THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

El próximo golpe de Estado

«Los independentistas siguen defendiendo los mismos principios que llevaron al levantamiento en 2017. Complacerlos con más concesiones es una insensatez»

Opinión
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El próximo golpe de Estado

Ilustración de Alejandra Svriz

Karl Marx escribe en su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte: «Hegel sostiene en algún lugar que la historia se repite dos veces. Le faltó agregar: primero como tragedia y después como farsa». Con esta frase Marx quería indicar cómo el golpe de Estado perpetrado en París el 2 de diciembre de 1851 por Luis Bonaparte (Napoleón III) era un remedo, una mala imitación del ejecutado por Napoleón Bonaparte el 18 de noviembre (18 brumario) de 1799. De vivir Marx en la actualidad, alguien le podría objetar que eso ocurriría en Francia, pero que en España la frase debería enunciarse al revés, los golpes de Estado acaecen primero como farsa, bufonada, fiasco o amago frustrado, y la segunda vez como tragedia.

Al golpe de Estado del 18 de julio de 1936, que inició una cruenta guerra de tres años, le precedió la Sanjurjada del 10 de agosto de 1932, que supuso el primer levantamiento del ejército frente a la República, y que claramente fracasó. El Gobierno de entonces no se tomó quizás demasiado en serio la intentona. A Sanjurjo se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua que, por supuesto, no cumplió; tan solo una pequeña temporada en el penal de El Dueso en un régimen de internamiento bastante benévolo, hasta que por último se exilió a Estoril. Cuentan que el llamado jefe de la Revolución mexicana, Plutarco Elías Calles, envió el siguiente mensaje a Azaña: «Si quieres evitar el derramamiento de sangre en todo el país y garantizar la supervivencia de la República, ejecuta a Sanjurjo». Mensaje que hoy, en un país europeo y después de 90 años, con una mentalidad, por lo tanto, totalmente distinta de la que regía entonces en México, nos puede parecer muy duro y descarnado, pero no por ello deja de ser significativo.

El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, aunque fallido finalmente, mantuvo en vilo a toda España durante una noche y humilló al Gobierno y a todos los diputados, auténticos representantes de la soberanía nacional. Le precedió en noviembre de 1978 la operación Galaxia, protagonizada por el mismo Tejero, quien ya había diseñado un año antes en Játiva un plan similar. Por supuesto, toda la operación fue una auténtica chapuza que terminó con el arresto de los golpistas. La reacción del Gobierno y del propio aparato judicial fue muy débil. Tejero e Inestrillas, cabezas del previsible levantamiento, fueron condenados a siete y seis meses respectivamente de arresto, sin que ninguno de ellos perdiese el grado de militar.

A finales de 2017 en Cataluña se produjo un auténtico golpe de Estado, no militar, ciertamente, pero sí ejecutado por instituciones que contaban con mucho más poder y capacidad de coacción y amenaza que muchos generales. De haber triunfado, las consecuencias hubiesen sido similares o mayores que bastantes pronunciamientos militares. En principio, puede decirse que ha fracasado. El referéndum del 1 de octubre fue una patochada que ni siquiera validaron los llamados observadores internacionales convocados y pagados por la propia Generalitat; y la proclamación de la República, un espejismo que nadie reconoció y que carecía de todas las estructuras e instrumentos necesarios para funcionar.

No obstante, una vez más, haríamos mal en tomarnos a broma lo sucedido o infravalorarlo, porque, como hemos dicho, en España lo que comienza como farsa acaba presentándose más tarde como tragedia. Tras la moción de censura en la que a los golpistas se les otorgó legitimidad para cambiar el gobierno de la nación, se inicio una nueva etapa bastante peligrosa, centrada en una negociación entre el nuevo Gobierno y los independentistas, que podía tener consecuencias gravísimas.

«El Gobierno formado en 2018 quedaba a merced, entre otros, de los que acababan de dar un golpe de Estado en Cataluña»

Los párrafos anteriores son el comienzo de un artículo escrito por mí el 10 de agosto de 2018 en el diario digital en el que entonces publicaba, republica.com, dos meses después de que Sánchez ganase la moción de censura con 85 diputados y el apoyo de todo tipo de independentistas y regionalistas.

El Gobierno recién formado y denominado ‘Frankenstein’ por su carácter grotesco y antinatural quedaba a merced, entre otros, de los que acababan de dar un golpe de Estado en Cataluña. No se precisaba demasiada perspicacia para percatarse de que el nuevo escenario de negociaciones bilaterales que se proyectaba conllevaría todo tipo de cesiones a los secesionistas que, al margen de constituir agravios e injusticias frente a las otras regiones, generaban un riesgo serio de que se repitiese el golpe de Estado anterior; no ya como farsa, sino como tragedia.

Los independentistas catalanes eran conscientes de que habían minusvalorado la fuerza del Estado y sobrevalorado su capacidad y medios para declarar la independencia, pero nunca negaron su intención de repetirlo. Necesitaban un tiempo para rearmarse y corregir los fallos cometidos en el primero, y la situación creada con un Gobierno en extremo débil y dependiente precisamente de ellos era la mejor posible. Cada cesión sería un paso más hacia la meta que jamás habían abandonado.

