THE OBJECTIVE
Gonzalo Figar

Recuperar los pilares de nuestro éxito

«Una España unida es el mejor marco de libertad, orden, oportunidad y pluralidad que podemos ofrecer a cada ciudadano, en cada rincón de nuestro país»

Opinión
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Recuperar los pilares de nuestro éxito

Ilustración de Alejandra Svriz.

En mi anterior artículo, me lamentaba de que no hemos sido capaces de defender ciertas cosas evidentes. Me parece lógico, pues, continuar ese lamento con un repaso sobre algunas ideas que, si bien pueden parecer básicas, merece la pena recordar y poner en valor. Empecemos.

Todos los ciudadanos de Occidente, y de España, somos extremadamente afortunados. El mundo occidental ha logrado construir la civilización más libre, más próspera y más pacífica de la historia de la humanidad. Nuestras sociedades, empezando por la española, están lejos de ser perfectas y se enfrentan a grandes desafíos políticos, sociales y económicos, pero ello no debe restar perspectiva de lo que a todas luces representa una hazaña sin precedentes en el curso del progreso humano.

Si cualquiera de nosotros hubiera nacido en otro momento de la historia de la humanidad, nuestro destino más común hubiese sido vivir en la miseria, en la desesperación, en guerra y en servidumbre. Por suerte, hemos nacido ahora y en Occidente, donde se ha conseguido lo contrario. Hemos logrado que la mayoría de la población viva en bienestar; hemos logrado que cada generación aspire a vivir mejor que la anterior; hemos logrado sociedades regidas por la Ley y no por los caprichos arbitrarios de un tirano; hemos logrado vivir imperfectamente libres, cada cual llevando a cabo el proyecto de vida que desee; y hemos logrado vivir en relativa paz.

En España podemos observar el mismo patrón. Nuestro país se ha consolidado como una democracia moderna, una de las mayores potencias económicas de Europa y del mundo, y una sociedad libre y plural. Pese a que nos enfrentamos a serios problemas, la verdad incuestionable es que, hoy, ser español es un privilegio.

Estos éxitos de Occidente y de España no son fruto de la casualidad, sino el lento resultado y frágil equilibrio histórico de haber sabido cultivar y valorar unos principios y valores específicos; principios y valores que han logrado una triangulación entre el respeto a la dignidad y libertad del individuo, la conformación de estructuras de gobierno democráticas y sometidas a la ley, y la confianza en el capitalismo de libre mercado como mecanismo generador de prosperidad general.

«El relativismo, el colectivismo, el estatismo, el socialismo y el nacionalismo amenazan nuestra libertad y prosperidad»

Sin embargo, hoy en día es fácil ver el futuro de Occidente y España con cierto temor. Estamos viviendo una etapa preocupante, dominada por unas narrativas internas que son intrínsecamente contrarias a los principios y valores que han cimentado el progreso de nuestras naciones. Estas narrativas tienen el potencial de ser destructivas y arrastrar a nuestra civilización hacia la decadencia. Existe un miedo real -por lo menos, yo así lo siento- a que, por primera vez en generaciones, no dejemos a nuestros hijos un mundo y un país mejor del que nos encontramos.

El relativismo, que niega la existencia de una verdad y moral objetivas; el colectivismo, que sacrifica la individualidad en el altar de lo grupal e identitario; el estatismo, que empodera al Estado mientras ahoga a la sociedad y al individuo; el socialismo, que nunca ha generado nada más que miseria y control; y el nacionalismo, que en su esencia es racista, excluyente y tribal; son algunas de estas narrativas que están en auge, y que amenazan nuestra libertad y prosperidad.

No deja de ser curioso que la civilización más exitosa que jamás haya existido esté en riesgo no por un enemigo externo, sino por ideologías que han surgido desde dentro de nuestras propias sociedades.

Ahora bien, pese a su creciente popularidad y empuje, estas narrativas no están destinadas a triunfar. No sé ustedes, pero yo me niego rotundamente a aceptar pasivamente estas ideologías perjudiciales. Me niego a seguir la corriente de lo políticamente correcto. Me niego a pensar que estamos condenados a vivir en un futuro donde han triunfado las premisas relativistas, estatistas y colectivistas.

«Estamos a tiempo de defender los fundamentos de Occidente y de España»

Me gustaría pensar que estamos a tiempo de defender los fundamentos de Occidente y de España; no sólo por el éxito pasado que han demostrado, sino porque son la clave sobre la que podremos seguir mejorando y enfrentándonos a los retos que tenemos por delante.

Creo que sí que existe una mayoría de españoles (y de ciudadanos de otras naciones occidentales) que puede unirse en torno a ciertos principios fundacionales. Una mayoría que sí estaría de acuerdo, en mayor o menor medida, con una sociedad anclada en unos postulados básicos y sobre la que se podría conformar un proyecto político ganador.

Una sociedad arraigada en ciertos valores esenciales como la vida, la libertad, la responsabilidad y la propiedad. La vida, pues es el valor supremo, del que todos los demás dependen; la libertad, pues debe ser el principio y fin articulador de cualquier sociedad, aterrizada, entre otros, en la libertad de expresión, pensamiento, creencia, asociación y empresa; la responsabilidad, pues es la contracara indispensable de la libertad; y la propiedad como requisito indispensable para hacer efectiva la libertad y la autonomía personal.

Una sociedad que encumbre la dignidad inherente de cada individuo, ya que el valor de cada persona reside en su carácter, en sus valores y en sus decisiones, sin importar el sinnúmero de colectivos a los que pueda pertenecer. Una sociedad que no se dedique al juego destructivo de enfrentar a unos contra otros, sino que sepa superar lo tribal.

«Una sociedad gobernada por un Estado limitado, un Estado que no invada nuestra vida con regulaciones innecesarias»

Una sociedad donde la familia sea considerada la institución más importante de la sociedad, la más esencial red de amor, apoyo, ayuda y educación que pueda existir. Una sociedad que sepa enseñar a cada nueva generación a valorar el bien, la verdad y la belleza.

Una sociedad gobernada por un Estado limitado, un Estado que no invada nuestra vida con regulaciones innecesarias y que se limite a los aspectos que realmente necesitamos para convivir, principalmente, garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos.

Una sociedad con un verdadero libre mercado, pues es el sistema más efectivo que jamás se haya inventado para generar riqueza y oportunidades, y acabar con la pobreza. Una sociedad que sepa que libre mercado es sinónimo de libertad, eficiencia, diversidad y prosperidad.

Una sociedad orgullosa de nuestra patria, España, que no sólo es una nación con siglos de existencia; es una idea, un proyecto de convivencia común y compartido. Una España unida es el mejor marco de libertad, orden, oportunidad y pluralidad que podemos ofrecer a cada ciudadano, en cada rincón de nuestro país.

Nada de lo que propongo es novedoso ni revolucionario, como ven. Al contrario, es la vuelta a la raíz, la vuelta a lo evidente. ¿De verdad es tan difícil construir acuerdos alrededor de estos principios? ¿De verdad no hay una mayoría que crea, en mayor o en menor grado, en una sociedad basada en estos esquemas? Y, si es así, ¿qué nos falta para unir a esa mayoría?

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