La dictadura de las minorías
«No sé si tenemos los políticos que merecemos, pero las políticas que padecemos son en buena medida consecuencia de nuestros cálculos interesados»
Es bastante habitual referirse a la sociedad como un rebaño de ovejas que es conducido de un lado a otro, incluso al matadero, sin ninguna resistencia. Individualmente, según parece, somos suficientemente inteligentes y astutos para advertir las perversas intenciones de los pastores pero extrañamente, cuando nos sumimos en la masa, nos vemos arrastrados sin remedio por la estupidez ovejuna.
Esta visión, que traslada la responsabilidad a una entidad abstracta y colectiva, cuyo común denominador es la estupidez, ignora precisamente que es la inteligencia de cada cual para el cálculo coste beneficio lo que permite a los políticos manipular a la sociedad y conducirla como a un rebaño. Los gobernantes han aprendido que, más allá de proclamas genéricas, que nunca se sustancian en medidas concretas y eficaces, les basta con favorecer los intereses de grupos minoritarios para someter a todos los demás.
La idea de que la política puede ser capturada por grupos minoritarios no es nada nuevo. Ya fue contemplada en 1957 por Anthony Downs en An Economic Theory Of Democracy, donde acuñó el concepto de «coalición de minorías», según el cual un partido podría ganar las elecciones proponiendo medidas que favorecieran a grupos minoritarios. Más tarde Mancur Olson, en The Rise and Decline of Nations (1982), mostró que, debido a que la dinámica de costes y beneficios favorece la creación de pequeños grupos de intereses, estos se impondrían al bien común y acabarían capturando los partidos, los gobiernos y sometiendo a toda la sociedad en beneficio de unas minorías.
Un ejemplo reciente de esta forma de control nos lo ha proporcionado la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, con su referéndum para penalizar a los vehículos SUV, (acrónimo del inglés sport utility vehicle) multiplicando por tres el coste del estacionamiento regulado en los distritos más céntricos. La justificación es, cómo no, de corte ecologista. El argumento es que este tipo de automóvil es poco amigable con el medio ambiente y resulta bastante más pesado y peligroso para los peatones que los compactos o berlinas convencionales.
Hasta aquí todo es bastante previsible, acorde con las justificaciones acostumbradas en materia de restricciones y prohibiciones al tráfico rodado con las que, según dicen las almas bellas, se pretende humanizar las ciudades dando más espacio a las personas en detrimento de las máquinas, porque, como todos sabemos, los automóviles son artilugios infernales a las órdenes de Skynet y no meras herramientas al servicio de los seres humanos.
«El objetivo de Anne Hidalgo no era salvar el planeta sino incrementar la recaudación porque más dinero significa más poder»
Pero no me voy a detener en la discusión ecologista. Lo que me interesa señalar es el sesgo con el que Anne planteó la votación. Preguntó a los parisinos si estaban a favor o no de «un aumento muy importante de las tarifas de aparcamiento no residencial de los SUV y 4×4». Es decir, astutamente sólo abrió la puerta a una fuerte subida de tarifas para ese tipo de vehículos, nunca a una rebaja para los automóviles más utilitarios.
Si el objetivo ciertamente era desincentivar los SUV, Anne también podría haber recurrido a una subida pasiva mediante la rebaja de tarifas para los vehículos pequeños, en vez de sólo dar opción a la subida para los más grandes, pero no lo hizo por una razón que poco tiene que ver con proteger a los humanos de la malvada Skynet. El objetivo de Anne no era salvar el planeta sino incrementar la recaudación porque más dinero significa más poder para el político.
El referéndum de París es un claro ejemplo de cómo los políticos dirigen a la sociedad como un rebaño sin necesidad de convencer a la mayoría sino favoreciendo a unas pocas ovejas… ovejas que además no serían tan estúpidas como creemos porque, en realidad, tomarían su decisión muy conscientes de sus propios intereses, mientras que el resto del rebaño simplemente no se sentiría concernido. Al fin y al cabo, no todo el mundo conduce habitualmente un automóvil. Y los que lo hacen, se dividen en diferentes tipologías de vehículos. De estos, sólo una parte significativa pero no mayoritaria opta por un SUV.