Todo esto es lo que hace casi seis años pretendía reflejar en aquel artículo. Entonces el peligro era cierto, pero remoto. Se veía lejano. Hoy el riesgo es más innegable y desde luego puede estar mucho más próximo. Todas las concesiones otorgadas durante estos años no han hecho que los independentistas varíen un ápice sus pretensiones. Solo han servido para allanarles el camino en un nuevo intento de subversión.

«Se ha minimizado lo ocurrido en Cataluña, reduciéndolo a un simple conflicto político, cuando constituyó una sublevación»

Los indultos, la desaparición del delito de sedición, la modificación del de defraudación, y no digamos la amnistía, colocan al Estado a la hora de defenderse de una nueva intentona en una posición mucho más débil. Pero es sobre todo en el ámbito del relato donde el destrozo puede ser mucho mayor.

El Gobierno sanchista ha introyectado el discurso y los planteamientos de los golpistas. Se ha minimizado lo ocurrido en Cataluña, reduciéndolo a un simple conflicto político, cuando en realidad constituyó una sublevación frente a la legalidad establecida. El Gobierno de una comunidad autónoma, aprovechando su situación de poder, se rebeló contra la Constitución y contra su propio estatuto y quiso imponer sus deseos a la mayoría de los catalanes y al resto de España. Pretendieron y pretenden robar la soberanía a todo el pueblo español, que es al único al que pertenece.

El sanchismo ha asumido como propio el eslogan de desjudicializar la política. Sánchez ha llegado a declarar que la crisis política de Cataluña nunca debió derivar en una acción judicial, y que había que devolver a la política lo que no tenía que haber salido de ella jamás. Ante un nuevo golpe, ¿cómo se va a defender el Estado si no puede acudir a la justicia?

La teoría que subyace en toda la ley de amnistía es que el Estado se equivocó y cometió un desafuero al juzgar y condenar a los golpistas. Estos han sido las víctimas y los aparatos del Estado, los opresores. Hasta tal punto se asumen estos planteamientos que se crean comisiones de investigación en el Congreso con la pretensión de enjuiciar al Estado y a los jueces.

«La transferencia a la Generalitat de la totalidad de los impuestos facilitaría un nuevo golpe de Estado»

La prueba más palpable de lo anterior es que se ha creído conveniente incluir en la ley un artículo en el que se niega que los amnistiados puedan pedir indemnización al Estado. De no establecer esta previsión, se podría producir una cascada de reclamaciones económicas a la hacienda pública de todos los que, según la nueva ley, habrían sido damnificados.

Uno de los elementos que sin duda intervino en el fracaso del golpe del Estado de 2017 fue la falta de apoyo exterior. ¿Podemos asegurar que Europa y el resto de países van a responder de la misma manera después de que han sido el propio Gobierno y el Congreso los que han terminado legitimando las actuaciones anteriores de los golpistas? Me temo que el daño producido en la opinión pública internacional será muy difícil de revertir.

Hubo otro factor que colaboró activamente en el fracaso de la rebelión: el hecho de que la Administración Tributaria estuviese en gran medida centralizada y que fuese el Estado el que recaudaba, excepto en el País Vasco y en Navarra, la casi totalidad de los impuestos, aun cuando después los distribuyese en buena parte entre las autonomías. Es por ello por lo que, además de por otros motivos, la petición de que se transfiera a la Generalitat la totalidad de los impuestos se convierte en un tema sumamente preocupante. Facilitaría, y mucho, un nuevo golpe de Estado.

«Los independentistas no ocultan sus intenciones. Siguen defendiendo la autodeterminación»

El primer intento de los independentistas catalanes de subvertir el orden constitucional estuvo precedido por casi tres décadas de concesiones en las que los dos partidos políticos mayoritarios negociaban el apoyo de los nacionalistas en las Cortes a cambio de beneficios y privilegios. Algunos podrían haber creído que esta política de favores continuos calmaría las aspiraciones independentistas. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: el nacionalismo se fortaleció gradualmente y ha llegado a apoderarse de todas las estructuras en Cataluña. Los medios de comunicación públicos o subvencionados y la educación contribuyeron a consolidar este discurso, adoctrinando a una parte significativa de la sociedad. Incluso, sorprendentemente, muchos individuos que provenían de otras regiones de España renegaron de sus raíces para abrazar el supremacismo, con la esperanza de ser aceptados, aunque fuera en un papel secundario.

Es probable que los Gobiernos del PP y del PSOE jamás imaginasen que sus concesiones y su pasividad frente a los acontecimientos en Cataluña desembocarían en un golpe de Estado. Sin embargo, la situación actual es distinta. Los independentistas no ocultan sus intenciones. Siguen defendiendo los mismos principios que llevaron al levantamiento en 2017: autodeterminación y, si es necesario, unilateralmente. Persistir en complacerlos con más concesiones y competencias solo es un acto de insensatez. En lugar de satisfacer sus aspiraciones, estas acciones solo les proporcionarán una nueva base desde la cual perseguir su verdadero objetivo. Aunque me temo que más que insensatez, es un acto de felonía comprar un gobierno a cualquier precio.

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