Príncipes del Aborto, Reyes de la Celebración
«El derecho al aborto no es más que permitir la posibilidad legal de llevarlo a cabo. En el peor de los casos, es una tragedia para la madre, para el feto y para el padre»
Parafraseo descaradamente el título de la novela de John Irving sobre el aborto para arrancar mi reflexión dominical. Por favor que nadie se alarme, hoy no voy a entrar en un juicio de valor sobre el aborto ni sobre su ética ni sobre su regulación legal. Quiero abordar el tema desde otra perspectiva.
El aborto ha estado de nuevo en las portadas de todos los medios de comunicación, por distintos motivos. Al otro lado del océano, hace casi un año el Tribunal Supremo de Estados Unidos devolvió a los estados el derecho a regularlo libremente, dañando de manera definitiva la doctrina de la sentencia de Roe vs. Wade, lo que ha llevado a ponerlo de nuevo de actualidad. Por otro lado, la semana pasada el presidente francés, Macron, consagró (valga la contradicción) el derecho al aborto en su Constitución, lo cual se ha celebrado en las calles galas a bombo y platillo, como si fuera una alegre noticia. He aquí la piedra angular de mi reflexión de hoy.
Desde siempre los grupos pro-abortistas se han empeñado en enarbolar la bandera del derecho al aborto como si fuera un éxito épico, un acto justo cuya defensa produce pasión y felicidad. Sin entrar en el tratamiento jurídico o moral del acto de abortar, este nunca puede ser una razón para celebración. El aborto se ha enmascarado tradicionalmente con eslóganes como «derecho a decidir», «nosotras parimos, nosotras decidimos», «interrupción voluntaria del embarazo», como estrategia para descafeinarlo y deshumanizarlo, para alejar la atención del hecho inequívoco de que el acto de abortar no es más que el de acabar con la vida de un no nacido, lo cual nunca puede ser algo alegre ni motivo de celebración alguna.
Cuando me refiero a que «el acto de abortar no es más que el de acabar con la vida de un no nacido», no es un juicio de valor ni es algo polémico, es la realidad. No hay discusión en cuanto a qué consiste el acto de abortar (acepto que algunos lectores puedan querer discutir cuándo empieza la vida de un no nacido) porque la definición de la RAE es muy clara: «Dicho de una mujer o de un animal hembra: interrumpir de forma natural o provocada el desarrollo del feto durante el embarazo». Si el feto es un no nacido, «acabar con el desarrollo del feto» es lo mismo que acabar con el feto, es decir impedir la vida del no nacido. Ergo, para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, impedir la vida de un no nacido nunca debería ser motivo de orgullo ni de algarabía.
«Guste o no, es obvio que un aborto tiene una consecuencia directa en el hijo no nacido de la madre, es decir tiene una ‘víctima’»
Es verdad que el aborto es una realidad social que hay que afrontar. La sociedad tiene que legislar para dar solución a una encrucijada a la que se enfrentan muchas mujeres. Una madre que toma la resolución de abortar es consciente de que adopta una decisión personal difícil, profunda y delicada. Guste o no, es obvio que un aborto tiene una consecuencia directa en el hijo no nacido de la madre, es decir tiene una «víctima». Tanto para las mujeres que abortan porque se ven abocadas a ello, como para aquellas que lo hacen en completa libertad, dudo que tras pasar por un aborto ninguna se vaya a celebrarlo con los amigos.
El derecho al aborto no es más que permitir la posibilidad legal de llevarlo a cabo. En el peor de los casos el aborto es una tragedia para la madre, para el feto y para el padre (sé que esto ahora es políticamente incorrecto, pero la realidad es que el padre también puede sufrir). En el mejor escenario, como he explicado antes, abortar es un acto de libertad individual, pero siempre con daños colaterales.
Independientemente de nuestra opinión moral sobre el tema, es inhumano celebrar el derecho a acabar con la vida de un no nacido. Recordemos que ese derecho tiene un precio en sangre (literal). Es como si celebrásemos la facultad de aplicar la pena de muerte en la legislación americana.
Si uno busca sinónimos en el diccionario de la palabra aborto, los resultados lo dicen todo: malogro, fracaso, frustración, interrupción, malparto, pérdida. Nunca encontraremos alegría ni alboroto ni otro perrito piloto.