El campo, el buenismo y la geopolítica
«Acabar con nuestra soberanía alimentaria nos hará dependientes de terceros. Europa debería despertar del sueño buenista y actuar como un actor estratégico»
Leyendo el artículo de Manuel Pimentel en este mismo periódico del pasado 6 de febrero, me vino a la cabeza algo que creo muy básico: la pirámide de Maslow. El alejamiento cultural y simbólico entre el «campo» y la ciudad» podría ser (y lo es) una de las explicaciones de la desidia que muestra tanto la sociedad, la política y las instituciones hacia nuestros agricultores, ganaderos y pescadores. Podría ser la explicación. Pero creo que esta es una razón necesaria pero no suficiente. Quizás porque me dedico profesionalmente a combatir procesos de desinformación, siempre me viene a la cabeza aquella expresión latina cui bono, ¿a quién beneficia?
No creo que ninguna sociedad tenga una tendencia natural hacia el suicidio colectivo, si miramos esa pirámide de Maslow, la alimentación es uno de los cimientos sobre los que se sustenta la estabilidad de las sociedades humanas. Quizás el recuerdo de las hambrunas europeas ha desaparecido del recuerdo colectivo, de este nuestro sustrato cultural obsesionado por los avances tecnológicos que parece querer invertir la realidad y a Maslow. Pero, ¿cuál sería la razón por la que hasta las instituciones europeas, nacionales y regionales siguen dañando a los sectores primarios de nuestra economía? Todo ello ante la pasividad y/o la desconfianza por parte de la ciudadanía, ¿podemos explicarlo con razonamientos únicamente culturales?
Podríamos encontrar una explicación mucho más dura, mucho más realista, pero que no excluye ese alejamiento entre el campo y la ciudad que denunciaba al principio del artículo. Empezaré con una constatación, la realidad geopolítica mundial ha dado un vuelco copernicano que ha empujado al basurero de la historia conceptualizaciones como el «fin de la historia». El siglo XXI y el fin de la Guerra Fría nos ha llevado a una lógica de enfrentamiento, a un reverdecer de la agresión como herramienta para lograr intereses. Clausewitz está más vivo que nunca. Y esta lógica hace que el comercio y la producción de ciertos bienes sean contemplados como instrumentos de coerción y agresión. Son una pieza fundamental para esas estrategias híbridas, son el elemento sobre el que se pueden generar estrategias en zona gris para doblegar la resistencia del contrario.
Lo de Maslow es fundamental para entender el porqué la producción agroalimentaria (junto a la energía) se está convirtiendo en uno de los factores sobre los que se construye el poder geopolítico de los países. La soberanía alimentaria es directamente proporcional al nivel de estabilidad de las sociedades, la capacidad de producir excedentes para la exportación hace subir muchos enteros tu capacidad de influencia en este endiablado mundo en el que vivimos.
Con todo esto quiero decir que, más allá de las cuestiones más o menos sentimentales, más o menos éticas, más o menos de empatía, estamos ante un soterrado enfrentamiento cuyo objetivo es acabar con esa soberanía alimentaria nacional y europea. No hay nada inocente en lo que estamos viendo, la movilizaciones de los agricultores es la respuesta lógica ante una latente y constante agresión que les pone ante un dilema existencial.
«Bajo bellos paraguas narrativos disfrazados de ética (ecologismo, animalismo…) se esconden ideologías e intereses geopolíticos»
Hasta aquí, podrá parecer una barbaridad lo que estoy afirmando, todo puede ser, pero veamos, si no hay razón objetiva, ¿por qué la Unión Europea es copartícipe del declive de todos estos sectores económicos? Pimentel lo apuntaba, hablaba del «insaciable dios ambiental». Y es aquí dónde encontramos las estrategias de desinformación y confusión. Bajo bellos paraguas narrativos disfrazados de ética (ecologismo, sostenibilidad, animalismo…) se esconden ideologías e intereses geopolíticos en forma de tendencias culturales incardinadas en lo woke.
Su objetivo es crear un marco de percepción social que ponga en cuestión nuestros hábitos, nuestra cultura, nuestra alimentación. Pretenden crear esos dilemas existenciales a los productores y convertirnos en dependientes de unos pocos actores industriales productores de alimentación que no están en nuestro país, ni en nuestro continente. El mainstream creado está diseñado tanto para cambiar el hábito de consumo y, por tanto, acabar con el sistema productivo, como para influir al regulador. La influencia la vemos en Europa, ningún funcionario, ningún político, se atreve a poner en cuestión este consenso ambientalista que, en verdad, deforma el auténtico ecologismo o el verdadero animalismo.
Pero la lógica subyacente, como decía más arriba, no solo es económica o empresarial, el acabar con nuestra cultura y nuestros hábitos, con el constante chantaje ético y emocional que impregna gran parte de los contenidos audiovisuales que consumimos, tiene un objetivo geopolítico. Acabar con nuestra soberanía alimentaria nos hará dependientes de terceros, nos hará vulnerables frente a los chantajes de ataques en zona gris, nos hará más débiles como país y como continente.
Europa debería despertar de ese sueño buenista inoculado por intereses ajenos, Europa debería actuar como un actor estratégico consciente. La ideologización naif de la política europea es fruto de una gran estrategia de desinformación que nos hace aún más irrelevantes. Una Europa realista, consciente y en el mundo es algo que asusta y mucho en el tablero de la geopolítica mundial. Tras los tractores hay mucho más de lo que parece, es una forma de decir: ¡Europa, despierta!