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El peor veneno de Sánchez

«La polarización se ha convertido en el mejor aliado del PSOE, pues en un entorno radicalizado, de posiciones extremas, el análisis racional desaparece»

Opinión

Ilustración de Alejandra Svriz

  • Publicista, escritor y editor. Lo habitual es afirmar que la sociedad es estúpida, aunque eso implique asumir que uno mismo es idiota. Sin embargo, ha sido la sabiduría de la multitud, mediante la prueba y el error, lo que nos ha traído sanos y salvos hasta aquí. Y también será lo que evite el apocalipsis que los nuevos arúspices presagian.

Ya es casualidad que el Gobierno sacara la carta de la inclusión del aborto como derecho constitucional justo cuando la tormenta de la corrupción del caso Koldo se había transformado en el temporal del caso PSOE y amenazaba con subir un último peldaño, por la gracia de la esposa del presidente, para convertirse en el tifón del caso Sánchez

Posiblemente a usted, querido lector, no le parezca tanto una casualidad como un cambio de juego intencionado. Al fin y al cabo, es habitual que este Gobierno se saque de la manga iniciativas políticas polémicas para distraernos, a nosotros y a los medios, cuando siente que está contra las cuerdas. Lo ha hecho muchas veces. Uno de los casos más significativos fue cuando la debacle de la covid empezó a coger fuerza en febrero de 2020. Justo entonces, cuando la imprevisión del Gobierno estaba quedando en evidencia, el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, sacó a colación la eutanasia, declarando que ese debate era —¡precisamente en ese momento!— «absolutamente necesario y oportuno». 

Si nos fijamos detenidamente, comprobaremos que el Gobierno de Sánchez suele recurrir a polémicas con un rasgo distintivo: las que provocan profundos desacuerdos culturales. De esta forma fuerza el antagonismo y distraer su corrupción e incompetencia, evitando que el sanchismo se desmorone.

Desde que José Luis Rodríguez Zapatero reconoció que la tensión beneficiaba a la izquierda, la polarización se ha convertido en el mejor aliado del PSOE, pues en un entorno radicalizado, de posiciones extremas, el análisis racional desaparece y en su lugar se establece un sistema binario, una especie de interruptor que activa o desactiva la crítica según sean las preferencias ideológicas. Así los líderes políticos pueden dirigir la mirada del público hacia los sagrados estandartes que enarbolan y la apartan de las tropelías que cometen

Cuando la polarización domina la política, cuestionar la mala praxis, las corruptelas y desafueros de los nuestros equivale a ir en contra del objetivo principal de la lucha partidaria: que nuestros ideales triunfen sobre los de los adversarios. Así el ciudadano es empujado hacia los extremos donde cuestionar los actos de los políticos a los que vota implica poner a los pies de los caballos sus más elevados ideales.

«La polarización funciona más fácilmente con los sujetos de izquierda porque el progresismo es más utópico que el conservadurismo»

La polarización funciona más fácilmente con los sujetos de izquierda porque el progresismo es bastante más idealista y utópico que el conservadurismo. Los progresistas aspiran a una transformación profunda del mundo y al establecimiento de un orden de igualdad absoluto, mientras que los conservadores se muestran más pragmáticos, más conformes con las cosas como son y por lo tanto suelen atender más a los actos ordinarios de los políticos que a sus utopías. De ahí que el conservador sea —o al menos antes lo era— bastante más severo con los políticos corruptos, también y en especial con los de su preferencia, mientras que el progresista se muestra más tolerante con los suyos porque atiende más a los ideales progresistas que a los actos.

Pero, como dice el refrán, dos no se pelean si uno no quiere. Entonces, ¿cómo arrastrar al conjunto de la sociedad a una confrontación donde el pragmatismo desaparezca en favor de la vehemencia? Es decir ¿cómo polarizarla sin remedio? La solución es bastante simple: desplazando el debate político desde lo medible y comprobable al terreno de lo cultural. Ahí lo que juzgará el ciudadano ya no será si la sanidad pública atiende con unos plazos razonables, si la política económica que se aplica contribuye o no a mejorar su situación o si las calles son más o menos seguras. Las cuestiones ordinarias con las que se mide la eficacia de la política desaparecerán en favor de las que ponen en el punto de mira los principios y la moral misma.

Una vez la política se instala en ese terreno los conflictos ya no pueden resolverse mediante el compromiso entre las partes porque las discrepancias culturales generan reacciones más viscerales que las disputas de la política ordinaria. Al trasladar la acción política desde las cosas tangibles a las convicciones y las creencias más íntimas, se fuerza a las personas a abandonar el pragmatismo y a participar de un sistema de suma cero donde la corrupción política se percibe a lo sumo como un daño colateral, una calamidad inevitable que palidece frente a las grandes causas que están en litigio.   

