Ábalos, el héroe
«Estoy cansado de reírme de nuestra desgracia. Harto de ver cómo los años pasan en balde acompañados por una corrupción inacabable»
«Siento que me enfrento a todo. […] no tengo a nadie detrás. Me enfrento a todo el poder político, de una parte y de otra, y lo tengo que hacer solo». Así se despedía el exministro José Luis Ábalos del grupo socialista del Congreso, tras la apertura de un expediente de baja cautelar, para pasar al Grupo Mixto sin renunciar a su acta de diputado. Su declaración parecía una ridícula parodia de la genial película Sólo ante el peligro, de Fred Zinnemann.
Ábalos dista mucho del porte elegante y distinguido de Gary Cooper y su estoico heroísmo poco o nada tiene que ver con el del Will Kane, el alguacil encarnado por Cooper que, abandonado a su suerte por los cobardes habitantes del pequeño pueblo de Hadleyville, debe enfrentarse en solitario al forajido Frank Miller y su banda.
La soledad de Kane representa la desigual lucha del bien contra el mal. Esa es la metáfora de la película, la asimetría y el consiguiente sacrificio de los hombres buenos. Del bien, a la hora de la verdad, suele desertar todo el mundo. El mal, por el contrario, siempre cuenta con adeptos y suele tener a su favor el desentendimiento de las sociedades sumisas que han interiorizado la corrupción como una calamidad inevitable. El bien se sostiene sobre principios muy sacrificados, poco o nada rentables en lo particular, más bien al contrario. En cambio, el mal siempre ofrece alguna recompensa individual y se muestra cínicamente compasivo con quienes no interfieren en sus propósitos, aunque los exprima como a limones.
Ábalos no es Will Kane. Es la versión rechoncha y castiza de un lugarteniente de Frank Miller. Casi el personaje de una película de Berlanga, si no fuera porque los personajes de Berlanga tienen cierta gracia y Ábalos no tiene ninguna. Es un gris machaca del partido que ha llegado a capataz, a jefe de obra, tras acumular méritos y chapuzas en la sórdida fontanería.
De hecho, Ábalos era hasta ayer mismo un miembro destacado de la banda liderada por Sánchez quien, a su vez, es un remedo de Frank Miller, porque ni siquiera tiene el valor último del verdadero forajido. Cuando llegue la hora señalada no comparecerá en el duelo final, pondrá pies en polvorosa y buscará acomodo en cualquier sillón que pague su ego como merece, a ser posible internacional, tal vez en los BRICS porque en otra parte va a ser difícil. Cuando Sánchez huya, España estará hecha unos zorros y sin ningún Will Kane del que echar mano. Estaremos condenados a conformarnos con un Sam Fuller que llene el vacío de poder hasta que llegue el siguiente forajido.
«El humor sería la manera incruenta en que nos vengamos de nuestros pésimos gobernantes»
Dicen que a los españoles nos salva nuestro sentido del humor, que de todo hasta de lo más lamentable hacemos chifla. El humor sería nuestra válvula de escape, la manera incruenta en que nos vengamos de nuestros pésimos gobernantes haciendo mofa de ellos con memes, parodias e ingeniosos montajes de vídeo.
Me gusta reírme como al que más. Y reconozco que entre nosotros hay verdaderos maestros del humor, gente muy ingeniosa capaz de arrancarnos una carcajada aun a cuenta de la fechoría más insoportable. Sin embargo, cada vez me cuesta más esbozar una sonrisa. Los memes empiezan a irritarme tanto o más que los sinvergüenzas que parodian, porque entre carcajada y carcajada nuestra desgracia no hace sino aumentar.
Los memes se han vuelto tan inútiles como los zascas, esas chabacanas guantadas dialécticas que los políticos se infligen mutuamente para enardecer a sus acólitos e incrementar el tráfico de los medios más amarillistas. ¿Qué utilidad tienen los zacas más allá de alentar el hooliganismo?, ¿acaso el precio de la luz, la inflación, el índice de pobreza, la deuda pública, el caos administrativo, la corrupción o la inseguridad jurídica se tambalean con un zasca?
No sé usted, querido lector, pero yo estoy cansado de reírme de nuestra desgracia. Harto de ver cómo los años pasan en balde acompañados por una corrupción inacabable. Harto de frases efectistas que si bien no hacen subir el pan tampoco lo abaratan. Harto de una polarización que sirve para distraernos, anular nuestra capacidad de vigilar al poder y obligarnos a gritar con los demás.
«El iceberg del que nos previene Álvaro Nieto debería helarnos la sonrisa porque ese iceberg es el Estado»
Advertía Álvaro Nieto, director de THE OBJECTIVE, que la trama Koldo no es más que la punta del iceberg porque por debajo asomarían otros asuntos cuyos montantes convierten el timo de las mascarillas en una broma, como los 1.100 millones regalados en avales, créditos y ayudas a Globalia, Air Europa y Avoris.
El iceberg del que nos previene Nieto debería helarnos la sonrisa porque ese iceberg es el Estado, en manos de desgarramantas, a punto de coronar el 50% del PIB en gasto público para educación, sanidad, bomberos… y sobre todo publicidad institucional, subvenciones y colocaciones a gogó, mascarillas cosidas con hilo de oro, rescates y avales milmillonarios, observatorios, oficinas, empresas públicas y chiringuitos por centenares. Todo esto en el país de los fijos discontinuos, del desempleo juvenil y la pobreza infantil. ¿Se puede saber dónde coño está la gracia?
Hay un tiempo para reír y otro para llorar. En nuestro caso, el de la risa se acabó hace al menos dos décadas. De hecho, ya no nos reímos de los malvados, de los sinvergüenzas y chorizos, sino de nosotros mismos porque hemos interiorizado que la desgracia es nuestra idiosincrasia. Somos a nuestra manera como los habitantes Hadleyville, más díscolos, protestones y bocazas, pero tampoco comparecemos a la hora señalada, esperando que Gary Cooper lo haga por nosotros. Pero ¿sabe qué?: eso sólo ocurre en las películas. Peor aún: sólo ocurre en las películas muy viejas.