THE OBJECTIVE
Jorge Freire

El cártel de la dopamina

«¿A santo de qué el llanto a cuento del informe PISA cuando todos los años se gradúan cum laude miles de licenciados en pornofagia, menalquismo y ludopatía?»  

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El cártel de la dopamina

Móvil. | Alejandra Svriz

Enorme es la polvareda que ha levantado el último artículo de Ted Gioia. En él proclama la muerte del entretenimiento y la sustitución de la cultura por la distracción. Por viejas que resulten las jeremiadas acerca de la civilización del espectáculo o la nostalgia que despierta la vieja Kultur, con k de koñazo, el texto de Gioia incorpora una grave acusación. Sirva de perentorio toque a rebato: el «cártel de la dopamina» -esto es, las grandes tecnológicas de Silicon Valley ha transformado el entretenimiento en una actividad compulsiva. 

La función hace la forma y el Valle del Silicio produce dopaminómanos, esto es, yonkis del éxtasis dopaminérgico. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es como si uno de esos civilizados consumidores de rapé, que lucían sofisticadas tabaqueras de carey y dejaban en el aire un fragante olor a vainilla, amaneciera como un patético jincho con la jeringa en el brazo. 

Como es sabido, siempre puede llevarse al limite el mecanismo de refuerzo que, respondiendo a estímulos placenteros, libera un neurotransmisor. De ahí que el cerebro que exige una cantidad progresivamente mayor de una sustancia corra el riesgo de volverse insensible a sus efectos, como saben los consumidores de analgésicos o los de material pornográfico: hace falta mucho más para obtener mucho menos.  

Cuando nos queremos dar cuenta, el cártel de la dopamina ha reventado las escuelas, ofreciendo gratis su veneno en el envoltorio colorido de la gamificación. Sus camellos no necesitan esconderse en callejones oscuros para llevar a cabo el menudeo. No hacen falta sicarios ni matones para reconvenir a los críticos, pues, bien mirado, no lo hay. 

«Las dos profesoras que han llevado al Congreso decenas de miles de firmas exigiendo la prohibición del móvil hasta los 16 años. No lograrán lo que se proponen, pero han armado ruido»

¿Dónde quedan, por cierto, los sempiternos defensores de la guerra contra la droga? Sirvan de excepción las dos profesoras que esta misma semana han llevado al Congreso decenas de miles de firmas exigiendo la prohibición del móvil hasta los 16 años. No lograrán lo que se proponen, pero han armado ruido. Menos da una piedra…

Aunque quizá no sea para tanto. De ahí que el reglamento español de protección de datos permita a los niños registrarse en redes con 14 años. No hay, a la vista está, instrucción más efectiva. ¿A santo de qué el llanto y rechinar de dientes a cuento del informe PISA cuando todos los años se gradúan cum laude miles de licenciados en pornofagia, menalquismo y ludopatía? ¡En pie el pueblo obrero a la batalla! ¿A las barricadas? No, no. ¡A las tragaperras!

Si inevitable es la anhedonia, la incapacidad de experimentar placer –Goblin Mode, lo llaman los anglosajones- que sigue a la hiperestimulación constante, encojámonos de hombros y tomémonoslo a coña. Comerás el bugo y vivirás en el podo, pero al menos te calzarás unos cascos de realidad virtual que te harán fliparlo en colores. Saltarás, cual mono, de rama en rama, aunque, reducido a un estado de imbecilidad que te obligará a una existencia hebén y yerma, serás incapaz de concentrarte en nada durante más de cinco segundos. ¡Quien no esté colocado, que se coloque!

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