THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

Perezcan Podemos, Sumar y el PSOE: viva Frankenstein

«Sánchez y Díaz están dispuestos a sacrificar todo para permanecer cuatro años en el Gobierno. Dependerá de la estabilidad del monstruo que han conformado»

Opinión
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Perezcan Podemos, Sumar y el PSOE: viva Frankenstein

Ilustración de Alejandra Svriz.

Habrá quien piense que este artículo se produce con cierto retraso. No obstante, yo creo que los sucesos, con independencia de que se puedan comentar de forma inmediata (la inmediatez en la información manda en la prensa), son susceptibles de ser sometidos posteriormente a análisis más sosegados, y quizás más rigurosos, y extraer derivadas que siempre están presentes. Lo ocurrido en las elecciones gallegas resulta especialmente proclive a ello.

Quién nos iba a decir que iba a ser Galicia la que le dijese más claramente a la izquierda —o más bien a la pseudoizquierda— que nos gobierna el camino radicalmente equivocado por el que transita. Más allá del triunfo del PP, la enseñanza que principalmente se deduce de las elecciones de Galicia es el resultado enormemente negativo que ha obtenido lo que hasta hace algunos años constituía la izquierda tradicional. PSOE, Podemos y Sumar se han desplomado.

La enseñanza va mucho más allá, mal que les pese a algunos, de una cuestión puramente regional y tiene una clara proyección nacional, que no lo es ciertamente tanto en los resultados como en las conclusiones.

Los comentaristas y tertulianos defensores del sanchismo, que tuvieron que pronunciarse el domingo por la noche, una vez que salieron del primer impacto y vieron claramente cuál había sido el resultado, se apresuraron a manifestar que los gallegos habían votado en clave territorial y que los resultados nada tenían que ver con la amnistía ni con la política nacional.

Fue ese mismo discurso el que se generalizó más tarde entre todos los portavoces gubernamentales. El hecho es tanto más paradójico cuanto que se habían pasado toda la campaña afirmando que Feijóo se la jugaba en Galicia, pretendiendo convertir los comicios en un plebiscito acerca de su permanencia al frente del Partido Popular.

«En Galicia, el sanchismo no pudo asustar con el argumento de que la ultraderecha podía entrar en el Gobierno autonómico»

Es cierto que en estas elecciones Vox estaba casi ausente, con lo que al sanchismo le faltó su principal argumento para plantear la campaña en el terreno local, y no pudo asustar con el argumento de que la ultraderecha podía entrar en el Gobierno autonómico. Así que en un principio pretendieron centrarla en ese esperpento de las bolitas de plástico. Duró poco tiempo.

No tuvieron más remedio que agarrarse a lo que tenían, una conversación off the record de Feijóo llena de matizaciones. Algo ingenua porque el sanchismo es artista en borrar los matices y dar la vuelta a las frases, convirtiéndolas en afirmaciones rotundas y en consignas. Creyeron encontrar la solución elevando el tiro y planteando el debate en el plano nacional. Se centraron en ese discurso absurdo y poco creíble de que Feijóo mentía (¡quiénes iban a hablar de mentiras!) y de que el PP estaba dispuesto a hacer lo mismo que estaba haciendo el Gobierno. Zapatero, por cierto, se convirtió el principal profeta durante la campaña de este relato.

El mensaje era ridículo y carente de toda credibilidad. Nadie ni en el PP ni en el PSOE que no fuese Sánchez hubiese llegado tan lejos, ni siquiera Zapatero. A pesar de aquellas desdichadas palabras de que aceptaría en Madrid lo que Pascual Maragall trajese de Cataluña, se amoldó a que el Congreso corrigiese ese estatuto claramente inconstitucional, aunque el cepillado (en palabras de Guerra) no fue completo, ya que a su vez tuvo que ser enmendado más tarde por el Tribunal de Garantías.

Hubo que esperar a Sánchez para alcanzar los extremos actuales, aunque es cierto que Zapatero se ha convertido en su seguidor más entusiasta. Fueron, por tanto, principalmente el PSOE y Sumar los que situaron la campaña en el nivel nacional. Pusieron sobre la mesa el tema del indulto y la amnistía, aunque cambiaron de dirección tan pronto se conocieron los resultados. El ministro Puente, a la hora de explicarlos, pretendió circunscribirlos a un asunto doméstico y para ello descartó que la futura amnistía estuviese en su origen, ya que los votos se habían orientado a un partido como el BNG, que también la defiende.

«Había nacido el ‘procés’, y con él desaparecía la reivindicación social y se decretaba la muerte de la izquierda en Cataluña»

Es posible que Puente tenga razón y que la amnistía no haya influido de manera sustancial, pero eso de ninguna manera significa que la causa de los resultados no hunda sus raíces en la política nacional. La cuestión es más profunda y trasciende un hecho concreto, el de la amnistía. Obedece a una transformación drástica de la izquierda tradicional, que ha abrazado la dialéctica independentista y en cierta forma golpista (La izquierda traicionada, según el libro de Guillermo del Valle).

La historia viene de lejos, de aquella manifestación de los indignados del 15-M que fuerza a Artur Mas y a algún otro consejero a llegar al Parlamento catalán en helicóptero. El entonces presidente de la Generalitat reaccionó con rapidez e ideó un plan astuto, y que tuvo éxito: transformar la contestación social en lucha secesionista. Había nacido el procés, y con él desaparecía la reivindicación social y se decretaba la muerte de la izquierda en Cataluña.

Lo peor es que esa desviación del movimiento 15-M en Cataluña se contagió al resto de España. Podemos, nada más nacer y conducido por las prisas en llegar al poder, sucumbió muy pronto a la tentación de aliarse con todos los grupos independentistas y asumir hasta cierto punto su filosofía.

