Más Frankenstein que nunca
«Cuerpo se acoplará pronto al discurso sanchista. Pero esta legislatura va a ser abrupta y Sánchez decidió asignarle una institutriz, la ministra de Hacienda»
La actual alianza Frankenstein es más Frankenstein que nunca, y Sánchez en su momento pensó que el Ejecutivo, por tanto, también debería serlo. Y a fe mía que lo ha conseguido. Ha superado todos los récords. Tardó solo un mes en hacer una nueva crisis de Gobierno. Es verdad que se vio forzado a ello por la marcha de Calviño, pero era casi una baja anunciada y además no se ha limitado a sustituirla, sino que ha cambiado la propia estructura y competencias de los ministerios.
Hace poco Sánchez ironizaba sobre el PP, al que reprochaba que no tenían a nadie en Economía, mientras que el PSOE contaba con Nadia, una gran autoridad en la materia. Lo cierto es que lo de nadie ha sido más propio de Sánchez. En su vuelta, tras haber sido defenestrado por el Comité Federal, no disponía de mucha gente de la que echar mano, así que llamó a Manuel Escudero, antiguo guerrista y artífice del famoso Programa 2000, para encargarle la Secretaría de Economía del partido. Tras la sorpresiva moción de censura de 2018, parecía lógico encomendarle a él también el Ministerio de Economía. Pero Escudero -perro viejo- prefirió la plácida y mejor remunerada embajada en la OCDE.
Así que Sánchez se quedó de nuevo sin nadie y reclutó a Nadia, funcionaria con ambiciones y ganas de medrar y que, exagerando su currículum, daba el perfil de gran técnico que Pedro Sánchez necesitaba para cubrir las apariencias frente al poder económico y reducir de ese modo su desconfianza hacia un Gobierno que podían juzgar desastroso.
Calviño llegó como técnica y partió como política, respaldando y defendiendo entusiásticamente la nefasta política de Sánchez, pero ha sido precisamente eso lo que le ha permitido salir lanzada a un puesto de renombre europeo, y desde luego muy bien remunerado. Conclusión, que Sánchez volvió a quedarse sin nadie.
Para la sustitución pensó (y así lo dijo públicamente) que iba a escoger a un economista de sumo prestigio, pero a los que se dirigió no sé si serían de mucho prestigio, pero, de lo que no hay duda, es de que, tras pasar por el noviciado de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, se encuentran socialmente muy bien situados.
«Sánchez tuvo que recurrir a un funcionario se supone que avispado y con ganas de trepar y desde luego que fuese maleable»
En confianza, quizás no se haya perdido tanto. David Vegara fue secretario de Estado de Economía con Pedro Solbes, colaborando activamente con él en la crisis económica al mantener y agravar la situación negativa dejada ya por Aznar. José Manuel Campa lo fue con la ínclita Elena Salgado y participó por tanto con la ministra en los múltiples desaciertos cometidos en la solución de la crisis y en la absurda entrega -protagonizada como colegiales- a los dictados de la Unión Europea en aquel fatídico mayo de 2010.
Pero todo eso le importaba poco a Sánchez. Él juega a la representación y lo que ansiaba era airear a alguien con nombre y un puesto importante, detrás del cual poder esconder su política populista; pero precisamente por ello todos los candidatos, con una carrera ya hecha, no han estado dispuestos a enrolarse en una travesía tan disparatada en la que no tenían nada que ganar y mucho que perder. Total, que una vez más Sánchez se quedaba sin nadie, y tuvo que recurrir a una copia de la primera Nadia, a un funcionario se supone que avispado y con ganas de trepar y desde luego que fuese maleable, capaz de transformarse poco a poco en un político sanchista.
Por lo poco que se conoce de él, ya apunta maneras y quizás fuese por eso por lo que lo escogió Calviño, anteponiéndolo a su jefe, el secretario de Estado, lo que parece no haber sentado muy bien en el ministerio. Y es que el nuevo ministro fue el colaborador más cercano de la vicepresidenta saliente en su tarea de elaborar unas nuevas estadísticas que proporcionasen una visión más optimista que las que facilitaba el INE. Todo ello hasta que fue posible sustituir al presidente de ese organismo por alguien más maleable, capaz de facilitar cifras más acordes con los intereses del Gobierno.
