Sabinismo ilustrado
«Sabina encapsula más lirismo en una estrofa que muchos poetas de oficio»
Me ha dedicado mi amigo Julio Valdeón su último libro de Sabina. Valdeón y Juan Puchades recogen en su Inventario 75 el sabinismo ilustrado y sus referencias musicales: canción de autor latinoamericana y española, pero también blues, rock, swing, textos comprometidos, memorísticos, irónicos y satíricos.
Mientras que otros habían estado a pedradas con los grises, con barbas nazarenas y canciones de cantautor, Sabina había estado oyendo en Hyde Park a los Rolling Stones y había visto toda la eclosión prepunk y posjipi. La había vivido, o sea. Y llega a Madrid en el 77 con un chip distinto, que le permitirá dar el salto a la electricidad de las movidas simultáneas, ilustradas, que son otros vasos comunicantes de La Movida.
Empezó a tocar en los bares de Madrid. En el Rincón del Arte Nuevo, en La Mandrágora, en La Aurora… Ahí cantaba con una guitarra de palo rockanroles como Eh, Sabina, o Pasándolo bien. La bruja fue su primer romántico: «No había debajo / del disfraz que me ponías tú / más que una niña / a la espera de un príncipe azul…». La bruja era la novia de una época envilecida por la prensa, el caballo y los rockeros que quieren consagrarse en su madrileñismo mediante una estética y un casticismo que hoy podemos catalogar como sabinismo ilustrado.
Los melómanos de los discos a menudo despreciaron a cantantes como Julio Iglesias, Aute, Serrat, Perales o el propio Sabina. Estos jóvenes poetas y prosistas estaban en el baboseo por lo anglosajón, sobre todo en los 80 y principios de los 90. No han concedido valor a nuestra cultura tradicional. Digamos que Sabina ha tenido siempre un punto muy español. Taurino, cercano a la rumba y toda esa vena tan española, y es por eso que el sabinismo venéreo ha disfrutado y disfruta de un prestigio subterráneo promovido por los que hablan la lengua de la calle.
«Sabina responde sin duda a un cansancio y distanciamiento de la juventud más fina, de quienes venían con la boina y el pelo de la dehesa»
Y Sabina también conserva herencias del pop italiano y francés, como Adriano Celentano, que troleó a toda Italia en los 70 con una canción en inglés que no tenía ningún sentido.
Toda esta movida juvenil de Sabina responde sin duda a un cansancio y distanciamiento de la juventud más fina, de quienes venían con la boina y el pelo de la dehesa, de quienes se han cansado pronto de extranjerismos y quieren recuperar aquel Madrid tranquilo, bohemio, sedado, un poco nostálgico y arrastrapiés.
Madrid se volvía más provinciano con cada concierto de Sabina, y paradójicamente (o precisamente por ello) su música la conocen en Montevideo y en Miami. De vez en cuando, Sabina da un concierto en Madrid y renueva aquellas apoteosis, celebrando a una generación que se creyó revolucionaria sin que la revolución haya pasado nunca por aquí.
Sabina encapsula más lirismo en una estrofa que muchos poetas de oficio. En sus letras se respira mucho Madrid, a veces nos da una conferencia de esta movida juvenil hacia atrás, una lección de aquel oficio de tinieblas. Este arte de juego encandila más a la juventud que frecuento y llena de nostalgia a los que han vivido. De modo que hay que traer libros como éste, donde Valdeón recopila rarezas y álbumes de homenaje, donde censa toda la biografía que el autor ha atesorado en su faceta de escritor.
De todas sus declaraciones aquí recogidas, quiero destacar aquella que dice: «La canción es un género para cantar y para enamorarse y para llorar. No es un género para paladear exquisitamente con la cabeza, porque va por las venas, por el corazón, tiene que ver con todos los momentos repugnantemente sentimentales de uno. Para eso son las canciones».
Hay que conectar cabeza y corazón (solo unos pocos sentimentales lo hacen), para escribir sabinismo en vena, pero también para escribir libros, columnas y discursos. De esa extraordinaria conjunción salen cantautores como Sabina y escritores como Julio Valdeón.