Los afortunados residentes de los distritos más céntricos de París serían, pues, falsas ovejas. En su caso, la iniciativa de Anne supone claros beneficios sin apenas perjuicios porque ellos pueden aparcar libremente en los distritos que residen. Es decir, tienen fuertes incentivos para apoyarla y ningún inconveniente. Del resto, sólo quien tenga un SUV, viva en el extrarradio y se vea en la necesidad de acceder a París de forma cotidiana, se sentirá perjudicado. Así, a la mayoría de los parisinos le resbalará el referéndum y a Anne le bastará el puñado de votos favorables de los más interesados para salirse con la suya.
«Numerosos ciudadanos que viven en el extrarradio ahora deberán pagar el triple por aparcar en París»
Y así ha sido. El resultado del referéndum ha sido favorable para esta nueva medida coercitiva con un 54,55% de los votos… y apenas el 5,7% de participación de quienes tenían derecho a voto. De esta forma, la alcaldesa socialista ha logrado en teoría nuevos ingresos con los que aumentar su poder presupuestario a costa de numerosos ciudadanos que viven en el extrarradio y que ahora deberán pagar el triple por aparcar en París, ni más ni menos que 18 euros la hora.
Anne lo ha logrado de manera aparentemente democrática, aunque muy poco legítima, aprovechando la lógica de la acción colectiva, según la cual las personas sólo se interesan realmente por las medidas políticas que les afectan de forma muy directa. Y lo hacen, además, de manera asimétrica. Cuando anticipan que sus costes recaerán sobre terceros, pero no sobre ellas, apenas se oponen, mientras que si perciben con claridad un beneficio particular las apoyarán con decisión, incluso con vehemencia.
Los políticos usan esta asimetría en su favor para, con muy pocos apoyos reales, incrementar de forma gradual la recaudación y alcanzar mayores cotas de poder. Así, sin que apenas nos resistamos, declaran que, por nuestro bien, subirán los impuestos a los más ricos para acabar subiéndolos a todos… en beneficio de sí mismos y de las minorías interesadas que necesitan para lograrlo.
Hace no tanto se debatía la pertinencia del estacionamiento regulado. Hoy ya casi nadie lo discute. De hecho, en París antes de este referéndum se asumía como normal pagar seis euros la hora por aparcar en la calle sin otra contrapartida que el derecho a ser vigilado por si faltaba el papelito o se excedía unos minutos del tiempo abonado. De igual manera, hace apenas 75 años el gasto de los Estados europeos apenas representaba en 20% de producto interior bruto, hoy flirtea con el 50% cuando no lo supera con holgura.
«Los políticos nos ‘trolean’ con nuestra indiferencia, porque descontamos que pagará el de al lado, o con nuestra complicidad»
Ahora ya no son sólo las emisiones o la rotación del espacio disponible en las ciudades, también puntúa algo tan subjetivo como la forma del vehículo y la percepción amenazante que el político aliente a conveniencia. Y es que lo del peso es una broma porque raro es hoy el vehículo del segmento C, el tradicional familiar, que no supera holgadamente los 1.400 kg en vacío, entre otros motivos por las incesantes exigencias regulatorias en materia de seguridad y emisiones que los fabricantes, haciendo de la necesidad virtud, han tenido que asumir como principales argumentos comerciales.
Debería abrirnos los ojos que, para salvar el planeta, mientras en París se añade un castigo adicional por la forma y el peso a los vehículos particulares, sin rebajar un ápice el de los más ligeros y modestos, el Ayuntamiento de Madrid adquiera 200 BMW de a 60.000 euros la pieza y con un peso en vacío que oscila entre los 2.100 y los 2.300 kg para perseguir por la ciudad a los monstruosos utilitarios de los conductores menos pudientes. Me parece una metáfora sublime de cómo los políticos, sean franceses, españoles, suecos o portugueses nos trolean por tierra, mar y aire… con nuestra indiferencia, porque descontamos que pagará el de al lado, o con nuestra complicidad, porque creemos que nos beneficiaremos a costa de un tercero. No sé si tenemos los políticos que merecemos, pero las políticas que padecemos son en buena medida consecuencia de nuestros cálculos interesados.