El Gobierno podría caer con Koldo
«Volvía el Galdós más castizo, el de los cesantes madrileños, aquellos tristes funcionarios interinos enchufados por el partido gubernamental de turno»
Cuando la alegre chavalada de Podemos empezó a pisar moqueta en la sala del Consejo de Ministros, la derecha, con ese sesgo tan suyo que la lleva siempre a abusar de la brocha gorda, sentenció alarmada que aquí andaba de vuelta el Frente Popular y el comunismo. Pero quien en verdad estaba de vuelta con el flamante Ejecutivo de Pedro Sánchez era don Benito Pérez Galdós, no el Frente Popular y las chekas; en concreto, volvía el Galdós más castizo, el de los cesantes madrileños, aquellos tristes funcionarios interinos enchufados por el partido gubernamental de turno, los que transitaban irremisiblemente de los despachos de los ministerios a la cruda miseria de la calle a cada cambio de mayorías parlamentarias. Koldo y su compadre José Luis, ambos, bien podrían haber encarnado a dos personajes secundarios de ‘Miau‘, la gran crónica novelada de la patrimonialización clientelar de las instituciones del Estado en la España mediocre y decadente de la Restauración.
«Ciertas maquinarias partidistas tienden a colonizar por costumbre rutinaria todos los escalones de poder y decisión de las administraciones públicas sometidas a su control directo»
Y es que, pese a las toneladas de retórica huera a cuenta de la modernización y profesionalización de la función pública que se han vertido desde la arribada del régimen constitucional, el reparto a calzón quitado de altos empleos estatales entre las cuadrillas de indocumentados, pícaros y ganapanes que se suman al cortejo del líder socialista de turno (el PP siempre ha sido mucho más elitista y hasta clasista en esas cosas) no resulta hoy muy distinto que en tiempos de Cánovas y Sagasta. Cuando aquel entonces, es sabido, el Estado representaba en esencia un goloso botín a repartir entre los propios. Y ahora continúa, también en esencia, representando más o menos lo mismo. Y de ahí, de repartirse los trofeos de guerra a escote entre cuates, a meter la mano en la caja, ya se sabe que solo suele mediar un paso. Porque los Koldos no representan una falla azarosa y ocasional del sistema, los Koldos constituyen el subproducto lógico y previsible del sistema.
Y no sólo aquí, sino en todos los lugares donde, al igual que aquí, ciertas maquinarias partidistas tienden a colonizar por costumbre rutinaria todos los escalones de poder y decisión de las administraciones públicas sometidas a su control directo. Más pronto o más tarde, Koldo estaba llamado a irrumpir en escena; de hecho, lo único raro es que haya tardado tanto en hacerlo. Cuenta Fukuyama en Orden y decadencia de la política que las naciones que se dotaron de una burocracia estatal extensa, profesionalizada y filtrada a través de criterios objetivos, todo ello antes de convertirse en democracias liberales – el gran ejemplo es la Prusia de Bismarck-, lograron minimizar al máximo la corrupción pública en períodos históricos posteriores; de ahí, por cierto, que la corrupción se manifieste con mucha más frecuencia en las autonomías, un nivel político- administrativo de origen contemporáneo en España.
Y es que en aparatos estatales diseñados con arreglo a esos principios inspiradores, los de profesionalidad y estricto sometimiento a criterios meritocráticos de selección, no resulta siquiera imaginable la escena chusca de un Koldo y un José Luis presidiendo cumbres de altos servidores públicos en reservados de bares y marisquerías. Esas estampas tan berlanguianas solo se pueden producir en esta España eterna de don Benito y don Pedro. En fin, pese al mucho ruido de la prensa, lo de Koldo y José Luis le acabará saliendo gratis total al PSOE si las aguas del vertedero no terminan anegando el negociado de la obra pública, algo que aún está por ver. Si la cosa se circunscribe finalmente a una simple chorizada con mascarillas, el Gobierno tendrá poco que temer tras los oportunos ceses fulminantes de rigor. Pero si Koldo sacase también la nariz por la ventanilla de algún avión rescatado o en alguna contrata, entonces Yolanda Díaz lo iba a tener muy difícil para frenar a los suyos. No se olvide que Sumar no es un partido único sometido a la disciplina de un líder, sino una surtida coalición de pequeñas y volátiles marcas territoriales que no se pueden permitir el lujo de la connivencia con la corrupción so pena de desaparecer. Esta vez, Sánchez se la juega. Y muy en serio.