MyTO

Otra ronda en la taberna Garibaldi

«La taberna sólo para rojos terminó de fusilar al alba mis convicciones de pubertad, mis sueños de romántico utópico»

Opinión

Ilustración de Alejandra Svriz.

Todo el mundo lleva consigo un instante en que se da cuenta de lo lejos que queda ya la juventud. Hubo quien lo sintió con un poema de Pessoa, hubo a quien le sobrevino revisitando un capítulo de Friends o echándoles un ojo a esos recuerdos que te envía el móvil: «Mira lo que hacías ocho años atrás». Todo el mundo se acerca a la vejez progresivamente, pero se da de bruces con ella por culpa de un golpe agudo de realidad, eso que los horteras llaman punto de inflexión.

Leo que Pablo Iglesias ha montado una taberna «sólo para rojos», y siento que la juventud no sólo se ha marchado, sino que entre unos y otros la hemos enterrado bajo docenas de paladas de tierra. Taberna para rojos, ahora que ser rojo es una perífrasis de otra época, sepultada también entre sanchismos, wokeo y absurdeces. Y qué decir del término «taberna», un sustantivo en el que fui feliz, pero que ahora se esfuma entre aperitivos servidos encima de una pizarra y una especie de cerveza que ha de ser agitada antes de abrir.

En la taberna sólo para rojos de Pablo Iglesias hay mucha gente. De momento, hay un propietario que nunca quiso propiedades, que se beneficia de la política fiscal y social del enemigo, y que sólo dobló la cerviz para secar unas copas el día que la prensa le hizo fotos al garito. Si le dicen hace años que terminaría con chaletazo en la periferia, negocio propio, café, copa y puro; no se lo creería. No le culpo. La vida te da contradicciones, contradicciones te da la vida.

«Por desgracia, en Madrid, sí te puedes topar con el tipo que un día fuiste»

Hay clientes que llegan atraídos por el susodicho lema «taberna sólo para rojos». Sobre todo, por el adverbio «sólo», que permite mostrar bien el sectarismo, la discordia con el enemigo entre tartar de atún y clara con gaseosa. También hay un barrio, Lavapiés, que como bien argumenta Lucía Etxebarria en este mismo medio ya ni es Lavapiés ni es barrio. Por supuesto hay comida progresista, bomba de frío y calor progresista, y canciones progresistas del cantautor acústico progresista de moda. Y por el medio nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos, pero que como en el poema de Neruda oteamos largo el olvido.

Decía Ayuso que en Madrid no te sueles encontrar con tu ex, a lo que yo contrapongo que, por desgracia, sí te puedes topar con el tipo que un día fuiste. Les separan unos cuantos idealismos y no pocas arrugas, pero ahí sigue. Por el camino hemos visto muchas cosas. Un 15-M con la plaza repleta de gente que parecía inteligente y que luego no fue tal; republiquetas que duraron 15 o 20 segundos; pandemias que pusieron en jaque el Estado de derecho; mentiras que hacen olvidar la mentira previa; y en general varios gobiernos infames, a uno y otro lado, que han dejado la piel de toro como un solar.

En todo eso pienso mientras me imagino otra ronda en la taberna Garibaldi, la taberna sólo para rojos que terminó de fusilar al alba mis convicciones de pubertad, mis sueños de romántico utópico. Póngame un trago más, tabernero, que falta nos hace.

8 comentarios
  1. Casandro

    Pues yo tenía la idea opuesta a pijoprogre, en lugar de hacer un garito cutre y caro a precio de Cayetano hipotético, hacer una taberna sofisticada a precio de vino peleón con gaseosa, acompañado de cortezas, orejas, patatas en escabeche y sangre
    La taberna franquicia se llamaría © Casandro,
    ©Barbarato, (buenas, bonitas, baratas) tendría dos cabezas de cerdo disecadas en la puerta y la casquería resultante del cerdo abierto en caería por un tobogán de sangría hasta la barra de zinc.

  2. Casandro

    Quién le iba a decir al tabernario de segunda, que lograría ascender a primera acepción.
    Yo también tuve un negocio en Lavapiés cuando se poblaba de hipster antes de mudarse a Justicia.
    La vida siempre es la misma y más aún en España donde el eterno retorno y los rojos de boquilla y bocacha crecen como setas en el otoño de la belleza.
    Pocos serán los garitos de Madrid que no haya pisado, cincuenta años de copas, cañas y vinos dan tanto de si que podría escribir «La Democracia que se dieron» de bar en bar, de inauguración en inauguración, de personaje en personaje, de cierre en cierre.
    La parroquia y el parroquiano donde el agnóstico del bar es tan fugaz que paga por adelantado para no perder el tiempo y continuar la ronda de vigilancia de tipos y grupos estancados.
    Y así pasan los bares como «La Ciudad » para Hernán Hesse, y uno hace de pájaro carpintero metiendo el hocico en un cubata, la guapa del lugar te mira pensando que es su hombre el que ya sale por la puerta.
    Otra ronda. Señor.

  3. Pepecola

    Ni sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió.
    Existe el típico topico estúpido en la progresía madrileña de chichinabo de que los rojos son muy de cañitas y de consumición diaria. Mentira. Recuerdo otros precedentes de hace ya muchos, muuuuchos años, de un garito que montó ese merluzo televisivo que se hace llamar Waoming, con el que se forró sacándoles la pasta al rojerío matritense hasta convertirse en una especie de fondo buitre leonado de proximidad con sus abultadas inversiones inmobiliarias en las que nunca se pone el sol. Pero nunca mais. Ya se puede desgañitar el cretino con la propaganda para pijoteros que creen que lo de ser rojo es odiar al PP y llevar los pantalones pitillo con las rodilleras hechas unos zorros, horteras de ceñido pantalón que dijo Sabina, de tanta genuflexión a los señoritos propios, y que se ven necesitados de aceptación social y de que algún aprovechado les dé el carnet de cenutrios de izquierdas y de ultraizquierdas. No es listo niná el hijo del cobrador del FRAP rentabilizando la exvicepresidencia. A buenas horas mangas verdes. Ya se le puede hundir el garito con todos los filisteos dentro. Menudo pajarraco es el coletas.

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