«La política como refriega cultural es el mar revuelto donde pescan los políticos sin escrúpulos como Sánchez»

La politización de la cultura representa la antipolítica, pues plantea problemas que es imposible resolver mediante el acuerdo. Una subida de impuestos, por ejemplo, puede irritar a quien considera que el Estado ya recauda demasiado. Pero el conflicto que esa subida de impuestos provoque sólo será crítico si acarrea la ruina de la gente de manera fulminante. En cambio, que el aborto sea elevado a la categoría de derecho constitucional sitúa la disputa directamente en el extremo. Quienes consideren el aborto inmoral sólo tendrán una opción: renunciar a sus principios, lo que para ellos es imposible. Es más, se empujará a la marginalidad no sólo a los que estén radicalmente en contra, también a los ciudadanos que tengan dudas al respecto. Todos los sujetos tendrán que escoger blanco o negro, es decir estarán irremediablemente polarizados.

La política como refriega cultural es el mar revuelto donde pescan los políticos sin escrúpulos como Sánchez. Para mantenerse en el poder el presidente no sólo contemporizará con absurdos como que los hombres barbudos sean la encarnación de la femineidad, e impondrá leyes que pueden llevar a la ruina a quien discrepe públicamente de semejante disparate, sino que al socaire de la polarización también podrá convertir las leyes en privilegios; la impunidad de los delincuentes en un ejemplar acto de reconciliación; el clientelismo desaforado en bien común; el mérito en una desigualdad intolerable; el linchamiento mediático en justicia; la Justicia en lawfare; y el Congreso en una pocilga.

Para Pedro Sánchez la polarización se ha constituido en una profecía autocumplida imprescindible, pues cuanto más profunda se percibe la división social, más fácilmente puede avivarla e imponer su muro de progreso. Muchos votantes progresistas consideran la corrupción y arbitrismo de su gobierno como un mal necesario, un peaje con el que, a cambio, evitarán que los fachas lleguen al gobierno.

27 comentarios
  1. DeGrissi

    Si lo que se está ejecutando desde el Gobierno es la desigualdad completa. Los pobres más pobres y más incultos y los ricos más ricos, la clase media entra ya a la bolsa de cada vez más pobres por lo que las próximas generaciones, incapaces de poder ser ayudados por sus familias (ya no existirá clase media) estarán a expensas del estado si o si.
    Si está pensado así, seguro que no. Que va a pasos agigantados a convertirse en españazuela, si va.
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  2. Pepecola

    Buen artículo. Muy ponderado y muy razonable a la par que pedagógico con un par… de buenas razones.
    Yo propongo la risotada luceferina ante los polarizadores y aprovechando la poca autoestima que les quede a los muy miserables, reírse abiertamente de sus idioteces. Por ejemplo, ayer fue como espectador al Congreso el beato Junqueras para ver cómo triunfaban los suyos y los siete enanitos cabreados de Puchimon, para compensar la primera cogida del miura que empitonó al banderillero Sánchez con entrada y salida de la enfermería por un roto en la taleguilla. Y yo me pregunto cómo es que los periodistas que le preguntaron por la moto de segunda mano que hace perlita en las bujías que les había vendido el autócrata momentos antes con grandes aplausos por la ‘reconciliiacion’ y esos aspavientos esperpénticos que son parte importante del retablo de las maravillas (Pluri)nacionales con las que han engatusado a los lazis mas obtusos, mas paletos y mas rufianescos, (por cierto hace tiempo que no disfrutamos de las pantomimas del diputado Rufián en su salsa de tomate) sin echarse unas risotadas al oir las respuestas engoladas y pedantescas de ese tuercebotas al que se la han dado con queso Gruyere.

  3. Pasmao

    La tensión sube en las apuestas al PSOE porque los medios están para lo que están.

    No es la tensión, es cómo se vende esa tensión.

    Si los medios no fueran unos apesebrados no traería rédito el tensionar la situación.

    Pero lo peor es que el PP ha hecho de ello arma contra VOX. Mientras que el PSOE se lo aplica al PP. Con lo cual el PP legitima indirectamente la tensión que ejercen contra él, en la idea de que después podrá usarla contra la «ultraderecha».

    Con lo que la escalada crece, y la legitimación en su uso impide que pueda ser denunciada como lo que és.

    Todo en la idea de que VOX, que es quien recibe todas las hosti@s, quede como el que las dá,

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