjura policial —basada en informes anónimos sin fecha ni membrete— para desacreditar a los líderes golpistas.
Se habla ya —pero me parece que la rueda gira en el vacío— nada menos que de un GAL del PP, de una maquiavélica y siniestra escuadra policial conspirando en una covacha del Ministerio del Interior dedicada a destruir las reputaciones de los inocentes líderes del golpe. Cuánta creatividad.
La verdad es que tan pérfida policía ni siquiera fue capaz de encontrar las urnas del referéndum ilegal, ni evitar que se celebrase, ni ponerle los grilletes a Puigdemont, el capo del golpe, que se le escurrió entre los dedos. Hay que felicitarla, eso sí, porque a pesar del desafío multitudinario alentado y convocado por los líderes del llamado procés, no se produjo ninguna muerte. (A diferencia, por ejemplo, de lo que pasó en Francia con la revuelta de los chalecos amarillos.)
«La verdad es que se desviaron ingentes cantidades de dinero público a preparar el golpe»
La verdad es que el mismo Jordi Pujol tuvo que reconocer que era un mangui; que su hijo y heredero no le iba a la zaga en cuanto a corrupción; que CiU sí se financiaba fraudulentamente mediante Millet y el Palau de la Música; que se desviaron ingentes cantidades de dinero público a preparar el golpe; que se perjudicó seriamente la economía de Cataluña y la reputación de España. Eso fue la verdadera «operación Cataluña».
La voluntariosa cortina de humo que se intenta esparcir bajo ese nombre para amnistiar a los golpistas y encarcelar a quien los desarticuló, me temo que no está teniendo la resonancia ni la credibilidad apetecidas. Ya que la ciudadanía —salvo la más fanática y la más influenciable— considera que el Ministerio del Interior del Gobierno Rajoy más que excederse en sus investigaciones y escuchas contra los enemigos declarados del Estado, se quedó muy corto. Fue incluso incapaz de detener a Puigdemont, el gran estadista que hoy desde Waterloo y pasado mañana desde Barcelona donde será acogido en olor de multitudes, se ríe de todos, empezando por su seguro servidor, el presidente del Gobierno.