Sin entrar en demasiados detalles, fue en una cena celebrada entre Roures, Oriol Junqueras y Pablo Iglesias en Barcelona donde se planeó una nueva estrategia y se apuntaló el primer matrimonio espurio entre la izquierda y el secesionismo. Bien es verdad que el proyecto era muy incompleto y hubo que esperar a que apareciese un aventurero como Pedro Sánchez, dispuesto a todo y que incorporase al PSOE para que esta dinámica tuviese viabilidad.

«A pesar de que se esconde tras el apelativo de progresista lo que prima es la pervivencia en el poder»

En 2018, Sánchez con 85 diputados se lanza a una moción de censura contaminada y comienza la andadura de la alianza Frankenstein. A partir de ese momento se fue produciendo una transformación de la casi totalidad de la izquierda asumiendo más y más el discurso independentista. A pesar de que se esconde tras el apelativo de progresista lo que prima es la pervivencia en el poder y para ello se incorpora al bloque a quien sea necesario, golpistas, filoterroristas e incluso formaciones tan de izquierdas como Junts y el PNV. Se blanquea y se califica de progresista a todo partido que esté dispuesto a englobarse en el Frankenstein.

Lo realmente importante es mantener el bloque unido y suficientemente fuerte para conservar el gobierno, y en ese proceso no importa demasiado lo que les ocurra a los partidos ni su desgaste. Esta estrategia viene de lejos, pero las elecciones gallegas la han puesto de forma clara sobre el tapete.

Podemos y Sumar (que, al fin y al cabo y al margen de traiciones, es una mala copia de Podemos) se vienen desangrando, pero los resultados de Galicia han sido la puntilla, y dejan patente hacia dónde les conduce la estrategia adoptada.

El PSOE está perdiendo todo el poder territorial. Allí donde no hay independentistas en los que apoyarse le sirve de poco agitar el fantasma de la ultraderecha. En la mayoría de las autonomías, a los votantes del PSOE les tiene que producir náuseas ver los coqueteos y concesiones que Sánchez hace a golpistas, filoetarras y supremacistas, y no pueden por menos que ver con extrema preocupación las humillaciones a las que sus líderes se someten y los vasallajes que prestan a un prófugo de la justicia, representante de la derecha más conservadora.

«En Galicia el PSOE no salió a ganar, sino a que ganase el BNG, y consolidar así el poder de Frankenstein»

Pero las elecciones gallegas han dejado constancia de algo más, que la quiebra se va extendiendo a las autonomías con partidos nacionalistas. Se asume que lo trascendental son los resultados del conjunto Frankenstein, sin que cuente demasiado qué partido los coseche.

Así que en Galicia el PSOE no salió a ganar, sino a que ganase el BNG, y consolidar así el poder de Frankenstein. No sé si eran muy conscientes de que casi en su totalidad lo que aumentaba el BNG lo perdían ellos. No obstante eso en el fondo a Sánchez le interesaba poco. Ya no es el líder del partido socialista, pretende serlo de un monstruo denominado Frankenstein.

Sánchez no ha tenido éxito con esa estrategia en Galicia porque el independentismo allí es un fenómeno extraño, cosa de tontos. Lo decía yo el otro día en un artículo. Lo que beneficia al País Vasco y a Cataluña les perjudica a los gallegos, lo mismo que a los andaluces, a los extremeños, a los murcianos, etc. La mayoría de los ciudadanos gallegos se dan cuenta de ello. Solo los votantes del PSOE, de Sumar y de Podemos, cegados por el lavado de cerebro al que les han sometido sus dirigentes, se han llegado a creer que los secesionistas son de los suyos.

Veremos qué es lo que pasa en las elecciones vascas y catalanas porque, puestos a votar en clave independentista, se termina votando a los independentistas. Sánchez se las promete muy felices en Cataluña, extrapolando los resultados de las generales. Pero las generales son las generales y hubo muchos nacionalistas que consideraron que en este tipo de comicios, Sánchez defendía mejor los intereses del soberanismo frente a la derecha que los propios partidos independentistas. En unas autonómicas el voto útil puede moverse en dirección contraria.

«En la obra de Mary Shelley el engendro deforme creado por el doctor Frankenstein se rebela contra él. ¿Ocurrirá igual en política?»

La desfachatez de Sánchez ha llegado al extremo de afirmar que el problema radica en la debilidad de los líderes territoriales, y no en el precio que se está pagando en la mayoría de las autonomías por su estrategia y sus tejemanejes para sostenerse en la Moncloa. Su postura es tanto más cínica cuanto que es él el que ha nombrado a todos ellos.

Claro que para ejemplo de cinismo su afirmación en la Internacional Socialista. Se declaró «implacable» contra la corrupción: «Caiga quien caiga, el que la hace la paga… así ha sido durante estos últimos seis años y así va a seguir siendo durante estos próximos cuatro años». Y lo dice quien ha modificado el Código Penal para rebajar la pena a estos delitos y quien está negociando una amnistía para lavar todos los casos de corrupción, malversación y cohecho que se hayan dado en Cataluña durante los últimos diez años.

Sánchez y con él Yolanda Díaz están dispuestos a sacrificar todo lo que sea necesario para permanecer los cuatro años en el Gobierno. Que lo consigan o no quizás no depende tanto de ellos, que ya sabemos que lo intentarán por todos los medios, como de la estabilidad y contradicciones de ese monstruo patético que han conformado. En la obra de Mary Shelley el engendro deforme creado por el doctor Frankenstein se rebela contra él. ¿Ocurrirá igual en política? Esa es la incógnita. Pero de lo que no cabe duda es que al final de esta historia Podemos Sumar y el PSOE, si subsisten, quedarán tremendamente debilitados.

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