Al nuevo ministro de Economía le ha faltado tiempo para dar señales de que está dispuesto a aprender con rapidez el oficio y, aun sin estar nombrado -aunque él sí debía de saber que lo estaba in pectore-, declaró que la condonación de la deuda a la Generalitat influía positivamente en la calificación de la deuda española. Casi nada. No hay duda de que Cuerpo se acoplará pronto al discurso sanchista. Pero esta legislatura va a ser especialmente abrupta y esta nueva alianza Frankenstein, muy agitada y complicada, y por ello Sánchez pensó que no estaba en condiciones de esperar mucho tiempo, y decidió asignar al nuevo ministro una institutriz, su alumna aventajada en la representación, la parlanchina ministra de Hacienda.
«La mayor ventaja para Sánchez de la nueva vicepresidenta primera es que está siempre dispuesta a decir ‘sí’»
La flamante vicepresidenta primera se ha caracterizado por no saber nada de la materia que ha tenido encomendada hasta ahora, y no digamos de Economía. Pero una vez más una cosa es la realidad y otra la representación, y en la representación todo es posible y se puede decir todo tipo de disparates como confundir el límite exento con la obligación de declarar o imputar el exceso de recaudación a lo bien que va la economía y no a la inflación.
Pero, sin duda, la mayor ventaja para Sánchez de la nueva vicepresidenta primera es que está siempre dispuesta a decir «sí» y a no poner objeciones. Tradicionalmente, una de las primeras funciones de un ministro de Hacienda consistía en ser el cancerbero del erario público, el hombre malo del Consejo de Ministros. A diferencia de los demás miembros del Ejecutivo, centrados en su reclamación particular, el de Hacienda sabe que las tiene que aunar todas y que debe establecer prioridades, que los recursos son limitados, que existe el coste de oportunidad. Debe ser consciente de que a la hora de aprobar un gasto público o una deducción fiscal no basta con que su finalidad sea buena, sino que debe ser mejor que su alternativa, aquella en la que se podrían emplear los recursos si no se usasen en este cometido.
La actual vicepresidenta primera se ha situado en las antípodas, en el sí a todo, y poco importa la cuantía con tal de que se cumplan los deseos del jefe o incluso de los de los otros miembros del Gobierno, si así se evitan problemas al señorito. El resultado está siendo nefasto para el erario público.
Las negociaciones sociales siempre han estado concebidas como acuerdos a tres, puesto que tres son los intereses en juego: los empresarios, los trabajadores y el Estado. De ahí que el Gobierno -y más concretamente el Ministerio de Hacienda- haya estado siempre presente en todas ellas, porque en múltiples ocasiones las medidas que se adoptaban tenían impacto en los ingresos y los gastos públicos. Se encuentran, por tanto, implicados en ellas todos los ciudadanos.
«Hacienda parece haber estado ausente de la adopción de las ocurrencias que han venido proponiendo los otros ministerios»
Estos años, sin embargo, han constituido una excepción. El Ministerio de Hacienda y, por consiguiente, en buena medida el Estado, ha tomado vacaciones en las mesas de negociación. Durante la pandemia, acuerdos como los referentes a los ERTE han sido fuertemente onerosos para el erario público, y muy rentables para los empresarios. No es el momento en este artículo de tratar en profundidad el tema de los ERTE. Pero creo que su generalizada e indiscriminada aceptación se fundamenta en un supuesto falso, el de que todo ERTE evitaba un mal menor, un ERE, lo cual no es cierto.
El Ministerio de Hacienda parece haber estado también ausente de la adopción de toda esa ristra de ocurrencias que han venido proponiendo los otros ministerios, muchas de ellas sin demasiada consistencia y faltas de un examen riguroso de la utilidad y del coste de oportunidad de cada medida. Paradójicamente, sin embargo, sí es a ese departamento, a través de la Agencia Tributaria, al que se le encarga solucionar los problemas que ocasiona la gestión de cada una de las medidas y que no se han tenido en cuenta a la hora de diseñarlas.
