Genealogía de la moral
«Estamos en un momento indeterminado de ‘entresiglos’ y toma cuerpo en España un nuevo sentido común ajeno a las ideologías y que es, por ende, ideología pura»
El doctor Mirano espera la llamada de Moncloa. Da por hecho que, después de la crisis de gobierno, el presidente le va a ofrecer un puesto importante. Mirano ha descubierto «el engranaje maquinal del mundo», un mecanismo que enaceita sus engranajes con la untuosidad de la cháchara tecnocrática y la manteca del interés personal. Estamos en un momento indeterminado de ‘entresiglos’ y toma cuerpo en España un nuevo sentido común ajeno a las ideologías y que es, por ende, ideología pura.
«En ‘La urraca’, Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) emprende, a la manera nietzscheana, una genealogía de la moral imperante en nuestro mundo»
En La urraca, Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) emprende, a la manera nietzscheana, una genealogía de la moral imperante en nuestro mundo. Estriba su brillantez en no ubicar la codicia en el mundo de las finanzas, tirando del enésimo remedo de Gordon Gekko, sino en los cenáculos en que urden sus intrigas algunos altos funcionarios. Sobra decir que, de un tiempo a esta parte, en política no hay más ideología que la faltriquera ni más principios que el argumentario. Nuestra paz perpetua es el consenso, esto es, la anuencia universal en torno a las cuestiones del parné. Los conmilitones entregan las armas en la marisquería y los partidos se convierten en agencias de colocación, atrayendo a militantes de fortuna y olvidando la enseñanza de Maquiavelo acerca de los condottieri: todo mercenario es inútil y peligroso. Si nos irrita el discurso del militante de fortuna es porque suena a recién aprendido: como el niño, memoriza la lección a base de recitársela a los demás.
El cuento está incluido en El Apocalipsis de san Goliat (KRK), un deleite para los adeptos del gran estilo y para quienes consideramos que la literatura nunca debe renunciar a la ambición. Hay en la prosa de Baltasar ecos de Cristóbal Serra, a quien editó, y de José Carlos Llop, compañero suyo de generación, y algún que otro reflejo de Ernst Jünger, mallorquín de Heidelberg (los mallorquines, como los bilbaínos, nacen donde les da la gana). Supongo que este libro, por su carácter insular, está condenado a ser obra de culto. La literatura mallorquina es el secreto mejor guardado de la cultura española.