La ingrata tarea del propagandista
«El propagandista sanchista debe estar atento a cada mínimo cambio: quizá ha desplegado sus armas contra un adversario que, de pronto, es socio del gobierno»
En su excelente Sombras chinescas (Acantilado), el sinólogo Simon Leys dedica mucho espacio a analizar la propaganda maoísta. Dice que es insoportable y a la vez completamente necesaria. Para sobrevivir, el ciudadano (si es que existe el ciudadano en la China maoísta) debe estar constantemente atento a sus cambios. La línea correcta un día es incorrecta al otro, el mártir se convierte en traidor de la noche a la mañana, una regla que parece completamente esencial e importante deja de aplicarse sin previo aviso.
«La verdad maoísta es de naturaleza esencialmente cambiante y transitoria», escribe. «Para sobrevivir, se trata, pues, de no perder ningún tren, de no errar ningún viraje; por eso la propaganda maoísta –prensa, radio, ópera–, por mucho que sea una de las más monótonas, áridas e indigentes que haya en la tierra, es seguida con un interés anhelante por millones de hombres cuyas carrera y existencia dependen de estas vicisitudes de la ideología que es menester descifrar entre líneas día tras día».
Hay que tener mucho cuidado con las invocaciones al maoísmo, un concepto manoseado que se utiliza a menudo de manera exagerada y autocomplaciente. Pero el análisis de Leys me parece aplicable también a la propaganda contemporánea. Y me ha hecho pensar en algunos representantes del oficialismo en España, que siempre encuentran una manera de justificar lo injustificable del presidente Sánchez. Es un trabajo duro y poco agradecido. La propaganda sanchista es especialmente maleable y arbitraria. Sus alianzas son cambiantes, sus convicciones no son muy fijas. El propagandista debe estar atento a cada mínimo cambio y movimiento retórico: quizá ha desplegado sus armas contra un adversario que, de pronto, de la noche a la mañana, es un socio imprescindible del gobierno para, no sé, una investidura. No es un trabajo que envidie.
«La estrategia de Sánchez es pedir a la ciudadanía que se fíe de él para luego defender lo contrario de lo que defendía»
La propaganda sanchista es muy particular. Es un presidente que no da mucha importancia a la persuasión. Quizá se ha dado cuenta de que no se le da bien. Recuerdo sus intervenciones durante la pandemia, su incapacidad de mostrar humanidad, su lenguaje de cartón. Recuerdo una frase de José Antonio Zarzalejos: «Es un hombre frío y, sin negar en absoluto el sentimiento que le produce la tragedia, no dispone de habilidades para provocar vibraciones de emotividad».
Pero quizá no le interesa la persuasión porque cree que no hace falta persuadir cuando uno está en lo cierto. La mayor prueba de que es bueno lo que defiendo es, en efecto, que lo defiendo yo (parece pensar). ¿Qué más hay que explicar? La estrategia de Sánchez es pedir a la ciudadanía que se fíe de él para luego, poco después, defender lo contrario de lo que defendía.
Esta actitud dificulta mucho el trabajo de sus voceros. La coherencia y la fiabilidad son muy importantes de cara al electorado. También es importante para los inversores, que necesitan cierta previsibilidad institucional y gubernamental. Pero sobre todo es importante para los propagandistas. ¿Cómo van a hacer bien su trabajo si no? Un día alguno de ellos, quizá tras una noche de excesos que le ha obligado a dormir más de lo normal, no tendrá tiempo de ponerse al día con el último cambio propagandístico y publicará algo contra un enemigo que ya no lo es. Y quedará en evidencia: ha llegado tarde a la fiesta. «Eso se avisa, cabrones».