La foto de Abascal con Donald Trump
«No sabemos qué efecto provocaron las soflamas de Trump en Abascal, pero se define aplaudiendo sus delirios. Demuestra que le importa poco la democracia»
No era una figura de cartón ni una escultura de cera. El Donald Trump que posaba, pulgar en alto, junto a Santiago Abascal era el verdadero Donald Trump. Es cierto que el exceso de rayos uva, y la insistencia en un tinte color espiga, hacen que Trump sea indistinguible de su versión ceroplástica, pero esto no importa: intuyo que Santiago Abascal no viajó a Estados Unidos en busca de consejos de belleza.
No, Abascal viajó hasta National Harbor, Maryland, para asistir a la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), es decir, para salir en la foto junto a Milei, Bukele y el resto del equipo. La diferencia es que ellos gobiernan en sus países y pasean un aura de victoria, mientras que Abascal es un aspirante, además de un rebelde sin causa: en su país no encajan ni el austericidio de Milei, ni el estado policial de Bukele. Suponemos que Abascal acudió a tomar ideas del ecosistema trumpista.
Del discurso inaugural se encargó el activista Jack Posobiec: «Bienvenidos al fin de la democracia. Estamos aquí para derrocarla por completo. No llegamos hasta el final el 6 de enero, pero nos esforzaremos por acabar con ella». No está mal como mensaje de bienvenida; para qué andar con ambigüedades. Posobiec aclaró después, en una entrevista para CNN, que no se refería a destruir toda la democracia, sólo la democracia del Partido Demócrata. La tranquilidad duró poco, y al día siguiente volvió la retórica incendiaria: «Después de calcinar esa ciénaga hasta los cimientos, estableceremos la nueva república americana sobre sus cenizas, y nuestro primer orden del día será la justa retribución de aquellos que traicionaron a América». Me pregunto si Abascal aplaudía.
De la reunión de 15 minutos que mantuvo con Trump no ha trascendido nada relevante, seguramente porque no lo hubo. La trascendencia de la presencia del líder de Vox en la CPAC está en la cercanía que pretende escenificar con el ex (y seguramente próximo) presidente de Estados Unidos. La comodidad de Abascal a la sombra de Trump sólo admite dos explicaciones: bien se siente representado por sus ideas, bien quiere aparentar que se siente representado por sus ideas. Sea genuina o fingida, es difícil que esa afinidad se traduzca en votos. Abascal debería saber que en España no hay locos suficientes para ahormar una mayoría de trumpismo hispano. Y sea genuina o fingida, toda muestra de afinidad con la figura de Trump debe ser recibida con repulsa. Para conocer a Donald Trump, sólo hace falta escucharlo.
«Quien es antisanchista a la vez que trumpista es antisanchista por los motivos equivocados»
Salió al escenario, punzante y vigoroso, y definió las elecciones del 5 de noviembre como un día de liberación para los suyos y de juicio final para sus adversarios. Trump tiene la habilidad de arrastrar a su público de la euforia a la furia con una frase: «Nuestro país está siendo destruido, y lo único que se interpone entre vosotros y su destrucción soy yo». Los 90 cargos criminales no lo convierten en un candidato más débil, al contrario: le permiten presentarse como un disidente a quien persiguen las instituciones que urge derribar. Trump subrayó que su victoria será su venganza.
No sabemos qué efecto provocaron las soflamas de Trump en el atento Santiago Abascal, pero se define aplaudiendo sus delirios y posando a su sombra. Demuestra que le importan poco la democracia, la convivencia y el imperio de la ley. Quien es antisanchista a la vez que trumpista es antisanchista por los motivos equivocados. Trump y Sánchez no son iguales, pero los moderaditos renegamos de ambos por los mismos motivos.