La política de la actual ministra de Hacienda ha sido la del «sí señor», la de charanga y pandereta, por bulerías, y el resultado es que hasta la fecha no se sepa dónde se encuentran los miles de millones de euros que han venido de Europa, y que desde 2019 el endeudamiento público se haya incrementado de forma notable. El aumento del porcentaje de esta variable sobre el PIB ha llegado a alcanzar el 15% y si ahora se ha situado en el 8%, no es porque la deuda haya disminuido, sino porque el PIB nominal, debido a la inflación, ha aumentado considerablemente.
La locuacidad y el desparpajo tan propios de la ministra contrastan con el hermetismo y el cerrojazo informativo que ha impuesto en el ministerio, en el que ningún alto cargo puede hablar con la prensa. La transparencia no es precisamente su principal cualidad. Claro que en esto no se diferencia mucho del resto del Gobierno, comenzando por el jefe; en este caso resulta más grave únicamente por la cantidad de información y de datos que debería proporcionar este ministerio y por lo confuso y falto de rigor del discurso de su titular.
«A Escrivá se le había separado de la Seguridad Social después de los líos creados en ese ministerio»
El tercer tenor en la crisis ha sido Escrivá, al que se le había separado de la Seguridad Social, lo que era previsible después de los líos creados en ese ministerio. Se le relegó en primera instancia a un tema menor, que en la legislatura anterior había tenido la consideración tan solo de Secretaría de Estado del Ministerio de Economía. Parecía lógico pensar que todo estaba preparado para que sustituyese a Calviño, uniendo de nuevo las dos partes del departamento. La solución parecía bastante sensata dado que hacía tan solo un mes que se había constituido el nuevo Gobierno.
La verdad es que, al final, a Sánchez la opción de Escrivá no le ha debido de parecer demasiado segura, y eso sí, le ha dado el premio de consolación, encargándole también la Secretaría de Estado de la Función Pública. Lo que resulta representativo de la opinión que el sanchismo tiene de la Administración. La deben de considerar una maría, porque si hay alguien que ha dado muestras tanto en la Airef como en el ministerio de desconocer totalmente los procedimientos administrativos ese ha sido Escrivá.
El ingreso mínimo vital se elaboró adoptando la forma de impuesto negativo sobre la renta, diseño totalmente teórico, alejado de la realidad y que solo existía en los libros de texto. Su ejecución ha sido un completo desastre, complicando absurdamente la gestión y embarrando indebidamente a la Agencia Tributaria. Tan es así que parece ser que el Gobierno quiere librarse de él transfiriéndoselo a las comunidades autónomas.
«Cada vez que Sánchez ha hecho una crisis de gobierno se ha dedicado a cambiar nombres y competencias»
Prueba de la empatía existente entre el actual ministro de la Función Pública y su nuevo cometido es que en su destino anterior tuvo hasta cuatro subsecretarios y que las oficinas de la Seguridad Social estaban de tal modo colapsadas que no había forma de realizar cualquier trámite, hasta el punto de crearse un mercado negro de citas. Estoy convencido de que, en este nuevo periodo para regocijo del personal, escribirá nuevas páginas llenas de ocurrencias. Lo malo es que habrá que preguntarse cómo va a quedar la Administración.
Casi todos los presidentes, cuando por primera vez se hacen con el gobierno, se creen en la obligación de cambiar la estructura de la administración central y se dedican a crear y eliminar ministerios y a barajar las secretarías de Estado o las direcciones generales como si de un juego se tratase. Lo cierto es que este afán de originalidad tiene un alto coste: primero, económico, miles y miles de impresos que tienen que ir a la papelera y sustituidos por otros, rótulos nuevos, cambios de edificios, modificaciones informáticas etc.; segundo, funcional: la adaptación a cada cambio conlleva la pérdida de un notable periodo de tiempo y de esfuerzo.
Sánchez ha roto todos los moldes. Cada vez que ha hecho una crisis de gobierno se ha dedicado a cambiar nombres y competencias. El culmen se ha producido cuando ha vuelto a repartir cartas con apenas un mes de diferencia, sin considerar los costes y las distorsiones y disfuncionalidades consiguientes. Para el actual presidente de Gobierno eso son detalles menores, sin trascendencia, teniendo en cuenta el alto destino al que se siente llamado. Cómo quede todo después importa poco. Lo de la Administración es peccata minuta. ¿Tierra firme? No, tierra quemada.